jueves, 16 de octubre de 2025

Una armonía musical de dudosa duración

 Por Roberto García

Sea por la serie negra de los dos triples crímenes o las vicisitudes del viaje y los apoyos que el presidente Javier Milei recibiría de Donald Trump, la atención del público dejó pasar la última cumbre que mantuvieron la obligada anfitriona, Cristina de Kirchner, y Axel Kicillof. Merecía otro tratamiento informativo: no era para despreciar el shock eléctrico de ese evento en que varios secretos quedaron guardados en el sombrío departamento de San José 1111. Por falta de sol, no por otras oscuridades.

Hace unos veinte días, los protagonistas venían de ganarle las elecciones bonaerenses a Javier Milei con holgada ventaja; ambos se habían apropiado del triunfo y, como nadie ignora, han fingido desde entonces una armonía musical de dudosa duración. 

Pero ya pasó el tiempo, también la presunta intrascendencia del encuentro, más nada que poco se sabe del meeting, salvo que coinciden en que fue protocolar, para el estilo de la Provincia de Buenos Aires, cordial y serena la entrevista. Había más para festejar que para quejarse. Ni los propios feligreses de las partes apuntaron detalles de discordia.

Sin embargo, trascendió que hubo un momento especial en la charla, marcado por la tensión, y que desde ese punto la conversación siguió por cánones triviales. Fue cuando el gobernador bonaerense le preguntó a su contertulia: “¿Y qué hacemos con el partido en la provincia?”. Una forma lateral de interrogar por una preocupación personal: “¿Qué hacemos con tu hijo Máximo, que me enloquece con provocaciones y críticas desde la cobertura del PJ?”. Respuesta de la dama: “Nada, chiquito, esperemos a que pasen las elecciones”. Misma contestación para otras inquietudes de un Kicillof rodeado en La Plata por el entorno capitaneado por Carlos Bianco —Charly para los amigos—, que le aconseja desatar una guerra echando a todos los camporistas que están en el gobierno, de los ministros Kreplaj a Menna, entre otros.

El otro ariete de esa perforación, dicen, es “el Cuervo”, seudónimo de Andrés Larroque, a quien La Cámpora expulsó sin telegrama de despido pese a que haya sido un miembro fundador. Parece que el ministro de Desarrollo no tolera ese trago amargo, justo quien era partidario del fernet como todos los militantes de Máximo, incluido él mismo.

Cristina ya había previsto esa única réplica: la espera. Aguardar los resultados del comicio (26 de octubre), que pueden enderezar una dificultosa interna. A su favor, claro. Sonríe la dama y sospecha que Kicillof ya debe haber perdido la alegría por la última victoria electoral: construyó sin darse cuenta un cerco a su alrededor con legisladores y concejales que fueron provistos por ella y la batuta de Sergio Massa, con quien ambos están obligados a negociar.

O sea: el gobernador tiene más problemas que Javier Milei para aprobar sus proyectos en el Congreso bonaerense. Se vio, por ejemplo, en el demorado consentimiento para obtener un crédito que le normalice las cuentas provinciales. Ahora debe convencer —es una forma de decir— a figuras de la Legislatura e intendentes que le reclaman un pedazo de la futura torta, cada vez más hambrientos. Otra advertencia fue la flecha envenenada que lanzó Máximo, quien grita y firma lo que le dice la madre, aunque a veces no siempre comparte las mismas iniciativas. En esta ocasión, el delfín promovió un proyecto de ley contra los cimientos del juego, sostén dinerario de distintas administraciones, que descolocó a los empresarios del rubro, entre ellos los famosos Daniel Angelici y Cristóbal López. Estaban advertidos: la actual ley vence en poco tiempo y la nueva versión incluía restricciones que aplaudiría hasta el propio Papa.

Hubo gestiones inútiles del boquense que adhiere a Mauricio Macri y un sufrido convite al empeñoso chubutense en la calle San José 1111. Trabajador incansable en actividades diferentes, López tuvo que acercarse a ese paradero, conversó con la dueña del departamento y, luego de unos días, la favorita de Cristina —Anabel Fernández Sagasti— logró corregir una ley en el Senado que pensaba terminar con la industria lúdica, según podía explicar —sin ser camporita— el exgobernador de Tucumán, Jorge Manzur, un hombre inquieto por las pérdidas laborales, los cierres de casinos y la distracción de jubiladas y jubilados, sin mencionar a los únicos privilegiados, los niños, a los que por TV se les avisa que no deben jugar hasta los 18 años.

Loable también lo de Manzur, que al parecer desembarcará en Buenos Aires otra vez con la intención de repetir la experiencia como candidato presidencial para 2026. No le alcanzó con el abortado intento de la última elección presidencial. Aunque también él deberá guardar su sueño hasta después del domingo 26, como aconseja Cristina.

Por haber sido nombrada como negociadora de la viuda de Kirchner, más de uno observa que la mendocina senadora podría convertirse en una de los cuatro candidatos que se incorporarían a la Corte Suprema de Justicia si, después de las elecciones, se produce un acuerdo político y se aumenta a siete el número de magistrados al frente del máximo tribunal. Otros consideran que, a pesar del cariño de Cristina, difícilmente Anabel supere ciertos trámites legislativos.

Aunque tiene más posibilidades que su colega en la Cámara Alta, Wado de Pedro —el que aspiraba a esa designación desde hace tiempo y en los últimos meses se acurrucó por padecer el frío de Alaska (si es que Cristina es Alaska)—. Otro que merodea el regreso a una de esas candidaturas ha sido el frustrado Manuel García Mansilla, que si no va a la Corte puede ir a un ministerio. Vaya uno a saber. Aunque los que más saben son los petroleros que impulsan su contribución intelectual a un gobierno que no destaca por materia gris efectiva.

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