Por Sergio Suppo
El viento tóxico que suele cubrir el final de todas las campañas electorales arrastró esta vez torpezas con pocos antecedentes entre la hojarasca de viejas ruindades.
El viento tóxico que suele cubrir el final de todas las campañas electorales arrastró esta vez torpezas con pocos antecedentes entre la hojarasca de viejas ruindades.
El kirchnerismo decidió recordar su existencia cuando descubrió que la presidencia de Javier Milei está en el peor momento desde diciembre de 2023. Sus jefes, dispersos y enfrentados, se sienten obligados a mandar al frente a los suyos sin considerar un dato de primera importancia.
La Argentina siempre tendrá realidades paralelas. Tres gobernadores de los territorios más mileístas de la Argentina creyeron haber encontrado un antídoto contra una temida avalancha de votos libertarios. Ajeno a esos ensayos, Milei flotó esta semana entre los premios en cenas de gala, un avance importante para un acuerdo con el FMI, el privilegio de asistir a la asunción de Donald Trump y el regreso como una figura llamativa al Foro de Davos.
Como Raúl Alfonsín reconoció de sí mismo, tampoco Mauricio Macri supo, pudo o quiso aprovechar la enorme oportunidad que se presentaba con el renovado fracaso del kirchnerismo.
Siempre hubo hombres puente en la política argentina. En 2015, Elisa Carrió hizo un claro gesto de acompañamiento y aceptación a Mauricio Macri y provocó un acercamiento decisivo del radicalismo al entonces jefe de Gobierno porteño.
Mirado a una cierta distancia, el costado más ruidoso del régimen libertario tiene poco de la novedad que proclama y bastante de viejas manías enraizadas en la decadente cultura política que promete erradicar.
“Creo que lo odié a José López en ese momento, como pocas cosas en mi vida”, dijo Cristina Kirchner el 14 de septiembre de 2017. Quince meses antes, su exsecretario de Obras Públicas había dejado bien claro que no eran ficción, sino cruda realidad, las informaciones que señalaban que había funcionarios kirchneristas que arrastraban bolsos llenos de dinero de la corrupción.
Amparado por el deseo y la confianza que siguen depositando en él casi todos quienes lo convirtieron en presidente seis meses atrás, Javier Milei camina sobre el quebradizo piso de cristal de un país inestable. Ese piso crujió con insistencia en las últimas semanas hasta acrecentar las ilusiones destituyentes del peronismo.
Javier Milei, genio y figura, salta por encima de las reglas básicas y lo celebra. Es su forma de construir y destruir poder, llamativa y explosiva, a imagen y semejanza de otros líderes de estos tiempos. Hasta lo supuestamente nuevo ya tiene escrito su manual de uso.
Entre los escombros del sistema político, quedó enterrada una de las más persistentes falsedades de la mitología peronista.
Un país atribulado por una crisis sin gobierno ni final está dispuesto a provocar mañana un terremoto político de dimensiones desconocidas. El cuadro es tan complejo que hasta los pronósticos carecen de sentido. Nadie puede saber hoy qué destino elegirán mañana para sí mismos los argentinos.
Un terremoto sigue a otro en la semana más dramática del gobierno que se va. Y ninguno de esos notables impactos cesaron; por el contrario, se han ido acentuando en un rumbo acelerado de final incierto.
Como en el momento de su aparición nacional, dos décadas atrás, el kirchnerismo vuelve a encontrarse en problemas con los votos. No tiene los que necesita para retener el poder y se obstina en negar la elemental validez de la voluntad popular en las elecciones que pierde.
La política argentina ingresó en un ciclo nuevo, aunque todavía nada es definitivo. Las decisiones de Cristina Kirchner y Mauricio Macri de no ser candidatos presidenciales expresan más una oportunidad para otros que un desenlace sin retorno.
Aquella primavera llegó cuando era todavía invierno. Joan Manuel Serrat volvió a pisar los escenarios argentinos en junio de 1983.
Cuando cantó en Buenos Aires, Rosario y Córdoba, aquellos jóvenes de hace 40 años respiraron por primera vez la libertad que él cantaba en los poemas de Miguel Hernández.
La última foto los muestra distantes, pero expectantes. Separados y enfrentados como siempre, aunque interesados en mostrar que siguen marcando el pulso de sus respectivas coaliciones políticas.
Mientras en algunos sondeos sube el rechazo a que vuelvan a ser candidatos presidenciales, al mismo tiempo Cristina Kirchner y Mauricio Macri insinúan un despegue de esa alternativa. Por ahora.
Ocurrió hace diez días en el Coloquio Anual de la Unión Industrial de Córdoba, uno de los foros empresariales más importantes del interior del país. Subió al escenario el secretario de Industria, Ignacio de Mendiguren, y expuso sobre la situación de la producción. Dio un amplio detalle, mencionó datos, cifras, citó la evolución de distintos sectores.
Juan Perón utilizó en 1948 una frase de Aristóteles para explicar el aumento del precio de los alimentos que exportaba la Argentina con una sentencia que luego utilizaría muchas veces como si fuese propia.
La Argentina de la confianza pulverizada devora funcionarios a la peligrosa velocidad en la que el poder se licua en segundos.