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Por James Neilson (*) |
Puede entenderse el nerviosismo que con frecuencia alarmante se apodera del presidente Javier Milei. Quiere cambiar todo de la noche a la mañana, pero los miembros de la maldita “casta” -gobernadores, intendentes, funcionarios, legisladores, etcétera- , sin excluir a algunos que dicen apoyarlo, se resisten a permitirle obrar con la rapidez fulminante que le gustaría. Le parece escandaloso que tales personajes puedan demorar la toma de decisiones importantes en nombre de la democracia que, a diferencia de ciertas modalidades autoritarias que a buen seguro preferiría, suele funcionar con lentitud. Para más señas, las reglas democráticas brindan a políticos del montón oportunidades para presionar a los gobernantes a modificar sus propuestas originales, de tal manera haciéndolas menos eficaces.