sábado, 26 de julio de 2025

Los vendedores ambulantes de siempre


Por Nicolás Lucca

En un callejón repleto de lupanares, un nutrido grupo de compadritos y otros matones hijos de inmigrantes se acerca, entrada la madrugada, a realizar un ajuste de cuentas a una casa de placeres carnales. Un muchacho de casi 18 años los repele, en soledad, a los tiros. Si hubieron muertos, nadie se enterará nunca: el dueño del local es el hermano del intendente. De hecho, el mismo dueño fue intendente.

Podría ser una cuestión meramente del hampa, pero estamos en 1912 y los prostíbulos están legalizados. Lo que no tiene amparo legal alguno es la trata de personas, la explotación sexual de menores de edad ni la reducción a la servidumbre, como tampoco es muy legítimo que digamos el reparto de coimas para que el poder (policial, judicial y político) mire para otro lado.

El dueño del boliche, apodado El Manco, se sorprende por el coraje de ese matón hijo de italianos y se lo lleva a su propio hermano para que oficie de culata, gorila, guardaespaldas o el eufemismo que se le quiera dar. Así es que un púber Juan Nicolás Ruggiero conoce a Alberto Abel Barceló, hombre fuerte del flamante Partido Conservador de Buenos Aires y eterno señor feudal de Avellaneda.

El clientelismo político puede rastrearse a las primeras organizaciones civiles de la historia de la humanidad. Si hubiera existido un sistema de escritura hace siete mil años, probablemente encontraríamos que en Uruk se hacía la vista gorda a cambio de un saco más de alimentos. Vincular el clientelismo con algo indeseable es todo un problema de semántica: ¿indeseable para cuánta gente? La normalidad a lo largo de la historia, sin importar la forma de gobierno, lleva a pensar que puede resultar poco deseable para un puñado de personas. Ahora, la vinculación del clientelismo como fenómeno de masas sí tiene ya un componente clave: un sistema político que requiere de apoyos para acceder a determinados sitios del Poder. Las ideologías políticas, en cambio, se adaptan a cualquier costumbre previa.

Es un proceso de sincretismo, propio de la llegada de una nueva cultura con su nueva religión a imponer y que, para lograr tal fin, mezclan algunas cosas. Técnicamente, un conservador católico hecho y derecho preferiría volver a la misa en latín, cuando Jesús y sus apóstoles se manejaban en arameo, hebreo y, a veces, en griego. No es la única tradición romana que heredó el catolicismo. La dinámica se da en tantas religiones que me pondría de culo a todos si me pongo a detallar las historias desde Gilgamesh o los cambios de nombres de los dioses.

Ahora, en materia política, es increíble que esté tan a mano que lo neguemos. Pero aún, es increíble que ni siquiera seamos novedosos en esa negación histórica en la que no nos diferenciamos de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y así. Todo grupo político con hambre de Poder busca las formas de llegar, sostenerse y preservar ese Poder. Para lograrlo, puede utilizar mil técnicas, pero le conviene moverse dentro de las reglas del juego.

Por ejemplo, si yo les digo que un intendente del primer cordón del conurbano tiene la costumbre de mantener las puertas de su casa abierta para que la gente vaya a pedirle favores, nadie preguntaría nada más que la curiosidad de cuál de todo los municipios hablamos. Y sin embargo, cualquiera daría por sentado que hablo de un político peronista o autopercibido como tal. Este párrafo, sin embargo, se escribe mientras pienso en el amigo Barceló, un tipo para el que la ley era un poco menos que una sugerencia. Y, sin embargo, eran las reglas del juego en aquellos años gloriosos del primer centenario de la Argentina próspera, pujante, potencia intergaláctica. (Dato de color: su casa de puertas abiertas hoy es la Escuela Técnica número 8 de Avellaneda).

Ruggierito, el matón de Barceló, tampoco era un hallazgo: era la norma. Tenía más antecedentes penales que años de vida y una fascinación por la violencia que no es caso de estudio por miedo a que nos faje desde el más allá. Se cagó a tiros con la policía cuando no le hacía la vista gorda, se cagó a tiros con empresarios, con delincuentes que quisieran disputar el territorio y hasta con la contra. Sí, la contra tenía los mismos métodos. De hecho, su llegada puso un punto final a la carrera de Julio Valea, conocido popularmente –en aquel entonces– como “El Gallego Julio”, matón de la Unión Cívica Radical. Se sabe poco de su biografía, pero tiene tanto en común con Ruggerito que probablemente también coincidieran en la carencia total de conocimientos de qué ideología decían defender. Tal vez ninguno defendiera otra idea que la de controlar la calle y mover gente. La PyME de la política, como toda empresa, necesita de clientes. Y ellos tenían sus métodos para fidelizar a la clientela.

Ruggerito llegó a tener su propia casa de chicas de alquiler, además de regentar otras que siempre, pero siempre se vincularon al intendente que, obviamente, las habilitaba para trabajar. Los rumores de los más de cuarenta homicidios nunca resueltos eran menos fuertes que los que dictaban que Ruggiero aspiraba a la intendencia municipal por el Partido al que pertenecía. ¿Tenía alguna noción de la ideología partidaria? A quién le importa, si nadie sabía demasiado. Lo que vale es que conocía todos y cada uno de los rincones de una Avellaneda devenida en un polo industrial que vio crecer su población al infinito en un puñado de décadas. Y fue famoso en vida. Mierda que fue famoso, si hasta curtía la amistad con un cantante de tangos llamado Carlos Gardel o algo así.

La estrella de Ruggerito se apagó por su propio peso. En algún momento tocó algún interés que no debió y murió de un corchazo por la espalda. En su ley. Su padrino político, el pragmático Barceló, le organizó un funeral digno de un estadista. Cómo no agradecerle tanta entrega si hasta su insólita muerte le vino como anillo al dedo para acallar tanto señalamiento de “político violento”.

Pero Avellaneda, Barceló y hasta el mismo desgraciado Ruggerito son circunstancias de color en una historia todavía en blanco y negro que tuvo su punto cúlmine con la llegada a la gobernación provincial de Manuel Fresco, dirigente ultra pesado del Partido Conservador. O Partido Demócrata. O los herederos del Partido Autonomista, como quieran llamarle.

Desde La Plata, Fresco mantuvo una relación falsa desde el día cero con el del presidente Roberto Ortiz, un tipo que llegó al Poder de la mano de la fraudulenta Concordancia y con el conservador Ramón Castillo de vicepresidente. En teoría, la alianza de conservadores con los radicales antipersonalistas no debía significar ningún problema para Fresco. La historia es simple: Ortiz, no quería que se perpetuase el sistema de fraude patriótico y se dio a la tarea de intervenir provincias donde ocurrieran este tipo de casos mientras impulsaba medidas de transparencia que tenían la misma recepción que una castración voluntaria. En 1940 se realizaron las elecciones provinciales que consagraron al barón conservador Barceló y Ortiz decidió intervenir la provincia de Buenos Aires. Aparentemente, la elección tuvo tantas irregularidades como una ruta provincial. Y eso que los radicales también tenían su facilidad para movilizar gente a cambio de cosas. Recuerden que dije que una cosa son las ideologías y otra la utilización que se hace de ellas para darle respaldo ideológico a prácticas anteriores.

De más está decir que a Fresco no le cayó muy bien el asunto. Y si bien los conservadores se salieron con la suya cuando Ortiz, acechado por la diabetes y la ceguera, renunció en favor de Castillo, pronto llegaría el golpe de Estado que se autodenominó de 1943. ¿Qué postura tomó Fresco frente a los militares que derrocaron al gobierno de su propia identidad política? Los apoyó. ¿Qué hizo para las elecciones de 1946? Le prestó su partido a Juan Domingo Perón.

José Emilio Visca fundó un par de diarios en Zárate para bancar el discurso conservador. Ocupó cargos tanto en Zárate como en Pergamino y fue dos veces diputado provincial por el Partido Demócrata Nacional entre 1931 y 1940. Luego fue diputado nacional en 1946. Por el Peronismo, claro. Peronista de la primera hora, no tenía idea de cuáles eran las diferencias de criterios, pero se adaptó tan rápido que presidió la comisión parlamentaria encargada de allanar todos los periódicos críticos. También fue constituyente de 1949, algo no muy conservador que digamos, pero qué se le va a hacer.

Héctor Cámpora, mucho antes de convertirse en “El Tío”, militó activamente en el Partido Conservador de San Andrés de Giles. Por ahi andaba hasta que su amigo Visca le dijo que el colectivo ya no paraba ahí, sino que se detenía en la otra esquina, ahí donde estaba la foto de Perón.

Jerónimo Remorino puede que suene de algún lado a los más veteranos, pero dudo mucho que lo recuerden como secretario privado de Julio Roca Jr, el vicepresidente del pacto Roca-Runciman durante los gobiernos conservadores de la Década Infame. Miembro activo del Partido Demócrata Nacional, ya estaba en la estación cuando llegó el tren justicialista: fue director de la Flota Mercante Argentina, luego director del Banco Central de la República Argentina, más tarde embajador en Estados Unidos en 1948, después lo mismo pero en la Organización de los Estados Americanos en 1949, desembarcó en la Organización de las Naciones Unidas al año siguiente y se convirtió en el canciller argentino desde 1951 hasta el derrocamiento. Como dato de color, fue el que intentó poner paños fríos en la relación entre Perón y la Iglesia. Intentó.

El listado es tan largo como lo puede ser el de partidarios de la Unión Cívica Radical que también saltaron de bando, pero este costado está más estudiado porque al peronismo naciente le parecía más mostrable un vínculo de movimiento popular con el Yrigoyenismo que uno con los conservadores de la infame década pretérita a la que venían a vengar.

Todos los mencionados fueron conservadores que supieron “leer la hora de los pueblos” y adhirieron al peronismo. Tanto adhirieron que la mitad todavía son íconos del folklore peronista, como Ramón Carrillo, el único afiliado al Partido Demócrata Nacional que apareció en un billete de curso legal. De hecho, el caso de Carrillo es paradigmático, dado que todos los conservadores que saltaron al peronismo tenían una variable en común: no estaban de acuerdo con la candidatura presidencial de Robustiano Patrón Costas. Carrillo, sí.

Si venían del Partido Conservador, garante de la Década Infame que dio impulso al discurso emancipador de Perón, es un dato que solo podía importarle a los intelectuales. En lo práctico, ellos estaban con el pueblo y garantizaban votos. Y si el cliente tiene siempre la razón, cómo no venderle lo que el cliente quiere: ahora somos todos peronistas. Por eso es que no se habla de un gobierno conservador, porque fue y no fue a la vez: depende de a qué dirigente busquemos, aquel primer peronismo fue popular para el pueblo, industrial para los industriales, corporativo para los sindicalistas, cristiano para los católicos y así. Si alguno critica que los conservadores pusieron los votos legislativos para reformas laborales a las que se habrían opuesto tan solo unos años antes, es que no entiende la coyuntura imperante que impone la necesidad de adecuar al país a estos tiempos modernos que requieren estar a la altura que la historia nos demanda blablablá.

El tiempo pasa y la historia no cambia. Todavía hay quienes señalan a los liberales económicos por haber aportado un ministro de Economía a la última dictadura, cuando los partidos tradicionales tuvieron el país regado de intendentes. La historia volvió a repetirse a principios de los años noventa cuando el liberalismo concentrado en la conservadora UCeDé saltó al oficialismo justicialista. Y no fueron solamente don Álvaro y su hija María Julia, sino también gran parte de la juventud, como un jovencísimo Sergio Massa que todavía vivía en San Martín.

Por eso no me genera ningún sentimiento contradictorio cuando “abrazan las ideas de la libertad” gente más kirchnerista que usar el avión presidencial como delivery de periódicos. Porque para el emprendedor de la política, la ideología es la nueva tendencia de la temporada primavera-verano, una moda a la que hay que adaptarse para no cerrar el kiosco, un producto que hay que tener sin saber cuánto va a durar, como las hebillas para el pelo con patitos.

Cierta vez me agarró un ataque de periodismo intempestivo y le pregunté a un vendedor ambulante en el Belgrano Norte cómo funcionaba el asunto, si un día me ofrecía lapiceras y al siguiente pasaba con barras de chocolate. El sistema es tan sencillo como maravilloso. De madrugada se juntan en un punto de acopio y salen a vender lo que ese día está disponible. El resto, como Brandoni en El Verso: pura improvisación verbal de mercadeo callejero.

No es tan distinto en la política de territorio, salvo esas notorias diferencias en el poder adquisitivo. Si Néstor Kirchner dijo en un acto público que Menem es el mejor presidente de la historia, no es una contradicción. No, al menos, desde su punto de vista de vendedor ambulante: era el producto del momento. Punteros de barrio que se cagaron a tiros por Herminio, Luder o Cafiero, ahora lo hacían por ver en Menem al salvador de la felicidad del pueblo y más tarde lo harían por la cruzada de Néstor y Cristina contra los horrores heredados del neoliberalismo menemista.

Pero como hay que otorgar el beneficio de la duda de no saber qué pasaba –hay gente lenta para procesar–, puedo citarles el caso más paradigmático.

De 2003 en adelante se utilizó el latiguillo “La Alianza” como mancha venenosa. Patricia Bullrich –gran emprendedora de la venta ambulante– era “La Alianza”, las opiniones de Ricardo López Murphy eran las de “La Alianza”, los que integraban el PRO de aquellos años, eran “La Alianza”. Y lo cierto es que en el gobierno de los Kirchner S.A. estuvieron Martín Sabbatella, Juan Manuel Abal Medina, Nilda Garré, Diana Conti, Majito Lubertino y un largo listado aliancista hasta llegar al paradigmático caso de Aníbal Ibarra, que en 2003 era Jefe de Gobierno electo por la Alianza y se presentó a la reelección aliado a Néstor Kirchner. ¿Todos ellos creyeron en los ideales de cambio de época de De La Rua y se convirtieron por un acto de iluminación digno de San Agustín o cambiaron el producto a ofrecer porque la gente ya no compraba llaveros con insultos pregrabados o lapiceras de diez colores, dos por diez pesitos, aproveche ahora que se acaban?

También podría agrandar el combo por 50 centavos si les digo que el Jefe de Gabinete del gobierno que ancló su discurso en oponerse al gobierno del mismo partido en la década anterior fue el armador de la lista de Domingo Cavallo, opositora en la ciudad a la de la Alianza. De hecho, en ese listado de legisladores porteños estaban Diego Santilli, Alberto Fernández, Víctor Santa María, Elena Cruz, Pimpi Colombo, Julio Vitobello, Jorge Argüello y Marta Oyhanarte. Y si les cuento que, a la salida del experimento de la Alianza y antes de que tomara la sartén Néstor Kirchner, Cristian Ritondo era el secretario de Seguridad de la presidencia de Eduardo Duhalde, es que al combo le agregaron un cono de helado.

Por eso es que me cuesta tanto, pero tanto confiar en alguien que quiere dedicarse a la política. Porque en lo que para ellos es un juego de apuestas, a nosotros se nos va la vida. Acabo de mencionar a nombres de hace un siglo o de hace tres décadas. En todos los casos, tuvieron sobrevida política hasta que los retiró La Parca.

Ahora que las listas se arman con gente que fue menemista, kirchnerista, macrista, cristinista, kicilofista, camporista o todo junto, cabe recordar que no es una cuestión de ideales: es el producto a vender. El vendedor ambulante, por sobre todas las cosas, busca sobrevivir. Por eso le pone toda la garra a vender cosas que hasta esa misma madrugada no sabía ni que existían.

Cuando ocurrió el cierre de listas en la provincia, hubo tantos heridos como festejantes. ¿Quiénes salieron heridos? Los que creyeron en proyectos políticos al punto de ponerle el pecho. ¿Quiénes festejaron? Los vendedores ambulantes de la ideología de turno. Ni los PRO más puros ni los libertarios más militantes tienen un tronquito de una porción de pizza para festejar tamaño bacanal. La bandeja se la llevó la empleada y hoy se encuentran todos en estado de shock frente a lo inevitable.

Algunos dirán que el purismo ideológico es un delirio que nunca lleva al Poder a nadie, pero una cosa es la conciliación de puntos en común y otra muy distinta es que el único punto en común sea la conservación del Poder. Por otro lado, así como otros líderes carismáticos se cargaron a la militancia cuando llegó la hora de tomar partido, no sé qué se podía esperar de un ámbito que se autodenomina liberal, adhiere a una supuesta derecha cero respetuosa de otras formas de ver y vivir la vida y se nutre de la familia Menem que, por si alguno estuvo ausente en el Planeta Tierra los últimos setenta años, viene del Partido Justicialista. En la convergencia que llevó a la Presidencia se dieron un montón de factores extras a “este es un disruptivo que llegó a través de las redes, sin aparato, sin partido, sin nada”. Perón también llegó sin partido, lo que solo un neófito podría suponer es que no tenía a nadie detrás ni gente que le preste plataformas. Y esos favores se devuelven.

Quedará para otro análisis propio de la antropología social si el electorado masivo siempre fue conservador o tan solo quiere rápido lo que le cuesta un huevo y, si en el medio sólo alcanza para señalar culpables en otro lado, nos conformamos con eso. Ocurren reformas en el medio, sí, que de algo hay que agarrarse para sostener los discursos, pero no pretendan demasiado cuando la base de cualquier electorado estará siempre, pero siempre en los mercaderes de la política, los vendedores ambulantes, los Barceló con sus Ruggeritos, gente que puede ser conservadora, radical, radical conservadora, peronista, gorila, militarista, golpista, demócrata, radical nuevamente, peronista menemista, aliancista, peronista kirchnerista, macrista, peronista otra vez y, por qué no, libertaria de la primera hora.

Por lo pronto, queda cada vez más claro que la ancha avenida del medio es, en realidad, un estacionamiento de autos que no salen a ningún lado. El que no compra los polos, no vota. El que no forma parte de algún kiosco que debe ayudar a mantener, no vota. El que no observa este fenómeno como uno –al menos uno– de los factores de ese récord de ausentismo, tampoco debería votar.

Sin embargo, nunca dejará de sorprenderme el fenómeno electoral del votante instruido, una intriga indescifrable de personas lúcidas, híper informadas, con una educación privilegiada y que, en el cenit de su vida, demuestra un entrenamiento superior en el fino arte de deglutir bufónidos. Eso o no queda otra que pensar que de las listas de candidatos sólo les jodía que las encabezara La Señora.

Es cuanto menos risueño que el Presidente se enoje porque le cortaron la luz cuando no se vio perjudicado –sus listas ya habían sido presentadas– y trate de “imbéciles” a los que “acusan de violentar a la República porque los modales no son de su agrado”. Según el mandatario, quienes tienen esa mala costumbre de hablar de república en una república “no dimensionan el monstruo que enfrentamos”. No creo que por monstruo se refiera a Edelap ni al que bajó la palanquita del disyuntor, sino a un supuesto aparato kirchnerista. Uno que te acompaña en la buena racha y luego cambia de mesa del Casino para acomodarse al lado del nuevo ganador de la ruleta. Y esa mesa hoy está pintada de violeta, pero todavía se puede escuchar hablar de lealtad para calmar a los que cagaron. Incluso, si prestan atención un rato, se puede leer a la gladiadora del liberalismo del multiverso decir la frase nunca jamás escuchada en ningún lado para contestar las críticas de haber llenado el espacio de arribistas: “el que cuestiona a los candidatos del Presidente, cuestiona al Presidente”.

La explicación más insólita recibida a cuáles eran los límites de la “tábula rasa” que el presidente esgrimió tras la primera vuelta de 2023 –y que Adorni explicó como “están las puertas abiertas a todo aquel que quiera abrazar las ideas de la libertad sin importar de dónde venga”– la escuché hace unos días en alguien que me recordó que Mario Vargas Llosa pasó de la izquierda sesentista latinoamericana al liberalismo. Me citaron a un Premio Nobel como parámetro de cambio ideológico. Y uno que desconfiaba de la calidad intelectual del Nene Vera y de Sebastián Pareja.

P.D: Para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, aproveche que volvió a estar de moda el partido político construido desde el Estado con fondos del Estado, como en los mejores documentales, en los comercios pueden llegar a pagarlo dos o tres recesiones devaluatorias, hoy, y solo por hoy se lo dejo a una recesión. Aproveche que no sé cuánto se lo cobraré mañana. Puede mirarlo, probarlo…ahí le llevo uno, sí… ¿Alguno más por acá?

© Relato del Presente

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