domingo, 23 de agosto de 2015

Otra infamia de Iberia

Por Arturo Pérez-Reverte
Hace cuarenta y cinco años que viajo en aviones, y he visto de todo, incluso subir o bajar de ellos mientras a los pasajeros, con sus maletas a cuestas, les pegaban tiros. En cuanto a compañías aéreas, el caso más pintoresco me ocurrió en el Congo, cuando al llegar a un aeropuerto perdido en el ojete del mundo, con todo en regla, una azafata con gorrito de leopardo me dijo que el avión se había llenado y se había ido, como si fuera un autobús, y me quedé una semana allí con cincuenta grados a la sombra, mirando cómo los lagartos hacían flexiones.

Lo curioso es que ese incidente, que tuvo lugar en el Congo en los años 70 y que en su momento era, incluso para África, un disparate, se da hoy con normalidad en todos los aeropuertos del mundo. Forma parte del trato infame que las compañías aéreas suelen dispensar a unos pasajeros a los que maltratan y desprecian.

El llamado overbukin, o como se escriba, es el rey del mambo. Minuciosa e impunemente planificado por una panda de hijos de puta desde sus confortables despachos. Si el de usted es un vuelo muy solicitado y no espabila, se quedará en tierra. Si el vuelo espera pasajeros en tránsito, también va listo: la compañía habrá vendido tantas plazas extra como pasajeros vienen de enlace, para evitar asientos vacíos si ese enlace no llega a su hora. Antes del verano, por ejemplo, fui testigo de un episodio infame. Por suerte no afectaba a mi vuelo; pero estuve echando un vistazo, a ver cómo acababa. Y acabó como para pegarle fuego a los mostradores. Cuéntelo, señor Reverte, me dijeron dos chicas jovencitas y desesperadas. Por lo menos, que se sepa. Vénguenos. Y en eso estoy. En vengarlas.

A ver si lo cuento rápido. Las chicas no van de vacaciones, sino a un congreso profesional en La Habana en el que se han inscrito pagando una pasta. Para asegurarse, no viajan con compañías de bajo coste sino con Iberia. Llegan al aeropuerto a las 9:00, y a las 9:50 se avisa en las pantallas del chequeo en los mostradores 819 a 889. Las chicas se dirigen al 819, pero un empleado las desvía al 850. Allí, una empleada manda a algunos pasajeros a chequear billete en las máquinas y a otros a hacer cola en los mostradores. A las chicas las mandan a un mostrador donde hay una cola que se sale de las guías. Sólo hay tres puntos abiertos, y la cola no avanza. Pasa el tiempo, hay mezcladas personas de varios vuelos, y la gente empieza a ponerse nerviosa. Desde los mostradores, los empleados de Iberia, que están desbordados y hacen lo que pueden, dicen que no se preocupen, que guarden la cola y que etcétera. Pero sigue pasando el tiempo, la cola no avanza, y algunos empiezan a gritar porque temen quedarse en tierra.

Nuestras dos chicas llegan al mostrador exactamente a las 11:25, y el empleado que lo atiende, con semblante avergonzado, les dice que el vuelo está cerrado. No puede estarlo, dicen ellas, pues hacemos cola desde que el vuelo se anunció en las pantallas. Pues lo está, dice el otro, que está pasando un mal rato. En el ordenador me sale bloqueado, y no puedo hacer nada. Id a Ventas, a ver si os pueden recolocar en algún otro vuelo. Las chicas van a Ventas, donde hay una cola como la de los mostradores, entre otras cosas porque casi toda es la misma gente que estaba allí. Tardan cuarenta y cinco minutos en llegar al mostrador, y la empleada les dice que la compañía no tiene la culpa de que hayan perdido el vuelo. No lo hemos perdido, dicen las chicas, porque llegamos con mucha antelación. Lo que pasa es que no nos han dejado ni facturar. Podíais haber facturado ayer, es la respuesta. Las chicas miran sus billetes del derecho y del revés. Aquí pone que los vuelos se cierran 45 minutos antes de la salida, responden. Si Iberia no es capaz de gestionar un vuelo en el mismo día, debería avisar. Prevenir a los incautos de que esto es una estafa. De todas formas, dice la más práctica de las dos, a ver cómo podemos arreglarlo. Y el arreglo, para viajar a La Habana al día siguiente, consiste en pagar cada una de ellas una penalización de 120 euros y la diferencia con el nuevo billete; pero, como éste es más caro, cada una debe pagar un total de 705 euros: cinco más de lo que costó el billete anterior, de manera que pagan dos veces, y con propina. Y no sólo ellas, claro. Alrededor, una treintena de pasajeros de ése y de otros vuelos se lamentan, desesperados: chicos de 16 años que vienen de Canarias, una señora que no tiene tarjeta de crédito ni dinero para pagarse un hotel, una joven que llama a su madre para ver cómo puede mandarle unos euros...

Vénguenos, señor Reverte, me dijeron. Usted que puede. Y, bueno. Ignoro si esto las venga, pero al menos lo cuenta. Iberia, como digo. Marca España.

© XL Semanal

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