sábado, 19 de mayo de 2018

Masoquismo

Macri sabía que mayo iba a ser un mes clave. Errores 
propios y compartidos.

Por Roberto García
Fue Macri quien se infligió el daño. Y, singularmente, lo había advertido hace mucho más de un mes cuando, palabras más, palabras menos, afirmó ante su equipo: si no tenemos buenos números económicos en mayo, el que paga la fiesta voy a ser yo. Nada mejoró y su gobierno se cayó varios escalones navegando entre el susto y el pánico por la corrida cambiaria. Pudo contenerse con un cable ajeno: el Fondo Monetario Internacional.
Y la factura tan temida de la fiesta, del Versalles de Luis XVI, dolió más que el costo dinerario. Tan solo por una pregunta de los inversores internacionales: ¿se puede reelegir esta administración argentina en el 2019?

Una tribulación que no estaba en los cálculos –los cándidos extranjeros se habían tragado sin reparos la tontería oficialista de una renovación segura cuando se lanzó prematuramente la candidatura de Macri– que revela un vengativo bumerán: en apenas veinte días, el Gobierno extravió la confianza política de fuertes ahorristas, también la promesa de continuar un cambio en las costumbres populistas del país y, a disgusto,  convocar al mal gusto histórico de volver a vivir traumáticos episodios como las crisis de Isabel, Alfonsín, Menem o De la Rúa. La Argentina papel carbónico, cíclica, otra vez más pobre, con baja del PBI per cápita y cero crecimiento en el último trimestre de este año, lo que probablemente se mantenga durante todo el 2019.  Augurio de profesionales. Entonces, parece una entelequia hablar de resultados electorales para esa fecha. Macri se enredó en su propia red, hora del cilicio.

Bajo la superficie. Como no todos ven el fin del mundo, se deberían observar otros fenómenos. Por ejemplo, la poca explicable decisión de fondos poderosos como Templeton que han realizado una apuesta al aceptar tasas de 20% en sus créditos en pesos cuando se paga 40% y los activos externos, en este año, le han ganado a las Lebac en forma estruendosa. Un misterio en el mercado. Quizas confían a largo plazo en que las tasas tengan supremacía sobre el tipo de cambio y que el peso argentino, en rigor, se fortalezca frente al dólar. Jugadores de ruleta o creyentes en que las recetas del FMI, una vez concluido el acuerdo, se aplicarán a rajatabla para adecentar el Presupuesto. Y que la crisis, en esta ocasión, lo obligó al aterrorizado Presidente a salir de su facilista gradualismo, a dejar las aspirinas para curar la gangrena. O a superar demagogias como la instalación de su propia reparación histórica que cuesta 1,1% del PBI cuando Dujovne canta victoria por bajar algunos decimales del déficit.

Esos fondos proceden, en apariencia, como si el país no fuera a reiterar su comportamiento. Extraño el riesgo en gente que gana plata casi sin riesgo. Tan raro como la conducta del público minorista en la última corrida, contraria a sus actitudes de antaño. En esta ocasión, mientras trepaba el dólar y fondos de afuera y grandes operadores escapaban por la puerta de emergencia, en bancos y casas de cambio no se agolpaban multitudes ni se advirtió frenesí por la cotización del minuto a minuto. Como si los ahorristas pequeños fueran pingüinos esperando que se los fueran a comer las orcas. Inclusive, para mayor masoquismo, hasta incrementando los depósitos en bancos, sin temor a un corralito, a pesar de que ciertos arúspices lo anunciaban por la tele. Quizás sea un síntoma del desconcierto que impera en el Gobierno esta nueva actitud colectiva.

Dispuesto a firmar, desesperado, el Gobierno habrá de jurar ante el FMI bajar el déficit este año a 2,5%, nada improbable si se cree que Dujovne había prometido reducirlo a 2,7%.

De aquí en más. Quedan pocos meses para hacer algo más. Sí, un desafío mayor el año próximo, en el que el compromiso se fijaría en 1,2%, lo que significa una modificación radical de los planes electorales de Macri y cuando se suponía –en el esquema gradualista de la Jefatura de Gabinete– que podría expandirse más de 3 puntos para satisfacer la clientela política antes de los comicios. Un cambio cualitativo en números y cualitativo en estrategia: del Gobierno que hace (obras, cordón y cuneta, aumenta planes sociales vía Stanley) al Gobierno que ahorra pensando en el futuro de los hijos, sacrificio de hoy para grandeza del mañana. Así se entiende la nueva mesa política del Gobierno, un elenco para disimular daños pasados y futuros.

De paso, alguna invocación a la no dependencia del FMI –que aportará plata al 4% y habilitará líneas gratificantes de otros organismos–, ya que se establecerá una meta numérica, pero sin que el instituto intervenga en la forma de lograrlo. Es decir, no habrá recomendación o exigencia sobre lo que se debe recortar, paralizar, echar o sintetizar. Buena parte del mercado reconocerá que, a pesar de las restricciones, garantizarse una barata asistencia crediticia para el próximo año y medio significa una ventaja frente a las dificultades de otros países con la amenaza de ocho subas de tasas de interés para ese período, ya anunciadas en los Estados Unidos.

Efímero logro para el fin de semana de Macri, disipación de la tempestad shakespereana que lo agobiaba. Hasta que piense en el año próximo. Mientras, disimula las culpas de su equipo a pesar de que un CEO ya habría despedido a los más ineptos. Pero a él le gusta trabajar con los que conoce, aun con los más recién llegados: Caputo, el más radiante,  que siempre tiene una agenda de “chicas fáciles” el sábado a la noche a la hora de pedir plata; Dujovne y sus números, al que casi no conocía y en un momento de zozobra lo imaginó para Economía; Quintana, al que sacó del sarcófago luego de que se retirara por su propia cuenta y error. De los viejos, requiere aún de Sturzenegger para no bajar un centímetro las tasas y no incluye en responsabilidades a Peña, el tutor de todos. Lo trata como si fuera un hijo no reconocido. Finalmente, es cierto, todo ha sido obra de Macri, incluido su perjuicio, por la sencilla razón de no proceder como pensaba. Pareció Kirchner durante dos años y medio; no lean mis labios, vean lo que hago. Ahora el FMI dirá si cambió.

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