miércoles, 22 de diciembre de 2021

Peligrosos juegos de palabras

 Presidente. “Todos los días pienso si la Capital no tendría que estar en un lugar distinto”.

Por Sergio Sinay (*)

El viejo truco de decirle a cada persona lo que supuestamente ésta quiere escuchar, tan usado a lo largo de los tiempos por vendedores ambulantes y por timadores de toda categoría, suele adquirir en la boca del Presidente un grado de obviedad que, según las circunstancias, puede resultar cómico, patético o irritante. Una de las últimas versiones de este ejercicio tuvo lugar esta semana, cuando, ya que estaba en Tucumán, dijo: “Todos los días pienso si la Capital no tendría que estar en un lugar distinto y venirse al norte; ¿no será hora de que empecemos a tomar estos desafíos?”. 

No debería sorprender que en alguna próxima estadía en una ciudad patagónica repitiera la misma frase, pero cambiando la palabra “norte” por “sur”. Se requiere cierto grado de disociación (por decir lo menos), para pensar todos los días en esa cuestión habiendo más de veinte millones de personas por debajo de la línea de la pobreza, una inflación que supera el 50% anual y sigue en alza, un deplorable nivel educativo que llegó a su peor grado de deterioro histórico, un 24% de jóvenes de entre 18 y 24 años que ni estudian ni trabajan, 42,1% de niños y niñas en estado de desnutrición; 7,7 millones de personas sin trabajo y otro millón que se retiró del mercado laboral tras infructuosos intentos de recuperar su empleo.

Si de veras el Presidente piensa todos los días en el traslado de la Capital, estamos en mayores problemas de lo que creíamos. Mientras el barco se hunde, el capitán (o quien al menos nominalmente ocupa el cargo), piensa que sería importante pintar la cubierta. Alguna vez el Presidente pudo haber sido considerado como un hábil declarante, pero esa imagen ya fue desbaratada sucesivamente por los hechos. Hoy encuadra en otra tipificación. La que engloba a las cuatro maneras en que se mata a la verdad, según lo recuerda el historiador estadounidense Timothy Snyder (profesor en Yale y miembro del Instituto de Ciencias Humanas de Viena) en su libro Sobre la tiranía: veinte lecciones que aprender del siglo veinte.

La primera de las maneras de matar la verdad recuerda Snyder, es presentar invenciones y mentiras imposibles de verificar como si fueran hechos. La segunda consiste en repetir de modo constante lo falso hasta que parezca cierto y endilgarle a alguien todos los males, hasta construir un estereotipo que la gente comience a tomar por indudable. La tercera forma es la incentivación del pensamiento mágico, ya que cuando éste se extiende y se instala masivamente lleva a la aceptación descarada de las contradicciones y a negar que éstas existan. Decir “vamos a cumplir con el FMI, pero no será a costa del hambre del pueblo” es una muestra palmaria de ese tipo de falacias. Snyder ilustra esta manera de aniquilar la verdad con el siguiente ejemplo: “Es como si un granjero dijera que va a sacar un huevo del gallinero, lo va a cocer entero, se lo va a servir a su esposa, luego se lo va a servir a sus hijos, y después se lo va a devolver intacto a la gallina para ver cómo nace el pollito”. El último modo de liquidación de la verdad radica en generar la fe en una persona o en un grupo excluyente de ellas como los únicos capaces de resolver los problemas, y en establecer la voz de esa persona (o personas) como “la voz del pueblo”. Es la verdad del oráculo en lugar de la verdad de los hechos, una práctica definitoria del populismo en todas sus variantes, desde las más suaves a las más fascistas. Cuando esta práctica se establece las pruebas son irrelevantes, señala Snyder, y tanto el discernimiento personal como el pensamiento crítico quedan sepultados. El autor cita dos casos vividos por Víctor Kemplerer (1881-1960), filólogo, historiador y estudioso del lenguaje totalitario. Un soldado alemán mutilado le dijo a Klemperer tras la derrota del Tercer Reich: “Hitler nunca mintió, creo en él”. A su vez, un trabajador con quien procuraba reflexionar sobre la barbarie vivida le respondió: “Comprender no sirve de nada, hay que tener fe, yo creo en el Führer”. Cuando se ejercen ciertos cargos jugar con las palabras nunca es ni gratuito ni gracioso.

(*) Escritor y periodista

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