Un pedido de siempre. "El partido de la corrupción estará siempre
en donde está el poder".
Por Sergio Sinay (*)
Por sobre las coyunturas políticas, las distintas banderías y los diferentes gobiernos, hay un partido que en la Argentina está presente en todas las administraciones. El partido de la corrupción. No falla. A veces usa guantes blancos, otras veces actúa a mano descubierta, generalmente opera a salvo de todo castigo. Es tan extenso su poder que logra afiliar también a la Justicia y a quienes deben controlarlo, limitarlo o sancionarlo. Precisamente esa vastedad es la que, de manera inevitable, provoca que de tanto en tanto alguna de sus operaciones y de sus ejecutantes queden al descubierto.
En esos casos durante un cierto tiempo buena parte de la sociedad finge asombro, los corruptos se esconden y más temprano que tarde todo vuelve a su carril. Algunos se corrompen escudándose en su rol de “abanderados del pueblo”, otros en su máscara de gestores liberales y eficientes y otros combatiendo a la “casta” y promoviendo la libertad, carajo. El partido de la corrupción estará siempre en donde está el poder. Y contará con que, en el fondo, existe un alto porcentaje de la sociedad que lo avala, lo perdona, se identifica u olvida.
¿Qué hay en la mente de los corruptos? ¿Qué mecanismos se repiten para que, aunque los nombres cambien, las denuncias periódicas pongan a muchos de ellos en evidencia y hasta algunos tengan una sanción siempre leve en relación con la dimensión del delito y el daño producido, la corrupción siga allí, como el dinosaurio en el célebre relato breve del escritor guatemalteco Augusto Monterroso? La economista estadounidense Kendra Dupuy, de la Universidad de Washington, y la psicóloga noruega Siri Neset, del Instituto Michelsen de su país, son autoras de un interesante estudio que se propone revisar el tema desde la psicología cognitiva. Su trabajo intenta un enfoque diferente del de muchos de los emprendidos al respecto. Entre los puntos destacables las autoras señalan que el poder, el beneficio personal, la ausencia de autocontrol, la carencia de aversión al riesgo, la racionalización y la falta de emociones como la culpa o de sentimientos como la vergüenza son ingredientes comunes en la conducta de los corruptos. Según los casos particulares, se puede decir que estos individuos fluctúan entre la psicosis (en diferentes formas de expresión) y la psicopatía.
La investigación de Dupuy y Neset se titula La psicología cognitiva de la corrupción (Explicaciones del comportamiento no ético a nivel micro) y se detiene en cada punto mencionado. Así se ve que la obtención de poder, o la cercanía a este, impulsa a corromperse a personas de principios morales lábiles o endebles. Quienes tienen poco autocontrol lo pierden del todo cuando ven la posibilidad de un beneficio personal, y luego racionalizan sus actos de corrupción convenciéndose a sí mismos de que no causan un gran daño, de que este es indirecto o de que ellos no son ni los primeros ni los únicos que actúan así. Esta conducta suele ser facilitada por instituciones o culturas que no castigan el comportamiento poco ético. Si por su conformación psíquica las personas tienen una baja aversión al riesgo, tienden a creer que este vale la pena a cambio del beneficio que obtendrán. A esto hay que agregar que los corruptos desarrollan una especie de blindaje emocional y moral que por una parte los aísla de emociones que ligan al ser humano con sus semejantes (como la culpa, la compasión, la piedad, factores claves de la empatía) y por otra anestesia y acalla su conciencia. A todo esto se debe sumar que, para florecer, la mala hierba de la corrupción necesita de un terreno fértil, como el de una cultura en donde sus semillas están sembradas y enraizadas desde hace tiempo.
(*) Escritor y periodista
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