lunes, 29 de abril de 2019

Ante un dilema trágico


Por Sergio Sinay (*)

Hay dos grupos de ciudadanos que no tienen problemas frente a las elecciones de octubre próximo. Unos son los fanáticos kirchneristas, otros los furiosos antiperonistas. Los primeros votarán a Cristina (en caso de que se presente), los segundos a Macri (en caso de que se presente).

A ninguno de los dos grupos les entran balas ni argumentos. Es inútil recordarles a los primeros la obscena corrupción kirchnerista, con la violencia moral e institucional ejercida durante la década pérdida. Es en vano mostrarles a los segundos la brutal carencia de sensibilidad social, la imperdonable mala praxis económica que destruyó personas, esperanzas, confianza, Pymes y proyectos o el patológico optimismo, cercano al embuste serial, del actual gobierno. Quien lo haga será inmediatamente etiquetado como enemigo, descalificado y discriminado. Estos dos grupos no dudan, desprecian la duda y la reflexión. Ya tienen resuelto su voto.

El problema es de quienes no integran esos bandos. De quienes se resisten a la opción binaria, simplificadora y primitiva que se presenta como única. De quienes no quieren situarse en una orilla de la grieta so pena de ser arrojados al fondo de ésta. Este grupo no sigue a líderes providenciales, no se pinta de un color excluyente, huye de los chantajes y los sofismas, propone mirar más allá del horizonte inmediato, se hace preguntas existenciales acerca de su futuro, del futuro colectivo, del porvenir de sus descendientes y de la comunidad, no ve la política, la vida y el acontecer social como un enfrentamiento entre barras bravas. Más que un problema, este grupo enfrenta un dilema trágico.

De un lado le dicen que si no vota a Macri será responsable del retorno furioso y vengativo de una horda de corruptos que convertirá al país en Venezuela. Y del otro lado le vaticinan que si no vota a Cristina se hará cómplice de su propia destrucción, del aniquilamiento de lo que queda del país y de que éste se convierta en el feudo de un club de ricos inmorales. Los argumentos en ambos casos son de un simplismo patético y elemental, se plantean como dogmas, apremian con metáforas, videos y abundantes noticias y datos falsos que revelan una falta de escrúpulos y de principios que se acentúa a medida que avanzan el tiempo y las encuestas. Todo vale y, cada vez más, todo valdrá.

Quien es víctima de un dilema trágico se encuentra ante una situación cuyas dos alternativas son excluyentes. Tomar cualquiera de ellas significa un daño y una confrontación moral con los propios principios. Aristóteles y los dramaturgos fundadores del teatro griego clásico (Esquilo, Sófocles y Eurípides), así como Shakespeare más tarde, plantearon y reflejaron esta cuestión como nadie. Y la vida nos pone continuamente ante dilemas de este tipo, que nos prueban como agentes morales. En Etica a Nicómaco, piedra basal de su pensamiento filosófico, Aristóteles plantea que de estas situaciones no se sale optando por aquello que uno no habría elegido en otras condiciones. Pero no por eso la elección deja de ser voluntaria, dado que el humano es un ser que elige. Un ser responsable. Posee lo que Víktor Frankl llamaba la libertad última. Es decir, la libertad de elegir su actitud aún en las situaciones sin salida.

¿Cómo resolver el dilema trágico cuando las dos ofertas electorales oscurecen, por diferentes motivos, el futuro del país, o, peor, lo sustraen?

¿Cómo responder a la extorsión permanente y abrumadora de una y otra parte? Si solo existe la polarización (como el Gobierno propone desde el vamos en otra muestra de torpeza, y el kirchnerismo acepta cada vez con más agrado), se niega la libertad. Si hay obligación de elegir a uno o a la otra, no es una elección y no existe la libertad. Quizás sea tiempo de no dejarse espantar por la amenaza del cuco (o la cuca) y del viejo de la bolsa, y se trate de usar la razón (ese don humano) para tomar decisiones responsables. El voto, en todas sus formas posibles, aún nos pertenece y responderemos por lo que hagamos o dejemos de hacer con él. Como están las cosas, es preferible el dilema trágico a la respuesta pavloviana, condicionada e irreflexiva.

(*) Periodista y escritor

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