El revisionismo del Gobierno surge
como admisión de errores. Fuego cruzado contra la ex presidenta.
Por Roberto García |
Hizo honor al título:
Cambiemos. O, para aparentar modestia por errores propios, decidió aceptar una
carencia de su gobierno –reflejada en medidas poco explicables por abuso de
decreto (jueces de la Corte, privilegios para la Capital Federal)– e hizo
montar un cordón sanitario para cubrirse de eventuales equivocaciones. Difundió
entonces un equipo alternativo de protección constituido por
él mismo, sus ministros Peña y Frigerio, más Monzó en
el Congreso, que borocotiza a la oposición.
Si a Macri le
objetan que faltan política y pensadores en su administración, ahora intenta
reparar esa ausencia con un staff arrancado del mismo fondo de
su cacerola, ya que especímenes de ese rubro no abundan en su mundo de Ceos.
Para muchos, es un rasgo
de humildad, alejado de su caprichosa antecesora: corrige cuando algo
sale mal. Y con urgencia. Otros dirán, en su contra, que afortunadamente
eligió la política como generosa actividad, ya que en otras profesiones –la
cirugía o el espionaje– de los errores no se vuelve, se pagan. O los pagan
otros.
Rectifica el Presidente:
tarde descubre la inflación indócil y amenaza con castigar a
empresarios ventajeros desde el Estado, luego de suponer que éstos lo iban a
acompañar en el sacrificio. Tan iluso como Pugliese y como creer ahora (sin
atender la experiencia del BCRA de Adolfo Diz & Cía.) que la inflación es
sólo una cuestión monetaria y que secando la plaza se resolverá el problema:
sin plata no se mueve la aguja, nadie compra, nadie vende, aseguran. Cierto
pero efímero, reflexión para el facilismo de alguien que aumentó brutalmente
los impuestos en su gestión porteña (también en la
actualidad), tuvo un déficit como el de Cristina y se endeudó como Daniel
Scioli. Pero no hay quien mencione estos datos; además, sería políticamente
incorrecto: ese alerta, hoy, es como advertir que Néstor Kirchner se
había tragado mil millones de dólares de Santa Cruz cuando asumió el gobierno
nacional. Nadie quería escuchar. Más novedades y cambios promete Macri para
el 1º de marzo, fecha de un discurso –se supone– que tendrá una densidad
superior a la proclama religiosa del día de su jura. Ya pasó el verano para
entonces, se viene el invierno, como Alsogaray.
Quizás revise el
mandatario otro bache obvio, no sólo el político. Aunque abundan los expertos
en el Gobierno, pagos y contratados, se admite que falta un team o un
protagonista que explique, haga docencia, unifique mensaje, convenza y persuada
a la población sobre los actos de gobierno. Y soporte los rayos. Con
Macri no alcanza, y para los otros de su vera no es una ciencia la
especialidad de la comunicación política. Esa asignatura elemental no figuró en
el manual cuando Juan José
Aranguren anunció el sablazo, los aumentos de tarifas
eléctricas, ni contar siquiera con la solidaridad pública de otros
funcionarios, no vaya a ser que los contagiara el cataclismo negativo de las
subas. Se expuso en solitario, como si fuera del gobierno de otro país y, por
falta de versación, la complejidad de las medidas quedó relegada a la
interpretación osada de los técnicos del periodismo. Patético.
Se cree que ese tipo de
fallas en lo político serán resueltas por la intrusión de un nuevo comité que
se añade a otro más íntimo e influyente que acompaña a Macri desde hace varios
años, integrado por el empresario amigo Nicolás Caputo,
el ex intendente Carlos Grosso –a quien mantienen en reserva para
evitar complicaciones como las que padeció como asesor de Adolfo Rodríguez
Saá–, el propio jefe de Gabinete Peña, el excéntrico divo Jaime Duran Barba y
su colaborador de campo, Santiago Nieto, quien aporta porcentajes de lo que la
gente quiere, desea o detesta del Gobierno. Son ellos los que han compartido
atrevimientos personalistas de Macri que naufragaron en minutos y, ahora, en
una línea revisionista de sus propios consejos, hasta quizás alteren el
criterio inicial de no desempolvar el pasado inmediato, evitar revanchismos o
cargar culpas sobre el legado cristinista. Ese mandamiento se fisuró por la
dimensión deficitaria de la herencia y la realidad de que son demasiadas las
tinieblas para tener los ojos y la boca cerrados. A sesenta días, Macri afirma
ahora que es más grave el despilfarro que la corrupción recibida,
otro descubrimiento adolescente y cuestionable.
Fracasó la estrategia
del borrón y cuenta nueva que se amparaba –dicen– en la debilidad legislativa
del Gobierno, sin atender a que un frágil Néstor Kirchner consolidó su capital
político en la provincia y en la Nación al instalar la lógica del
amigo-enemigo fomentada por Laclau, dividió y sancionó a la población, creció en suma
a costa de la ofensa y el agravio impotente a Menem, De la Rúa y al propio
Duhalde. Cristina, a su vez, incrementó esa ferocidad del método al apropiarse
de la “patria” reservándole la “antipatria” a quien no compartía su estética.
Rara la primaria actitud de la cúpula macrista por no repetir ese mecanismo
binario, ya que siempre reconocieron, con admiración, la animalidad política de
los Kirchner. Cambiemos cambió, sin embargo, con el quiebre del bloque
opositor, sea por la obvia ayuda oficial y por lo que sabía el país sin
necesidad de encuestas: el peronismo no es Cristina, menos la
imberbe monotonía de los camporistas, mientras la autoridad de la dama en situación
de retiro se deshilachaba con la pérdida del poder. Esa fracción empieza a
estar más aislada que el dengue.
Flota la rabia en las
inmediaciones de la ex, Estela de Carlotto no
la reconoce como amiga, le retiran cuadros del finado, le cuestionan la
oficina al nene, investigan al que donó presuntamente el sarcófago y se le van
dilectos como Diego Bossio, una de sus promesas en la Rosada.
Era previsible: siempre
cuestionó el entorno muchachista, de Kicillof a Larroque. No
alcanza con descalificarlo, como hace Máximo con su corte, cuando juntos hasta
deben haber comprado jugadores para Racing. O hacerlos comprar, en todo caso.
Tampoco aporta acusar de “traidores” a los que parten a nuevas tierras,
utilizando la misma prédica de quienes en los 70 se servían de ese mote para
hacer campaña o matar compañeros (Rucci fue uno de los ejemplos). Olvidan que
se puede liquidar con palabras o armas al que piensa, no lo que piensa.
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