sábado, 13 de octubre de 2018

Gobierno Lollapalooza

Por Roberto García
El gobierno es Lollapalooza: muchos espectáculos al mismo tiempo. Salvo que, en lo musical, se ordena la presentación de las bandas y, en la Casa Rosada, los grupos aparecen sin avisar, espontáneos, y enfrentándose.

Menuda sociedad la de Cambiemos: uno de sus socios, Carrió, jura haberle perdido la confianza al Presidente, exige que despida ministros (Garavano) y funcionarios (Cuccioli), que no frecuente ni les pida favores –que ella es incapaz de realizar– a sus amigos (Angelici), se someta en fin a su arbitrio femenino.

Los otros participantes cupulares, los radicales, demandan con menos virulencia, son más activos en las efectividades conducentes y, como nunca desean salir mal en la foto, adhieren a las causas que no lastimen a la opinión pública. Fueron, claro, quienes determinaron que el Gobierno retroceda con el aumento retroactivo del gas, consideraron desmedida la medida y hasta ridiculizaron al secretario de Estado que la impuso. No fue un gran esfuerzo: el stand up previo de Iguacel ya había provocado suficiente risa.

Exito. El reclamo UCR prosperó como un grotesco: Macri, una hora después de haber justificado y reconfirmar el incremento en público, anunció su anulación. Comprensible, le avisaron que, si insistía, nadie le aprobaría el Presupuesto 2019, compromiso ineludible para conservar el oxígeno financiero del FMI. Como al ingeniero no le va bien con sus ortopédicos asistentes de Cambiemos, ya instruyó resucitar al PRO, una formación hoy dormida, disgregada.

El cuestionamiento a Garavano, por el disgusto de Macri, derivó en una rectificación de Carrió, casi un gagaísmo: dijo que había bromeado sobre su expulsión, suspendía el pedido de juicio político al ministro y que, bajo ningún aspecto, extorsionaba al Presidente.

Evidente: alguien le aplicó un sosegate y le mostró la puerta de salida si no le gustaba el olor ambiental. Nadie cree que haya sido el ex rugbier y ahora golfista Torello, uno de los íntimos del mandatario, correveidile y repartidor de golosinas con la diputada entre Exaltación de la Cruz y Olivos. El inicial exceso de Carrió con Garavano obedeció a su obsesión contra el jefe radical Sanz, quien lo instaló en el cargo y le gobernaría las palabras como si fuera un chirolita, auxiliado por su álter ego profesional Gil Lavedra, enlazados –según ella– con otro radical prominente, Enrique Nosiglia, el ex titular de la Corte, Lorenzetti, y el boquense operador jurídico Angelici. Una asociación que no considera lícita.

Igual, la arrebatada dama conserva un misil para no perder por goleada en la contienda partidaria. ¿O acaso no hay un líder radical complicado en la investigación por los cuadernos de la corrupcion? Al menos, es lo que barrunta, algo descolocada también por su batalla con la AFIP al escandalizarse por el despido de tres funcionarios de su preferencia (Castagnola, Mecikovsky, Bo) que se atrevieron a comprometer judicialmente a la empresa Iecsa (familia Macri) por remesas de dinero negro a Andorra.

No dudó ante la obviedad y denunció al jefe de la AFIP; más tarde, sin embargo, se allanó a una componenda: merced a la gestión del ex vicejefe de Gabinete, a quien cultiva, Quintana la convenció de que Cuccioli es un buen padre de familia, no sale de noche y menos detendrá una investigación que involucre al Presidente y familiares. Palabra de empresario.

Marcha atrás. Dos de los echados se quedaron, el otro no quiso volver al manoseo y en el trasiego informativo se le recordó a Carrió que tampoco le fue bien cuando cuestionó a Aranguren y Sureda por el corte de ventajas que desde el Ministerio de Energía le aplicaron al grupo Amarilla Gas, tan caro a su corazón.

Estoico, Macri atraviesa la humillación de los propios, la temporada en el infierno que le brindan la economía y la declinación social, también el castigo de las encuestas.

Sin embargo, hombre de amianto, al Presidente parece que no lo quema el fuego ni lo moja el agua. Y, gélido, mantiene su dedicación para renovar el mandato presidencial y ordena atender dos elecciones provinciales previas, claves, Santa Fe y Cordoba. Si no se derrumba en esos distritos y, luego, añade Capital y provincia de Buenos Aires a su coleto, su volumen y aspiraciones territoriales serían imbatibles. Por lo menos, es su fantasía.

Buena onda. De ahí que, a pesar de los daños personales, le dedicó tiempo al gurú del optimismo, definición injusta para un famoso psicólogo de Harvard que deslumbra a Marcos Peña, quien lo contrató para un almuerzo y alguna disertación con bajo cachet (según el Gobierno). Como si no tambalease la coalición, el ajuste presupuestario y sus ministros no se bañaran en ácido, se entregó a la optimista experiencia del visitante. Aunque poco leído en Matanza y Berisso, Steven Pinker debió tentar al Presidente por frases inapelables como “vivir es mejor que morir”, o conceptos de sus libros en los que supone descubrir no solo los secretos de la bonanza universal, también los de la felicidad. Casi como la prédica meditativa de los budistas a la que el jefe de Estado parece propenso. Aunque al Presidente le interesan esos planteos no convencionales, recordar que se armoniza con una experta, especialmente en situaciones difíciles.

Le sienta a Macri el formato Pinker: furioso antipopulista, anti Trump, posiblemente ateo, gradualista, obviamente de moda con los más ricos (Bill Gates es uno de sus clientes intelectuales), manifiesto enemigo del periodismo que impide valorar el progreso y se solaza con las malas noticias, este reconocido autor también guía los ensueños de Peña y su ristra de adherentes, por el convencimiento de que nunca el mundo estuvo mejor. Continúa Pinker en ese rumbo al lejano Weber con la racionalización y, especialmente, a otro pensador más cercano y enjundioso, Norbert Elias, quizás el pionero superior del avance universal. Algo que una buena parte de los argentinos no parece ver, caprichosos y microscópicos, tal vez porque en los últimos tres años de macrismo se registran lamentables índices, como los de más de medio siglo de historia de pérdida de riqueza. Parece más fácil, para Macri, domesticar a Carrió que hacer docencia ante el público local de una prosperidad colectiva.

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