lunes, 5 de febrero de 2018

De policías, jueces, garantismo y medios

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

///mas de Zamora, un mediodía de invierno de 2004.-

El suboficial Equis de la Policía Bonaerense está asignado a la custodia de la puerta del Banco Provincia sito en la intersección de las arterias Leandro N. Alem y Laprida, en pleno centro de la Ciudad de Lomas de Zamora (aunque algunos todavía la llamen, irónicamente, por su nombre de origen: Ciudad de la Paz). 

En la esquina de enfrente se encuentra una sucursal del Banco Nación de la que sale una señora con una cartera que le será arrebatada por un sujeto que se da a la fuga a pie por la calle Alem en dirección a la calle Boedo. El suboficial Equis, a pesar de usar uniforme, se identifica y ordena el alto. El delincuente continúa su huida disparando con su mano derecha por debajo de su brazo izquierdo hacia atrás. En pleno horario bancario, la zona es un hervidero de gente. Equis abre fuego y lo derriba. No lo mató. El delincuente fue a parar al hospital; Equis a tribunales.

Por cuestiones procesales vinculadas a la teoría del delito, el policía es enviado a la Fiscalía en turno, en Larroque y Presidente Perón (Camino Negro, INADI approved) en calidad de detenido. La lógica dicta lo siguiente: para que exista un delito, tiene que haber una acción típica antijurídica y culpable. No voy a explicar en un texto lo que lleva un par de manuales, primero porque hay mucha gente que sabe mucho sobre el tema, segundo porque todavía está bajo discusión filosófica el número de factores, pero básicamente tiene que haber una voluntad exteriorizada (acción), que dicha acción esté previamente contemplada en una ley (tipo penal), que a su vez no haya elementos que justifiquen ese accionar típico (antijuridicidad) para recién ahí evaluar si se hizo adrede o por imprudencia/negligencia (culpabilidad). Y es en ese orden: si estaba loco, no hay acción voluntaria consciente, no hace falta analizar el resto; si no estaba tipificado en alguna ley, no es delito, y así.

En el caso mencionado (que dicho sea de paso, es real), tenemos tres acciones en un mismo momento. El delincuente que roba, el delincuente que dispara con clara intención de matar a quien intenta impedir el robo, y el policía que hiere al delincuente. En el primer punto, están todos los elementos para llamarlo robo calificado. En el segundo, están todos los elementos para llamarlo tentativa de homicidio agravado. En el tercer punto tenemos una acción, un tipo y nos frenamos en la antijuridicidad: se abrió fuego para evitar un mal mayor, que podría ser la vida de cualquier tipo al que que se le ocurriera caminar por el centro de Lomas. Nadie habría tenido en cuenta la propia vida del policía.

Para redondear: Equis fue procesado por el fiscal. La fuerza policial, en aquel entonces en manos del ministro bonaerense León Arslanián, lo pasó a disponibilidad y, más tarde, lo echó de la fuerza. Equis tuvo que pagar hasta el abogado de su bolsillo.

///mas de Zamora, un día perdido de 2003.-

Una comisaría que era una joda loca en una zona residencial de clase media, no logra/está prendida y no quiere frenar la ola de delitos de la zona, que van desde las entraderas a viviendas, hasta los asesinatos entre bandas. Luego de innumerables quejas de los vecinos, el gobierno provincial cambia a todos los policías de la seccional, del jefe hasta el pibe de los mandados. Con los viejos no recuerdo que hicieron, pero probablemente los enviaron a la comisaría de Ingeniero Budge, en el puente La Noria, que por aquel entonces era donde enviaban a los indeseables para mostrarles la puerta de salida de la fuerza, con toda la muestra de respeto que ello significa para los vecinos de la zona. En un par de meses, los nuevos policías de la comisaría contienen el delito encanando a todos los cacos. Siguiendo la eterna lógica de tener las cárceles reventadas, todos los presos quedan alojados en los calabozos de la comisaría. El último en caer era de una banda opuesta a los que estaban en las celdas. Como quedó detenido de madrugada y había que aguantar los trapos hasta las 7.30 de la mañana para enviarlos a tribunales, al mono lo dejan esposado y encapuchado frente a una pared durante unas tres horas. A las 8 de la mañana declarará en Tribunales lo que le hicieron. El fiscal consideró que se trató de un tormento violatorio a los derechos humanos y procesó a toda la comisaría. El comisario, que a esa hora estaba durmiendo, jugando a las cartas o cogiendo, también fue apartado de su cargo. Un consejo vecinal de seguridad –esas cosas que hacen los ciudadanos cuando el Estado se ausenta– se movilizó a tribunales a pedir que no rompan tanto las pelotas y les devuelvan a los canas que le calmaron el barrio. Fue al pedo.

Ese mismo año, el presidente del consejo vecinal –un comerciante del barrio– fue interceptado arriba de su camioneta de laburo intentando ingresar a su vivienda. Supongo que para evitar que se le metan en la casa, dio marcha atrás. Murió de un tiro en el cuello. Su hija trabajaba conmigo.-

///mas de Zamora, alguna noche perdida de 2003.-

Fulano va por su décimo novena hora extra (a.k.a. horas Cores), cuando se enfrenta a un grupo de delincuentes recibiendo un impacto de bala que lo manda al hospital por varias semanas. Le quitan el bazo. Sobrevive de pedo, pero sus defensas nunca vuelven a ser las mismas. A Fulano lo conocíamos todos en tribunales porque, básicamente, su horario “normal” se cumplía en tribunales. En la calle estaba para hacer un mango más con las extras. Eso es algo con lo que todos, jueces, fiscales, defensores oficiales, se hicieron bien los boludos: los policías asignados bajo concepto de “custodia” de la dependencia que trabajaban de correos de expedientes, atendiendo la mesa de entradas, llevando el coche del juez al lavadero, o cualquier otra cosa menos laburar de policía. Para los polis era un negoción, ya que siempre era preferible trabajar en el edificio que patrullar en un Corsa destartalado con GNC por Villa Albertina. Para los funcionarios judiciales, siempre propensos a creer que merecen un plebeyo, el negocio era doble: lo pagaban otros con sus impuestos.

Fulano laburaba en el juzgado de al lado del mío. Su mujer también era policía, también trabajaba en tribunales. Les conocíamos todos los detalles, desde cómo se conocieron hasta cuánto pesó al nacer el bebé que tuvieron. Fulano se salvó de milagro, pero su salud nunca volvió a ser la misma. Murió súbitamente un año después, dejando una mujer y un hijo de dos años.-

///nos Aires, 5 de febrero de 2018.-

El año pasado se cumplieron diez años de la última vez que laburé en una dependencia judicial. Fueron años de aprendizaje en Lomas de Zamora y de allí me llevé valiosos recuerdos, mi primer proyecto de familia y una noción de la miseria humana que, en mi mentalidad de porteñito clase media, nunca me hubiera imaginado a pesar de haber crecido en un barrio del Estado en el corazón de Lugano. He visto situaciones absolutamente ridículas, como cuando en octubre de 2001 una nube blanca cayó cerca de Camino Negro y se mandó a peritar si era un ataque de Ántrax. Como si luego de derribar las Torres Gemelas y el Pentágono, Al-Qaeda no tuviera mejores planes que atacar Villa Fiorito, la paranoia llevó a que por meses abriéramos los sobres con guantes y barbijo. Nunca se supo oficialmente qué era ese polvo blanco que cayó aquel día. Supongo que reconocer que a una avioneta se le había caído un cargamento de merca a cinco mil metros de la Capital Federal, era demasiado.

Por aquellos años de cagarme de calor en verano y de frío en invierno, vi de todo, pero seleccioné una serie de hechos que se dieron en muy poquito tiempo para marcar algo: siempre fue igual.

Existía una dualidad personal marcada por el hecho de que todos los días nos llegaban noticias de policías que terminaban muertos por delincuentes, o presos por matar delincuentes. El único punto medio era salir corriendo o hacerse el boludo. Pero al mismo tiempo padecía a la maldita policía. El extremo se dio una noche en la que fui interceptado por un patrullero en Gorriti y Camino del Buen Ayre, en la frontera entre Hurlingham y Bella Vista. Mientras bajaba la ventanilla con los documentos en la mano, me abrieron la puerta, me bajaron de las mechas, me tiraron al piso y me pusieron una bota en la cara mientras me daban vuelta el auto buscando no sé qué mierda. Luego pidieron disculpas diciendo que “habían robado un auto igualito al mío hacía 15 minutos en San Isidro”. Aparentemente, creían que el Duna levantaba 300 kilómetros por hora. Unas horas antes había tenido que notificar de la detención a un tipo que había matado de un tiro a un policía de civil que caminaba de la mano de su esposa y su hija de cuatro años. El hombre no se había identificado, pero “lo conocía del barrio”. Tiempo después, estando en turno la secretaría en la que laburaba, me toca tomar declaración indagatoria a tres tipos presos por encubrimiento. Les habían encontrado un auto utilizado en un secuestro extorsivo. Los tres eran policías y habían ingresado a la fuerza hacía unos meses. Los tres tenían antecedentes penales y a nadie le importó. Es más: uno de ellos había sido echado de otra fuerza policial por delincuente.

Durante los años de Arslanián, la policía era un tema constante en nuestras conversaciones tribunalicias. Era complicado saber qué hacer con esa fuerza pero, al mismo tiempo, sabíamos que el ministro no estaba a la altura de las circunstancias dado que sus soluciones consistían en purgas, purgas y más purgas y, de vez en cuando, algún delirio como cambiarle los nombres a las jerarquías, como si decirle Capitán al Comisario Gómez convirtiera la comisaría de Burzaco en una seccional de California.

Para mejorarla creó la Policía Bonaerense 2 (Nota del autor. Joven argentino: si tienes entre 18 y 25 años es bueno que sepas que no es una joda y sí, le puso ese nombre) que convivía con la Policía Bonaerense 1, aunque usaban otros colores de patrulleros.

Pero lo que más recuerdo de aquellos años era la sensación de la guerra de todos contra todos en un delirio perpetuo de querer aplicar soluciones suizas a problemas del conurbano subsahariano. No sólo convirtieron al Inspector Gómez en Teniente Primero, sino que nos legaron los Juzgados de Garantías y un código procesal penal tan cuidadoso de los derechos humanos que se olvidaron del resto de la humanidad que no tuviera que tocar el pianito para el informe de antecedentes. Podrían haber llamado a los Juzgados “Penal”, o “Primera Instancia” o de cualquier otra forma, pero en el pináculo del garantismo, el nombre venía como anillo al dedo.

Básicamente, el mentado garantismo centra su objetivo en garantizar el cumplimiento del justo proceso, como si ello no fuera de entrada la función del aparato judicial. Pero con las medidas adoptadas, pronto se complicó todo.

Desde los medios y la política se le exigió a la policía una y otra vez que actuaran en la prevención del delito para no lamentar desenlaces trágicos, mientras eliminaban toda herramienta de prevención. Si un sujeto se encuentra sentado en la puerta de mi edificio anotando en un cuaderno a qué hora entra y sale cada vecino, nadie puede hacer nada porque hoy está prohibido. Si una persona da 32 vueltas manzanas nadie puede pedirle siquiera el documento de identidad para saber dónde mierda vive. Tecnológicamente se podrían averiguar los antecedentes de cualquiera de nosotros apoyando el dedo pulgar en un aparato, pero tampoco está bien visto en el respeto de nuestras libertades personales, esas mismas libertades personales que el progresista se pasa por el escroto a la hora de regular qué comemos, qué bebemos, qué podemos decir y qué está bien pensar. Hoy pareciera que la prevención que se le exige a la policía es que nos pongan un uniformado a cada habitante y que nos lleve de la mano a todos lados, pero que no nos rompa demasiado las pelotas.

Los colegas periodistas que trabajan en los mismos medios que rellenan horas y horas con noticias que nos paranoiquean al nivel de no querer salir de abajo de la cama, y que como todo juicio de valor siempre hablan de zonas liberadas, connivencia y falta de ganas de laburar, hoy rellenan esas mismas horas en analizar la culpabilidad de un tipo que bajó a un pibe que participó de un robo en el que la vida de la víctima era un obstáculo a sortear de diez puñaladas. Evalúan la antijuridicidad del accionar del poli con los parámetros de la jurisprudencia de los últimos años, una jurisprudencia que desconocen pero que no hace falta explicarles, dado que la mayoría de los jueces garantistas son tan vedettes que por lo general fallan de acuerdo al termómetro mediático. Cometen la burrada de creer que la peligrosidad que debía evaluar el poli sólo era en función de su propia vida y no la de evitar que, en la fuga, el tipo tome rehenes, se cargue a otro en el camino, provoque un choque, o realice cualquier otra locura. Lo único que tienen para decir es “la vida del policía no corría peligro”. Si tomaran noción de cuál es la función primaria del policía, sabrían que no está ahí para cuidar su propia vida, si no la de otros.

Y es ahí cuando tomo conciencia de que nuestra verdadera función como periodistas ya no es buscar respuestas que no tenemos, sino afirmar verdades que no sabemos, juzgar a todo el mundo y dictar sentencias que nadie pidió, con la autoridad moral que nos da creernos superiores a cualquier otro ser humano, incluso esos que se cagan a tiros en situaciones en las que nosotros haríamos lo mismo, pero sin los tiros.

Lunedi. Dicen que Abraham Lincoln decía que “la más estricta justicia no creo que sea siempre la mejor política”. Obviamente lo cagaron a tiros.

Publicado por Lucca

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