sábado, 11 de noviembre de 2017

El agujero negro de la muerte de Nisman

Alberto Nisman

Por Héctor M. Guyot

Estamos más cerca del agujero negro de la muerte del fiscal Nisman . Y al asomarnos vemos que es un agujero muy oscuro, el más negro de todos. Posiblemente, aquel por el cual los años del kirchnerismo pasarán tristemente a la historia. 

Resume, en una muerte trágica, la perversión de un sistema enfermo que fue degradado aún más, hasta límites insospechados, por las prácticas que se instalaron en la cima del poder durante los doce años que duró el gobierno anterior. Corrupción, mentira y muerte. Da vértigo asomarse a esa agujero negro de fondo todavía incierto. Y hay una razón: no es parte de un pasado resuelto, sino de un presente con el que hay que convivir a diario, en el que también duelen la multiplicación geométrica de la droga, el fantasma de una generación perdida por la falta de horizontes, la disolución de los lazos sociales y el desmantelamiento de la confianza en la autoridad. Todos legados de una década que se fue después de disolver con su praxis la cultura que da entramado a la vida en comunidad.

Once fue un crimen horrendo. Ocupados en desviar fondos hacia las valijas del latrocinio organizado, funcionarios corruptos y empresarios sin escrúpulos abandonaron el mantenimiento de los trenes hasta que una de esas formaciones, convertida como casi todas en un montón de fierros viejos donde la gente se hacinaba como ganado, no frenó cuando debía y provocó la muerte de 52 personas. El crimen de Nisman fue otra cosa. Hay que inscribirlo en la saga del atentado a la AMIA, en el que murieron 85 personas, y hay que leerlo junto a la denuncia por encubrimiento contra la entonces presidenta Cristina Kirchner, que el fiscal estaba por hacer en el Congreso. Las muertes de Once son la consecuencia irreparable del robo y el desprecio por el otro. La muerte de Nisman, también irreparable, cifra una historia donde la ambición y la mentira alcanzan dimensiones de tragedia griega, en las que simples humanos que se creen dioses llaman, con sus transgresiones, a la desgracia y la furia divina.

Tuvieron que pasar casi tres años para que se confirmara lo que la mayoría, en silencio, sospechaba o sabía. Antes hubo que sacarles el expediente a la jueza Palmaghini y sobre todo a la fiscal Fein, que en lugar de deducir desde el primer día lo que decían las pruebas se ocupaban, según parece, de diluirlas, y luego de neutralizar su elocuencia dejando que pasara por ellas la lima del tiempo, que todo lo borra, un recurso que conocen bien en Comodoro Py. Allí, a la justicia federal, debió ir la causa desde el principio. Era la muerte de un fiscal. Que, además, acababa de hacer una denuncia gravísima contra la presidenta. Pero en ese entonces Justicia Legítima era una máquina aceitada. Y aturdía la voz de Aníbal Fernández, que insistía en que el fiscal se había suicidado. El motivo, según el ministro del Interior, era obvio: el "bodoque" que contenía la acusación de traición a la patria contra su jefa lo había avergonzado hasta tal punto que Nisman no tuvo más alternativa que quitarse la vida.

Hoy se sabe que esa denuncia era sólida. Y a Nisman, dicen los peritos y confirma el fiscal, lo mataron dos personas, después de golpearlo y drogarlo. Con el arma "amiga" que le llevó Diego Lagomarsino. Ahora el técnico informático será indagado como supuesto partícipe necesario del asesinato, que habría ocurrido mientras los custodios miraban para otro lado. ¿Hacían falta tres años para cambiar la carátula?

En el agujero negro del caso también está la Justicia. Y quizá sea esa la zona más negra y profunda. La que permanece en las sombras mientras los gobiernos, incluso el último, pasan. La que distribuye el juego y vende las indulgencias. Los funcionarios roban, compran su absolución a los jueces con lo robado, y al final los jueces pasan a retiro con su propio botín más una jubilación privilegiada. En el vértigo de este negocio el país se hunde y luego los jueces incorregibles reeditan aquella fábula del pastor atribuida a Esopo: tanto han mentido que nadie les cree cuando hacen lo que debieron haber hecho hace años. Por este dato hay quienes llegan, mediante una lógica dudosa, a objetar las últimas detenciones de la corrupción kirchnerista. Más vale tarde que nunca, creo yo. Sobre todo en las causas donde la acumulación de pruebas es obscena. Sanear la Justicia es otra cosa y llevará más tiempo.

Mientras, los jueces y fiscales que cumplen con su trabajo hacen mucho por conjurar, con su valor, los agujeros negros que todavía nos acechan. Detrás de ellos está la sociedad argentina, que por fin parece haber entendido que la corrupción del sistema y la consagración de la impunidad son la raíz de nuestros males.

© La Nación

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