Hoy hemos alcanzado a la ciencia ficción. Este género de la literatura y el cine han devenido en un realismo y en un objetivismo difíciles de imaginar en tiempos pasados.
El futuro nos ha dado alcance. Nada es ahora más objetivo y previsible que la realidad cotidiana como ciencia ficción, aunque sus efectos y estragos no sean pura literatura y se padezcan concretamente en los
cuerpos. Por Antonio Gutiérrez (*)
La película norteamericana “Guerra Mundial Z” (World War Z) del director Marc Foster, basada en la novela homónima del escritor Max Brooks, trata de una pandemia de zombis, especie de muertos vivientes, causada por un virus contagioso que amenaza destruir a la humanidad. El film, estrenado en 2013, adquiere hoy en varios aspectos un progresivo realismo y una creciente verosimilitud.
Habrá que ponerse a pensar de nuevo. Hemos entrado en otra dimensión y no nos hemos dado cuenta. Ya no estamos ante un simple cambio o transformación civilizatoria, sino fundamentalmente ante una mutación antropológica cuyos alcances comienzan a aparecer en el presente: sujetos deshistorizados, desculturizados, habitantes de un eterno presente sin dimensión temporal ni autoconciencia, análogos de algún modo a los zombis de la película. El film es por ahora una metáfora, aunque no tanto. Y hasta es posible que en algún momento quede corto.
Las anteriores categorías del pensamiento, las conjeturas de la sociología, los análisis políticos, ya no alcanzarían para dar cuenta de algo que se ha precipitado, a manera de lluvia tóxica (como en la serie El Eternauta) o de invasión viral, sobre la superficie contemporánea y que tiene que ver con el encuentro con lo real, con aquello irreductible al orden del significante, con lo imposible de ser tramitado por lo simbólico. Podríamos a la vez decir: lo real nos ha dado alcance y nos ha atrapado en sus redes. Lo simbólico ha retrocedido y corre el riesgo de ser inoculado, destruido, convertido en un puro real.
En mi libro “La precipitación de lo real”, Ediciones Diagonal, de 2005, ya planteaba que la tecnología podría irse de las manos y adquirir “vida propia” y que en esas circunstancias los seres humanos observarían esa segunda naturaleza, esa naturaleza no natural, valga el juego de palabras, como el hombre de Naerdenthal observaba las tormentas y los huracanes, en estado de perplejidad y azoro y sin poder entenderlos ni explicarlos. Llegados a ese punto, habríamos arribado a una nueva Edad de Piedra, aunque la puerta de entrada, la piedra, de la caverna se abriera en ese caso con control remoto. Algo de esto empieza quizá a ser avizorado a partir del desarrollo de la Inteligencia Artificial, capaz de crear sus propios programas e inclusive de negarse a aceptar las modificaciones que la empresa madre pudiera realizarle. La tecnología, como el superyó freudiano, y como la fase actual del discurso capitalista, puede tornarse caprichosa. La invasión puede ser del mal sobre la tierra.
Pero la realidad como ficción no es algo nuevo, por supuesto. Ya en la novela “Los siete locos”, de Roberto Artl, aunque no constituya una ciencia ficción, sino un realismo articulado con las vanguardias, se dice la realidad argentina y en buena medida se explica la situación actual del país.
Roberto Arlt, a diferencia del socialismo simplista de la literatura del grupo de Boedo (grupo al que sin embargo estaba próximo, aunque también lo estuviera del grupo de Florida), complejizó en su obra la realidad y señaló en sus personajes (Silvio Astier de "El Juguete Rabioso" o los personajes de "Los siete locos", etc.) la búsqueda de la reafirmación del ser a través del mal, la reivindicación personal por medio de un daño causado, real o imaginario, a la sociedad en la que viven o a su propia clase social a la que detestan.
El "Más allá del principio del placer" freudiano, está instalado casi como argumento en las novelas de Arlt. El personaje Silvio Astier intenta quemar el negocio de su patrón, le prende fuego a un mendigo en la calle, delata a un amigo, etc. En definitiva, la delación y el mal como modalidades del goce perverso. Los personajes de "Los 7 locos": el Astrólogo, Erdosain, el Rufián Melancólico, etc., quieren hacer una especie de "revolución" (de la que ni siquiera saben bajo qué signo ideológico se inscribirá), una "revolución" no como salida colectiva ni como justicia social, sino como práctica del mal y aversión a la sociedad a la que pertenecen.
Todos ellos son lectores de folletines, en sus devenires se mezclan las letras del tango, los refranes populares, el lunfardo, las crónicas policiales, los anales delictivos, la realidad como ficción. La ficción como poder y estrategia fallida, en el caso de los personajes arltianos, para cambiar la realidad adversa. La imaginación y la fantasía ocupan un lugar primordial en esos personajes, todos ellos sueñan y fantasean con ganar fortunas sin trabajar u obtener sitiales sociales significativos, apuestan entonces al golpe de suerte, al azar, a la invención, al juego e inclusive al delito. El joven Silvio Astier lee crónicas policiales y sueña con ser un día como un tal Rocambole, un célebre delincuente francés al que admira. A todos ellos los asiste la lógica del fracaso, la vuelta contra sí mismos, la repetición que insiste en sus vidas y que los confina al lugar del que no pueden salir.
Ricardo Piglia, en su libro "Crítica y ficción" afirma que en "Los siete locos" queda dicho lo esencial de la realidad argentina. Yo creo que Roberto Arlt se quedó corto y que esa impiedad, esa subjetividad propia de los personajes arltianos, esa crueldad como reafirmación de la existencia, están hoy exacerbadas. Lo pienso luego de leer, y escuchar, acerca del supuesto ataque verbal del primer mandatario a un niño con autismo al que llamó "ensobrado".
El virus de la invasión ha sido inoculado, los zombis han comenzado a gobernar el planeta. Resta saber que haremos ante ello.
(*) Escritor y psicoanalista
© Antonio Gutiérrez - Agensur.info
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