jueves, 11 de octubre de 2018

Un retroceso decepcionante de los valores democráticos

Jair Bolsonaro
Por Luis Tonelli (*)

El próximo 28 es probable que Brasil elija presidente a un político que no solo hace gala de su misoginia, de su homofobia y de un autoritarismo violento, sino que, habiendo hecho campaña explícita con esos valores, ha logrado que casi la mitad de un electorado de unos 117 millones lo vote.

La sorpresa del crecimiento electoral de Jair Messias Bolsonaro ha sido mayúscula y los múltiples interrogantes que ha disparado pueden sintetizarse en tres: ¿cómo es posible que este personaje extremista haya sacado semejante cantidad de votos en un país cuyo electorado no está (o no parecía) volcado a la extrema derecha?; ¿puede el resto de las fuerzas democráticas revertir en una segunda vuelta este resultado?; por último, si Bolsonaro gana el ballottage, ¿qué puede esperarse de su presidencia?

Ante todo, pareciera recomendable no mirar la política brasileña con las anteojeras argentinas, porque eso nos llevaría a hacer foco en cuestiones que son importantes para el funcionamiento de nuestro sistema político, pero no necesariamente para el de nuestro gigante vecino. O sea, no tratar de entender lo que sucede en Brasil desde las características de nuestra "grieta", o desde nuestro "que se vayan todos" de 2001, o desde la historia de nuestro militarismo rampante pasado.

Si todo país es un conjunto de múltiples realidades, Brasil ostenta una exuberancia que se traslada a la política, con índices de fragmentación partidaria altísimos y que fue gobernado de modo más o menos estable mediante amplias coaliciones presidenciales de gobierno. Un gabinete ejecutivo en el que más de veinte ministerios son distribuidos entre las principales fuerzas políticas, acuerdo que se replica en el Congreso Nacional que busca unificar esa diversidad federal y la atomización partidaria.

Las características del triunfo de Bolsonaro en la primera vuelta que casi vuelve innecesario el ballottage (de haber sido elegido bajo las reglas electorales argentinas, hubiera sido presidente directamente) se apoyan en una estrategia de alguien que no es un outsider de la política. Y que no tiene nada que ver con esos empresarios que hacen política prometiendo "gestión y nada más que gestión". El brasileño, en cambio, ha vivido de la política profesional por tres décadas y enhebró una serie de acuerdos decisivos en su victoria, propios de un viejo lobo parlamentario.

Por el lado de la política concreta, Bolsonaro basó su acuerdo en lo que se conoce en Brasil como las tres B: buey, Biblia y bala. Es decir, con la dirigencia política ligada a los terratenientes agrarios (luego de que el caso Odebrecht dejara mal parada a la poderosa burguesía industrial brasileña), con la extendida red de líderes de las iglesias evangelistas activados contra la "ideología de género" y, por último, encaramándose como candidato de la "mano dura" y de las Fuerzas Armadas y de seguridad.

Esa amplia base conservadora contrastó con la postura de Lula de no impulsar un acuerdo entre los candidatos de centro izquierda, que fueron perdiéndose en la centrifugación generada por Bolsonaro, y las dudas respecto del más débil candidato del PT, Fernando Haddad.

Por el lado de la campaña propiamente dicha, Bolsonaro desplegó un verdadero "marketing del exceso". Sus declaraciones insultantes y autoritarias constituyeron el corazón de una estrategia en las redes sociales tan eficaz como desagradable e inquietante. Pareciera que esta liquidez de la política abrumadora (parafraseando, podría decirse que hoy "la única realidad es la virtualidad") plagada de fake news, hostigamientos textuales y meméticos, y posverdades brinda una extendida licencia para la enunciación y el festejo de barbaridades que no otorgaban los medios de comunicación tradicionales.

Contrarreacción conservadora a la ampliación genuina de derechos de la última década, pero también frente una corrección política que adquiere muchas veces ribetes ridículos: por ejemplo, la relativización militante de la corrupción generalizada de muchas de las experiencias autodenominadas "progresistas" y la defensa insostenible por parte de dirigentes y voceros de izquierda de personajes como Nicolás Maduro, Vladimir Putin, Daniel Ortega o Bashar al-Assad.

La caída en desgracia de las experiencias populistas de izquierda de la región -tan atadas al ciclo de las commodities- se ha manifestado en Brasil en una crisis que perpetúa los problemas económicos y azuza el principal flagelo que azota a los grandes conglomerados urbanos: una tasa espeluznante de homicidios y robos.

Bolsonaro se encargó de ganarse de entrada el beneplácito de esa voz crucial -en medio de la volatilidad financiera- que asume el mercado. Adelantó así el nombre de quien sería su ministro de economía, Paulo Guedes, un Chicago boy (quien en su ortodoxia neoliberal podría entrar en conflicto con el desarrollismo industrialista típico de las Fuerzas Armadas) y los mercados reaccionaron eufóricos.

Pero fundamentalmente para su mensaje electoral, y desde la naturalidad de sus convicciones autoritarias, Bolsonaro ha sacado rédito de aparecer como el único candidato con la voluntad y la capacidad para enfrentar el flagelo de la inseguridad (cosa que se hace evidente en su triunfo electoral homogéneo en ciudades como Río de Janeiro y San Pablo y su debilidad relativa en las ciudades más chicas del nordeste). Un justiciero de "mano dura", una caricatura grotesca de un Dirty Harry tardío, lo vuelve peligrosamente presentable ante un electorado que festeja ahora sus boutades virtuales, pero que una vez materializadas desde el poder presidencial pueden tener consecuencias nefastas.

Por cierto, las mismas características fragmentadas del sistema político quizá funcionen como limitante institucional para Bolsonaro, quien deberá extender su sistema de alianzas para intentar conseguir los puntos que le faltan para ganar en primera vuelta (cosa que parece muchísimo más fácil que la concreción de un gran acuerdo de centroizquierda producto de postergar la rivalidad egótica entre sus diferentes candidatos).

Por otra parte, la ausencia de un espacio mayoritario en el Congreso (el PT es la primera minoría, con poco más del 10% de las bancas) y la repartija de las gobernaciones entre varios partidos políticos (consecuencia también de un sistema de votación electrónico que orienta la elección hacia los candidatos y no hacia las fuerzas partidarias) configuran una suerte de "presidencialismo disperso" muy difícil de gobernar. Caldo de cultivo para un hiperpresidencialismo tan autoritario como inestable.

Frente a todas las incertidumbres, de algo no puede haber duda: lo que suceda en Brasil tendrá efectos muy importantes sobre la política de la región y muy especialmente sobre la Argentina. Guillermo O'Donnell alertaba sobre el peligro de que nuestras frágiles democracias -ya inmunizadas de la ocurrencia de golpes militares- sufrieran la agonía de una muerte lenta, en el debilitamiento de las energías democráticas.

La probable llegada de Bolsonaro a la presidencia de la democracia más grande de América Latina constituye un retroceso decepcionante en los valores que creíamos, ilusionados, que ya eran carne permanente de la política en la región.

(*) Profesor de Política Comparada en la Carrera de Ciencia Política de la UBA

© La Nación

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