domingo, 26 de enero de 2020

La ley de la manada

En busca de culpables. Los rugbiers y el alcohol son solo la punta del iceberg del hecho.
Por Sergio Sinay (*)

"Esperemos que su período de inmersión en la locura de grupo no coincida con un período de la historia de su país en que puedan poner en práctica sus ideas criminales y estúpidas”. Así se dirigía a los jóvenes la escritora británica Doris Lessing (1919-2013), premio Nobel de Literatura 2007, en un ciclo de conferencias dictado en 1985 bajo el título general de Las cárceles elegidas, transmitido por la cadena radial canadiense CBC. 

Lessing terminaba su charla con estas palabras: “Comprenderán perfectamente cómo las personas cuerdas en los períodos de locura pública pueden asesinar, destruir, mentir y jurar que lo negro es blanco”.

Como si hubiera estado dedicada a la banda de jóvenes rugbiers asesinos de Villa Gesell, esta conferencia da una pauta para entender la abominable acción de esta manada de homicidas. Si nos quedamos con que la culpa final es del rugby o del alcohol, como se insiste en estos días, con esa facilidad para simplificar, banalizar y reducir temas complejos a explicaciones simples, costumbre tan propia de nuestra sociedad (medios incluidos), ocurrirá lo de siempre. La cuestión se olvidará en cuanto aparezca un nuevo tema para polemizar y trivializar. Seguramente algo tiene que ver el rugby que, como parte de la sociedad, ha ido desvirtuando en la práctica los valores que proclama de palabra. Y mucho más el alcohol, principal adicción de los argentinos según acaba de informar la Sedronar, cuyo consumo crece y su publicidad no respeta edades, ni valores, sale de modo perverso a la caza del mercado joven e invade impunemente el campo de los deportes, último reducto en el que se la debería permitir. Se trata, además, de una adicción celebrada y estimulada, y quien se niegue a ella puede ser objeto de burlas y exclusión por parte de manadas intolerantes y violentas, como se vio recientemente en un execrable aviso de la cerveza Brahma.

Pero todo esto es solo la octava parte del iceberg, la visible. Es necesario explorar en las otras siete que permanecen bajo el agua. Hay manadas de todo tipo en la Argentina. Manadas de corruptos que depredan sucesivamente al Estado, manadas de barras bravas en el fútbol, manadas financieras que se llaman mercado, manadas de violadores, manadas de xenófobos, manadas de racistas, distintas manadas de discriminadores, manadas de cobardes (si bien la cobardía es constituyente de cualquier manada) que se dedican a mentir, descalificar e insultar en las redes sociales, manadas de asesinos al volante en las calles y rutas, etcétera. Cada una tiene su propia ley y desconoce la ley general. Cuando una sociedad está gangrenada por la anomia, cuando su justicia es una caricatura y el porvenir se ofrece vacío, por mucho consumo que se procure insuflar y mucho adelanto tecnológico del que se pretenda disfrutar, se pierde toda noción de comunidad, de alteridad, y se entra en un proceso involutivo en el desarrollo individual y colectivo. Se retrocede decenas de milenios para regresar a etapas prehistóricas, en las que el “nosotros” contra “ellos” es la ley de la vida (o de la supervivencia).

Los asesinos de Villa Gesell resultaron lo suficientemente imbéciles como para actuar literal y salvajemente, sin maquillaje, todo eso que aprendieron de sus mayores y de la sociedad en general. No inventaron nada, siguieron ejemplos. Otros tiran corderos desde helicópteros y abajo los reciben y celebran. Llega un punto de la descomposición social en que la vida de un chico o la de un cordero, y el tratamiento que reciben, es igual. No valen nada. El horror colectivo ante esto tiene un tufillo hipócrita. Mientras los canallitas de Villa Gesell reciben su castigo (si no hay lobbies que lo impidan, porque todo puede ocurrir) la sociedad no debería darse por satisfecha. Sería pertinente aprovechar la oportunidad para que todos nos preguntemos, especialmente los adultos, qué ejemplos transmitimos, a qué manadas pertenecemos y cómo actuamos no solo dentro de ellas sino contra otros. Por supuesto, esta simple propuesta puede convertir a quien la formule en blanco inmediato de algún tipo de manada.

(*) Periodista

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