viernes, 11 de diciembre de 2020

Alberto Fernández, la soledad sin poder


Por Sergio Suppo

En un país atragantado de presidencialismo, el futuro de Alberto Fernández empieza a recortarse en el momento en el que otros mandatarios soñaron con quedarse el mayor tiempo posible. El sucesor de Mauricio Macri parece no haber tenido la oportunidad de experimentar la agridulce soledad del poder. Un año y dos días después de asumir, está solo y sin poder.

Le sobran límites y le faltan horizontes para ser un presidente nuevo. Si nació condicionado como hijo de una delegación de mando, la accionista mayoritaria que lo hizo presidente encabeza una fracción oficialista más potente que la oposición misma para escamotearle los logros (si los tuviese) y recortarle las medidas que escapen al catecismo kirchnerista.

Cristina Kirchner lo amonesta por carta y le fabrica conflictos ahí donde no los tiene; al mismo tiempo, habilita por anticipado el juego sucesorio en beneficio de su hijo Máximo. Lo limita en el presente y prepara un futuro sin él.

Alberto Fernández disimula mal las cargas de la vicepresidenta y dice en público que está de acuerdo con todas sus opiniones y mandatos. Cargó él mismo con el manejo de la pandemia; lo ningunearon cuando le fue bien por el buen trato a los opositores y lo dejan solo ahora que los indicadores reflejan el fracaso en cantidad de muertos, añadido a la devastación social y económica de la cuarentena eterna.

Nada de lo que haya dicho Cristina lo beneficia y todo tiende a achicarlo. Ni siquiera le reclama obediencia: el Presidente se la regala sin pedir nada a cambio. Ni Héctor Cámpora respondió con tanta cordialidad a los gruñidos de Juan Perón que anticiparon el golpe partidario que lo desalojó en pocas semanas.

Cristina no solo pone límites al presidente que nos legó; vive recordándole por carta que está incumpliendo el compromiso de defenderla del Poder Judicial. En su último texto, el miércoles, parece decir que hará por sí misma lo que Fernández tarda en consumar: llevarse puesta a la Corte en tanto el máximo tribunal se niega a concederle la impunidad que solicita y todas las causas en su contra siguen abiertas.

La vieja agenda de confrontar con jueces, empresarios y medios de comunicación que le hizo perder el poder a Cristina ha regresado como un segundo acto de una obra repetida. La inacción que le reprocha a Fernández es un obstáculo a esos propósitos y la expresión inocultable de su propia impotencia para lograr que la Justicia la libere, junto con un grupo de sus funcionarios, de juicios y condenas por corrupción.

¿Es acaso impensable a esta altura que Cristina termine presentándole un indulto generalizado a Alberto como solución? La idea ya campeó a mediados de año cuando se intentó una operación que pretendía envolver al macrismo para dictar un punto final virtual a las causas judiciales. El propio Macri salió a cruzar con vehemencia esa alternativa.

Cristina tiene su propia agenda y la traslada a sus fieles y a sus circunstanciales subordinados, como el Presidente. Luego de ver que la Justicia persiste en juzgarla, blanqueó de una vez que prefiere limpiar su prontuario a respetar la división de poderes, esencia misma de todo sistema republicano.

Después del conflicto con el campo de 2008, el ahora Presidente se fue del gobierno y rompió con Cristina. No tiene hoy esa chance; no se puede ir. Tampoco puede enfrentarla, y si lo intentara podría ser tarde. Los sueños de un presidente que eclipsara a su mentora como la idea de que el albertismo irrumpiría como superación de la grieta siempre fueron especulaciones ajenas al propio Fernández.

Pero ese no es el cuadro completo. La vicepresidenta necesita que Fernández ejecute sus necesidades y a la vez pueda mostrar algún signo de recuperación de la economía. Con los indicadores actuales de inflación y, en especial, de pobreza, no hay futuro para Fernández, pero tampoco para el kirchnerismo que se prepara para sucederlo.

En un equilibrio de utópica precisión se jugará gran parte del futuro del país político. Cercar, pero no destruir por completo al Presidente no es un objetivo fácil para una acusada que condena a quienes la están juzgando.

© La Nación

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