lunes, 20 de abril de 2020

El futuro que viene (y II)

Por Juan Manuel De Prada
Si en verdad deseáramos construir una nueva casa con los escombros de la antigua, habría que empezar renegando del globalismo y de todas las relaciones políticas, económicas, culturales y humanas que ha generado. Como recientemente escribía Hasel Paris, hay que recuperar «el vínculo entre territorio y comunidad»; y yo añadiría que también los vínculos intracomunitarios.

Pero, como decíamos en un artículo anterior, no se podrá encomendar la construcción de la nueva casa a quienes diseñaron la que hoy yace reducida a escombros. 

Durante los próximos años, todos los lacayos del globalismo –tanto la izquierdita caniche como la derechona sanbernarda– disfrazarán su alma oneworlder bajo el soniquete de una vuelta a la casa común del ‘Estado nación’. La plaga del coronavirus ha mostrado a las claras las consecuencias de sus destrozos: ‘reconversiones’ y ‘deslocalizaciones’ industriales, desmantelamiento de la agricultura y la ganadería, dependencia de materias primas remotas, entrega de la soberanía financiera y monetaria, etcétera. Así que ahora estos pollos van a ensayar muchos aspavientos jeremíacos, afectando arrepentimiento, para que volvamos a picar el anzuelo que nos tienden. Y así, mientras se insultan cansinamente entre sí («¡comunista!», «¡fascista!», etcétera), y bajo proclamas aparentemente encontradas, volverán a colarnos toda su morralla; que, a la postre, se resume en entrega de la riqueza nacional a la plutocracia globalista y fomento de la degeneración moral de los pueblos, que así quedan inútiles para cualquier esfuerzo vital y se tornan cada vez más infecundos y sumisos, incapacitados para formar familias y luchar por su dignidad laboral (no puede haber una cosa sin la otra).

Cualquier esfuerzo reconstructor deberá mandar al basurero de la Historia a la izquierdita caniche y la derechona sanbernarda, que son los mismos perros con distintos collares aunque se peleen mucho entre ellos, para tener a las masas aturdidas y provocar en ellas antagonismos paulovianos. Y en ese esfuerzo reconstructor deben participar por igual personas de izquierdas y derechas, con tal de que estén dispuestas a romper con las plurales formas de desvinculación que nos han arrasado. En primer lugar, desde luego, contra la desvinculación antropológica (a veces bajo coartadas seudofeministas que defienden el sopicaldo penevulvar o los vientres de alquiler). Y, a continuación, contra las plurales formas de desvinculación entre comunidad y territorio; desde el separatismo solipsista hasta el cosmopolitismo inane que arrasa fronteras y devasta recursos naturales, a través de la exaltación del turismo, la tecnología, el comercio electrónico y el consumismo desaforado. La nueva casa tendrá que construirse sobre la base de una autarquía que garantice, ante una nueva catástrofe, la vida y la seguridad de las personas que la habitan, fomentando una economía autosuficiente, con una industria y una agricultura de cercanías que nos abastezcan de productos básicos y nos nieguen los caprichos propios de las sociedades decadentes que, a la vez que destruyen la naturaleza, lloriquean y hacen postureo ecológico. Para que tal cosa sea posible, habrá primeramente que lograr una independencia financiera y monetaria que permita una auténtica independencia política; lo que exigirá soltar amarras con los quilombos globalistas que, bajo la coartada del europeísmo, nos han convertido en colonias. Por supuesto, esta autarquía de base no significará aislamiento; pero las alianzas políticas o económicas que se entablen en este hipotético futuro deberán regirse por nuevos criterios, fraternos y a la vez respetuosos de la idiosincrasia de cada pueblo, que naturalmente tendrá que defender su tradición cultural y religiosa. Lo cual no significa que todos tengamos que creer en Dios por decreto, sino reconocernos en una identidad civilizatoria propia que, naturalmente, podrá aliarse con otras identidades, en sincera y recíproca amistad.

Como no nos chupamos el dedo, sabemos que las posibilidades de que prospere esta reconstrucción son escasas. En el Apocalipsis se nos cuenta que, después de sufrir una plaga, los hombres, en lugar de renegar de los pecados que la provocaron, reinciden en ellos. Y nunca en la Historia ha habido una generación más envenenada por el soma de la degeneración moral ni por los antagonismos paulovianos que azuzan sus lacayos de izquierdas y derechas que la actual. Así que en cuatro días tendremos a la izquierdita caniche y la derechona sanbernarda, cada una en su negociado, conduciendo a los españoles hasta los rediles de la demogresca que interesan al globalismo.

© XLSemanal

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