Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Primero plantearon la hipótesis del suicidio, como si un
tipo que se enfrenta en soledad a un régimen teocrático pudiera temerle a los
impresentables del bloque del Frente para la Victoria. Luego, Cristina dijo que
no tenía dudas de que no fue un suicidio. Al igual que su descargo contra la
imputación de Nisman, en lugar de hacerlo ante la Justicia, lo hizo en Facebook.
La monada, mientras tanto, le desea fuerza a Cristina, se ve que algunos creen
que Nisman murió por interponerse entre un asesino y la Presidenta.
Los que quedaron del oficialismo se reunieron a velarse
entre ellos, leer un documento en el que primero defendieron a Cristina y luego
afirmaron que todo se trata de una operación para tapar el boom turístico. No
muy lejos se ubicaron algunos colegas, que en el afán de no perderse la ola –y
porque prefirieron twittear desde el baño que laburar la noche del domingo–
salieron a jugar a ser detectives y caminaron la patente del auto de Nisman,
para luego tirar que no estaba a su nombre y que pertenecía a una empresa que
“sería la fachada” de un ex agente de la CIA. Si en vez de embarrar la cancha
se hubieran detenido a pensar que era un auto blindado alquilado, habrían
frenado a tiempo. A no ser que crean que a Nisman lo mataron por no contar con
la cédula azul.
Mientras las escuchas demuestran que D’Elía es más servicial
y vendepatria de lo que se creía, se acordaron recién hoy de Lagomarsino, que
debería haber sido demorado la misma noche del domingo por decir que le entregó
el arma hallada a un tipo que contaba con otras dos registradas. Al igual que
con la custodia, que dijo que se retiró por su propia cuenta, no está Nisman
para refutar los dichos. Ahora buscan irregularidades en el registro del
edificio. El auto que el sábado anterior merodeaba con cuatro tipos debe haber
llamado la atención de alguien. La fiscal empieza a abordar la teoría del
homicidio y los amigos del periodismo policial dicen que es porque en el lugar
del hecho estaba la división Homicidios de la Federal. Chicos: la división
homicidios va a todos lados en el que haya una muerte dudosa. Y estaban ahí
junto a la fiscal. Si encara ahora la del homicidio es porque ya tiene un 99,9%
de certeza de que no hubo suicidio. Y no porque necesitara demasiadas pruebas,
sino porque está en la mira de todo el mundo y cualquier pelusa que se le
escape, sería una fatalidad.
El colectivo de judiciales chupamedias del Gobierno llamado
Justicia Legítima, que saca comunicados cuando a Gils Carbó le rebotan
disposiciones administrativas, no dijo nada del colega pasado a valores. Gils
Carbó, tampoco. Porque para hablar de ideología donde debería haber
independencia, siempre sobra tiempo. La impunidad, en cambio, los silencia.
Impunidad que cierra un círculo, no el virtuoso que nos propuso Cristina cuando
asumió en diciembre de 2007, pero círculo al fin.
El 26 de junio de 2004, un malón comandado por D’Elía tomó
una dependencia del Estado. Como buen valiente, escudado en la masa el
piquetero copó la Comisaría 24 de la Policía Federal. La comisaría terminó en
llamas –literalmente-, destrozada y hasta desapareció un cuadro de Quinquela
Martín. La Jueza en lo Criminal María Angélica Crotto ordenó desalojar la
Comisaría, el secretario de Seguridad Norberto Quantín dijo que no, al Juez
Oyarbide le pareció más copado lo que dijo Quantín, Crotto denunció a Quantín,
Béliz y José María Campagnoli –por entonces subsecretario de Quantín– y a los
policías que no quisieron acatar sus órdenes. Oyarbide dijo que el hecho no le
pareció tan grave.
Al final, tanta violencia y actitudes penadas por el Código
Penal finalizaron. D´Elía enfrentó el escarmiento del Estado: fue designado
Subsecretario de Tierras para el Hábitat Social. Tuvo mejor suerte que el resto
de los intervinientes: el comisario Greco perdió la carrera, Beliz, Campagnoli
y Quantín se fueron del Gobierno.
Y nos olvidamos.
A principios de 2004, lo de “este gobierno no reprime la
protesta social” todavía no estaba de moda. La Federal llevó a cabo una brutal
represión televisada cuando pasó por arriba a los manifestantes que se oponían
a la sanción del nuevo Código de Convivencia porteño, en julio de 2004.
Problemas con la Secretaría de Inteligencia mediante, Beliz renunció y fue
reemplazado por Horacio Rosatti, quien debería cobrar regalías por haber sido
el primero en decir que no se reprimen las protestas.
Eso de meter en cana a los trabajadores que se manifestaban
contra Repsol en Ensenada, ya no estaría bien. Mandar gente al calabozo por
pedir tres kilos de mondongo a un frigorífico, tampoco. En el camino quedaron
las imágenes de los 102 manifestantes presos, baleados y asfixiados con gases
lacrimógenos, resultado de protestar contra el Fondo Monetario Internacional.
También desalojaron a palazo limpio a quienes ocupaban las instalaciones de la
quebrada farmacia Franco Inglesa.
El Estado decidió reservarse el rol de buenazo y tercerizó el
poder policial en las organizaciones que antes protestaban contra el Estado.
Claro ejemplo de esto fue la contramarcha que organizó D´Elía en contra de la
movilización en reclamo de justicia por el asesinato de Axel Blumberg el 31 de
agosto de 2006. Era la quinta marcha que organizaba un padre que había perdido
a su único hijo. Dos años antes había juntado más de 5 millones de firmas
pidiendo justicia. A Blumberg, cuyo hijo fue secuestrado y asesinado, lo
destrozaron cuando se descubrió que no era Ingeniero. El problema de no ser
Presidente.
Y nos olvidamos de la muerte del hijo, del pedido de
justicia y de la forreada de D’Elía.
En 2005 Ricardo Jaime viajó a España para pasar la gorra
entre las empresas con intereses en Argentina y juntar dinero para la campaña
de Cristina Senadora 2005. Una pequeña contribución, un palito por cabeza, a
voluntad. De aquellos viajes, Jaime también trajo material ferroviario por la
ganga de 1.600 millones de dólares, material que, como corresponde, nunca se
usó. Parte del mismo aún puede verse pudriéndose en terrenos del ferrocarril
Roca como un monumento al choreo. Poco después, el Ministro de Economía Roberto
Lavagna contaba ante la Cámara de la Construcción que tenía registrados al
menos 10 casos de sobreprecios en obras públicas. Salió eyectado y pusieron a
alguien más amiga de lo ajeno: Felisa Micelli.
En noviembre de 2005 una parva iracunda prendió fuego la
estación Haedo del ferrocarril Sarmiento, los trenes, un par de patrulleros y,
de paso, se hicieron la tardecita saqueando los comercios de los alrededores.
Aníbal Fernández acusó a Quebracho, comandada por Fernando Esteche. Menos de
veinticuatro horas después, los muchachos estaban en Mar del Plata para la III
Cumbre de los Pueblos, una joda que se organizó como contrapartida de la IV
Cumbre de las Américas. Mientras Néstor, recién arribado al tercer planeta
desde el sol, criticaba las políticas neoliberales de los noventas, los
muchachos financiados vaya a saber por quién –guiño, guiño– prendieron fuego
algunos bancos, se cagaron a piedrazos con la cana y saquearon algunos locales
de Havanna para traer alfajores a la familia.
Unos días después, Néstor pagaba cash la deuda con el FMI,
con guita obtenida gracias a todos los bonos comprados por Hugo Chávez, quien
fue el primero en arrimarse a los iraníes, a tal punto que condecoró al
entonces presidente persa Mahmud Ahmadineyad.
Para fines de 2006, como caja navideña recibimos como
noticia que la empresa Skanska había pagado coimas para ganar la licitación de
un gasoducto. El gerente de la compañía confesó, pero no pasó nada. El gobierno
intervino Enargas y desplazó a todos los directivos por las cometas, entre
ellos el Pacha Velazco, pareja de Felisa Micelli, a quien muy poquito después
le encontraron una bolsa llena de dólares en el baño de su despacho. Una
inspección de rutina encontró la bolsa. En silencio, Felisa fue desplazada de
su cargo, aunque le mantuvieron la custodia policial.
El juez a cargo de la causa, Guillermo Montenegro, renunció
un año después para asumir como Ministro de Seguridad de Mauricio Macri. Con
él, se llevó a sus dos secretarios, Matías Molinero y Daniel Presti. El fiscal
de la causa, Carlos Stornelli, se fue a cumplir la misma función que
Montenegro, pero con Daniel Scioli. La causa quedó sin juez, secretarios ni
fiscal. En septiembre de 2006, finalizado el juicio contra Miguel Etchecolatz
por crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, la defensa decide apelar
por las inconsistencias del testimonio de Jorge Julio López. López desaparece.
Pasaron ocho años y monedas.
Y nos olvidamos.
Para enero de 2007, el gobierno desplazó a Graciela Bevacqua
del Indec por negarse a dibujar la inflación. Llevamos ochos años de garabatos.
Luego, con el país en campaña, el mangazo electoral para “Cristina, Cobos y
vos” incluyó un millón y medio del Grupo Marsans –por entonces, Aerolíneas
Argentinas no era nacional, popular ni estaba vaciando la empresa, ni se
calentaban en averiguarlo mientras pusieran la tarasca–, valijas voladoras de
visitantes bolivarianos que firman su registro en la Casa Rosada y
narcotraficantes de efedrina.
En 2008, mientras la multimillonaria empleada pública
criticaba a los ruralistas por querer llenarse los bolsillos a costillas del
pueblo, en una de las tantas marchas D’Elía cagó a trompadas a un manifestante
y se abrazó a la Pirámide de Mayo al grito de “la plaza es nuestra, la puta que
los parió”, mientras en Olivos, los carros hidrantes de la policía disparaban
contra una manifestación compuesta, en su mayoría, por mujeres que tan sólo
sostenían carteles. Días después, la Gendarmería se llevaba en cana a veinte
manifestantes, entre ellos, Alfredo De Angeli. Con el conflicto resuelto tras
el voto no positivo de Julio Cobos, las pintadas amenazando de muerte al
vicepresidente por traidor se multiplicaron. Fue el mismo año en el que
Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina aparecieron con las manos atadas
y corchazos en sus cabezas al costado de una ruta. Tiempo después nos enteramos
que Ferrón era socio de uno de los imputados por el tráfico de medicamentos, y
que Forza no podía justificar su exponencial crecimiento patrimonial con su distribuidora,
pero que así y todo, pudo aportar unos 200 mil pesos para la campaña
presidencial de Cristina. Fue también en 2008 cuando se produjo el allanamiento
de una quinta en Ingeniero Maschwitz y la detención de narcotraficantes
mexicanos, o sea, el inicio de lo que más tarde llamaríamos “La ruta de la
efedrina”.
En su momento nos olvidamos. En 2014 procesaron por
narcotráfico al extitular del Sedronar, que debía velar precisamente por una
política anti drogas. El tipo, José Ramón Granero, era amigo de Néstor
Kirchner. Pasó hace unos meses y nuevamente nos olvidamos.
En 2012, la formación Chapa 16 de TBA ex Ferrocarril
Sarmiento no frenó al llegar a la estación Once de Septiembre y murieron 51
personas. El video muestra cómo los vagones que por fuera estaban pintados, por
dentro estaba podridos: una nube de polvo de óxido inundaba el lugar luego de
que el coche numero dos se incrustara dentro del coche cabecera, algo que no
debería haber sucedido con toda la guita que dijeron haber gastado y que nadie
sabe dónde cazzo fue a parar, aunque algo intuimos. 51 muertos, cientos de
heridos, una Presidenta que se esconde y vuelve para decir que ella sabe lo que
se sufre la muerte porque es viuda.
Casi nos olvidamos.
El 2 de abril de 2013 la ciudad de La Plata sufre la
tormenta perfecta. No había forma de que no se inundara, pero sí de mitigar los
riesgos. Pero el radar del Servicio Meteorológico Nacional estaba roto, los
celulares no funcionaban, la luz se cortó y la planta de YPF nacional y popular
no contaba con la dotación de bomberos que sí le exigieron a Repsol. Más de dos
metros agua en media ciudad y frenaron el conteo de muertos en 54. Los
electrocutados, los infartados y los hipotérmicos no contaron. La limpieza del
arroyo El Gato fue encomendada a la cooperativa Néstor Vive en Nosotros por la
módica suma de cuatro millones de pesos a valores 2012. La limpieza nunca se
llevó a cabo. Quizás haya contribuido el hecho de que la cooperativa tenía
domicilio en Escobar y se le complicaba llegar.
El primer helicóptero de rescate en aparecer fue para
llevarse a la mamá de Cristina. El segundo, para traer a Cristina dos días
después. Entre las puteadas de la gente, la Presi afirmó que ella sabe lo que
se siente, porque cuando era chica le entro agua a la casa.
Y nos olvidamos.
Pepe Eliaschev investiga y descubre por sus propios medios
que Argentina estaba negociando con Irán la impunidad del atentado a la AMIA a
cambio de petróleo. Nadie le da bola. En 2013, el Gobierno encara una cruzada
patriótica para establecer un memorando de entendimiento con la República
Islámica de Irán. La idea consistía en que los funcionarios judiciales
argentinos fueran a tomar declaraciones al régimen teocrático que había
condenado a muerte al fiscal de la causa, Alberto Nisman.
Pepe nos había avisado, pero nos olvidamos.
Se cargaron a un fiscal federal y, más allá de todas las
dudas que algunos seguirán teniendo al respecto, la pregunta que más me duele,
la que más me angustia es cuántos anónimos quedaron en el camino sin que nos
enteremos. Si al fiscal de mayor exposición pública que debía declarar ante el
Congreso un par de horas después le hicieron lo que hicieron, lo que habrán
hecho antes y pasó desapercibido.
Más de una vez dije que si les garantizaran la impunidad se
cargarían a cualquiera que molestara. Está claro que exageraba: además de la
impunidad debía darse la situación de desesperación. Desesperación por el poder
perdido, desesperación porque no conciben la vida sin sentirse amos y señores
de los destinos de todo aquel que guste de pisar suelo argentino. Basta ver
cómo reaccionan cuando una opinión viene de alguien que no vive en el país, al
que no le pueden tirar con la AFIP y que reside en un lugar donde no llegan las
cadenas nacionales.
Al mejor estilo del final de All that Jazz de Bob Fosse,
este gobierno se despide de la vida haciendo una presentación lisérgica y
decadente de todos sus hechos, reprimiendo la protesta social, demostrando que
los derechos humanos fueron una circunstancia al bancar a un Jefe del Ejército
más flojo de papeles que el auto de Boudou, con la presidenta ausente en los
momentos picantes, con la militancia bancando hoy un suicidio, mañana un
homicidio, pasado una resurrección, con victimizaciones incluso cuando los
muertos son los otros y, fundamentalmente, con quilombo.
Un día como hoy, hace 33 años, en un parto que casi le
cuesta la vida a mi vieja, nació el tipo que escribe estas líneas. Fui
misionero, junior de colonia de vacaciones, portuario, canillita, tarjetero,
músico ocasional, empleado judicial y consultor. Nunca dejé de leer ni de
escribir desde que aprendí a los cuatro.
Tenía esa edad, también, cuando se suicidó el papá de un
amiguito, veterano de Malvinas que no conseguía laburo ni respeto. Contaba con
cinco cuando se produjo el primer levantamiento carapintada y seis cuando
aprendí qué significaba hiperinflación. El día de mi cumpleaños número siete lo
pasé encerrado por el copamiento de La Tablada. Tenía diez cuando voló la
embajada de Israel, doce cuando explotó la AMIA, y cumplía quince cuando
mataron a Cabezas. A mis 17 se estrelló el avión de LAPA y el estallido de
diciembre de 2001 me encontró con 19 años y trabajando en el Poder Judicial.
Desde los 21 hasta hoy cambié tres veces de juzgado, me fui
del Poder Judicial, me casé, tuve un hijo, me divorcié, tuve cuatro laburos
más, muchas veces de a dos, y finalmente me dediqué a lo que decía que quería
hacer cuando me preguntaban a los seis: periodismo. Cambié muchísimo y lo único
que no cambió es el Gobierno. Sí, un tercio de mi vida y casi la totalidad de
mi adultez, me gobernaron los mismos tipos y conviví con los mismos nabos que
creyeron que la rebeldía de la juventud consiste en ser sumiso y obediente al
capricho de Presidencia. Sin cuestionar, sin pensar.
Me tomé con humor las desgracias, me preocupé de más por
boludeces y, si bien procuré apelar al olvido selectivo, nunca pude aplicarlo.
Hoy tengo 33 y, con todo lo que recuerdo, me cuesta entender cómo muchos de los
que vivieron estos mismos años se olvidaron de todo. Quizás la pasen mejor.
Quizás por eso se sorprendan de lo que estamos viviendo por estos días. Y
quizás por ello, dentro de un tiempo, seremos pocos los que recordemos que hubo
un Gobierno que, amparado en ideologías caducas y la lucha por la Patria frente
a los molinos de viento, transcurrió sus años con la corrupción más
pornográfica, la gestión más improvisada y la impunidad más calamitosa. Pero
eso sí, con democracia.
Sábado. Me crié en un país en el que los asesinatos políticos
eran algo que había pasado hacía mucho tiempo. La maldición de la memoria.
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