Carlos Cipolla. Historiador económico y profesor italiano
Por Sergio Sinay (*)
El ataque de un estúpido carece de todo vestigio de racionalidad, por lo tanto resulta difícil, si no imposible, defenderse de él apelando al uso de la razón. Esto convierte a los estúpidos en personas con un potencial nocivo mucho más alto del que creen los no estúpidos. Esta es la cuarta de las célebres Cinco Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana formuladas por el italiano Carlo Cipolla (1922-2000), historiador económico y profesor en las universidades de Pavía (Italia), Berkeley en California (EE. UU.) y la London School of Economics (Reino Unido).
Coordinador de la Historia económica de Europa (nueve volúmenes publicados entre 1972 y 1976), prestigioso investigador de la importancia de la moneda en la actividad humana y destacado estudioso de las relaciones entre demografía y economía (origen de su reconocida Historia económica de la población mundial), Cipolla era un intelectual humanista que se daba tiempo para observar variados fenómenos sociales y volcarlos en ensayos literarios como ¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo? y Allegro, ma non troppo. En este libro, de 1988, incluyó las leyes de la estupidez y en esas páginas volcó la siguiente advertencia: “Los estúpidos son más temibles que la mafia, que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista”. Los consideraba capaces de “echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, productividad”. Y creía que “son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido”.
El estado actual del mundo y de las relaciones humanas autoriza a preguntarse si la estupidez habrá ganado finalmente la partida y establecido sus reglas sobre una extendida porción del planeta. No sólo por los comportamientos imperantes entre las personas de a pie, sino, y esto es lo más peligroso y preocupante, por las conductas y el lenguaje de quienes gobiernan, de quienes cumplen funciones dirigenciales, de quienes tienen poder de decisión y de legislación, de quienes tienen la responsabilidad de impartir justicia, de quienes, como intelectuales, se muestran cortesanos incondicionales del poder y le dan letra y difusión y, por fin, de los que reverencian a los estúpidos.
Presidentes que insultan, amenazan y huyen de todo debate en el que haya que argumentar en lugar de despotricar, ministros que imitan patéticamente a los mandatarios para congraciarse con ellos, legisladores que convierten los ámbitos parlamentarios en reñideros (aunque hasta los pobres gallos lucen más educados que tales congresistas). “Algunos estúpidos causan perjuicios limitados, escribe Cipolla, pero otros ocasionan daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras”. Y advierte que la capacidad de daño de una persona estúpida depende de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad. A diferencia de los malvados o los incautos, agrega Cipolla, que suelen percibir su propia condición, los estúpidos carecen de autoconciencia (atributo esencial de la capacidad de razonar y del pensamiento crítico) y, sin la limitación e inhibición que esta impone, sus acciones se hacen más devastadoras.
La Universidad de Budapest, en Hungría, determinó en un estudio tres causas de la estupidez humana. Una de ellas es la falta de control, la incapacidad de gobernar las propias emociones, el ser objeto de los impulsos más primarios e irracionales. Cuando estas características se multiplican y se extienden hasta ser una característica del poder, las advertencias de Cipolla cobran inquietante actualidad. La derrota de la razón ante la estupidez sólo trae oscuridad y violencia.
(*) Escritor y periodista
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