sábado, 21 de abril de 2018

Macri, en el delgado camino del medio


Por Héctor M. Guyot

Esta semana, la crisis de las tarifas dejó en evidencia el pasaje estrecho por el que se mueven Macri y su gobierno. Avanzan al tanteo por uno de esos puentes precarios que sortean desde la altura los ríos africanos. De un lado, se alzan voces que ridiculizan los esfuerzos oficiales por bajar el déficit: esos gestos, en su inutilidad, equivaldrían al intento de achicar con un dedal el agua que entró a un barco que se hunde. Piden medidas drásticas, coraje, echar lastre por la borda. 

Del otro lado, las mismas decisiones del Gobierno son condenadas como la prueba de que estamos en manos de una confabulación de CEO que busca instalar un neoliberalismo feroz, para someter a la clase trabajadora y entregarnos al capital extranjero. Allá, el dictamen frío de los números. Aquí, las miserias de la política.

En un país esquizofrénico, de extremos irreductibles, quizá la idea budista de tomar el camino del medio no sea tan desacertada. Sobre todo si uno intenta mantener el equilibrio y no caer. Cuando el puente se mueve allá arriba, en medio del río, hay que estirar el brazo y agarrarse de lo que venga para seguir. Se sabe adónde se quiere llegar, pero hay que ir viendo cómo. Ahí aparece el gradualismo, al que a su vez hay que ir graduando según los dardos lleguen de un lado o del otro.

¿Pero qué pasa cuando los dardos llegan desde las propias filas? Puede que estos, a diferencia de los otros, no estén envenenados y sirvan para despertar a aquellos que seguían avanzando medio dormidos, como sonámbulos, encerrados en sí mismos y olvidados de la precisión fina que exige el gradualista camino del medio. Son, más bien, gritos de alerta para sortear el peligro. Como sea, convendría atender esos llamados antes, en tierra firme, y no cuando se oscila sobre el precipicio y se está a merced de los ataques de la oposición. Para no tentar al vértigo.

Resultó un espectáculo, de todos modos, ver al peronismo otra vez unido para condenar al unísono los intentos de arreglar lo que ellos desmadraron hace muy poco. Confluyeron en el Congreso los kirchneristas, con Agustín Rossi a la cabeza; el interbloque que responde a los gobernadores del PJ y el bloque del Frente Renovador que preside Graciela Camaño y sigue a Sergio Massa. Hasta se anotaron los puntanos que obedecen a los Rodríguez Saá. No faltaba nadie. La foto completa de los responsables del descalabro. Lo suyo es armar bombas de tiempo, no desarmarlas. Podrían abstenerse. Al menos hasta que la falta de memoria acabe absolviéndolos.

Sin embargo, conviene no tomarse esa foto a la ligera. El peronismo puede estar en crisis, fragmentado, sin liderazgos, viviendo una intervención de opereta decidida por un fallo desopilante, pero cuando los suyos empiezan a oler sangre, el instinto los iguala y van en dulce montón a morder en la herida. Ahí la coincidencia es plena, tal como coincidieron todos mientras estaban disfrutando del poder. Cuando huelen la posibilidad, por más remota que sea, de reconquistarlo, se acaban las diferencias.

La crisis, no cabe duda, puso a prueba a la coalición gobernante. Y dejó a la vista las tensiones que la recorren. Hasta ahora, las distintas partes, incluido el sector que responde al Presidente, han mostrado flexibilidad para sortear los conflictos. Y el conjunto ha salido fortalecido de muchos de ellos, especialmente los protagonizados por Elisa Carrió. Pero persiste el reclamo no atendido de la UCR: quiere ser parte del Gobierno. En verdad, unos y otros se necesitan, y no solo para hacer número. Los CEO tienen la determinación que a muchos de los radicales les falta. Y los mejores entre los radicales tienen la sensibilidad política y social que les falta a los CEO. El crecimiento que debía mitigar el aumento de tarifas todavía no llega y ahora cuesta avanzar hacia la normalización del país incluso de manera gradual. Pero hay que hacerlo. Con determinación y sensibilidad.

Mientras, aunque haya avances, seguimos atados a lo que fuimos, lejos todavía de lo que en un futuro podríamos ser. Una prueba es la renuencia de dos ministros a traer al país la plata que tienen en el exterior y la polémica que esto generó. Están en su derecho, hay que decirlo. No quiebran ninguna ley. Es incluso comprensible, si reparamos en la historia argentina reciente. Por otra parte, el desprendimiento no es una virtud que se pueda exigir. Pero, del mismo modo, ¿se le puede exigir a los potenciales inversores extranjeros que crean en un país en el que no confían ni los propios ministros de gobierno?

Pese a las inconsistencias, el Gobierno se mantiene en equilibrio. No es poco, en una Argentina donde son muchos, de uno y otro lado, los que juegan a verlo perder pie.

© La Nación

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