sábado, 11 de noviembre de 2017

CRISIS EN LA AFIP / Efecto filtraciones

Hay nombres en danza para ocupar el lugar de Abad. Pero 
el Presidente decidió ayer que por ahora continúa.

Por Roberto García
Sea por tardanza o imprevisión, Macri se atraganta con un episodio de su gestión. Justo en su esplendor, en la semana en que parece más atlético y poderoso, inalcanzable hasta para los propios, como suele ocurrir cuando un presidente argentino regresa de un viaje por EE.UU. 

Cargado de elogios, promesas y préstamos. Lugar encantado para transformarse en príncipe, casi Disney de la política. 

Fue ese periplo un anabólico para avanzar en su plan reformista, imponer condiciones a los gobernadores (negociar uno por uno, como si fuera el FMI con sus países deudores), limitar a los sindicalistas y el entourage de abogados en su próspera y tradicional forma de vida (todos hablan en tono grueso fuera de la Casa Rosada, pero son Farinelli en su interior), achatar ingresos de jubilados o podar módicos recursos en su administración, entre otras lindezas.

Pero la espuma y el vértigo del éxito –todo lo importante sale, aunque cederemos algunas partes, repiten– no ocultan un sismo estancado en el Gobierno: la titularidad de un organismo clave como la AFIP, con Alberto Abad a la cabeza, parece resquebrajada. Y la secuela de ese turbión, además de interminable, complica al mandatario.

Se filtró. Cuando Página/12 reveló una breve nómina de familiares de Macri que regularizaron su millonario patrimonio con el blanqueo, esa infidencia provocó la natural renuncia de Abad, hombre especializado en tributos que supo trabajar con Bauzá y Duhalde en épocas pretéritas. Se consideraba responsable de esa fuga escandalosa. A pesar de la furia por la filtración, el Ejecutivo lo mantuvo en el cargo a la espera de una sedimentación del caso: eran tiempos de elecciones. También se sospechó que, al margen de la improvisada seguridad informática de Abad, éste había sido víctima de una celada política. Como el Presidente. Decisión en suspenso, por lo tanto.

Luego del episodio, el mandato del funcionario ya era un plazo fijo a concluir, lo que empezó a confirmarse hace más de 15 días cuando este diario lo informó y luego trascendió que el titular del Banco Provincia, Juan Curuchet, lo reemplazaría. Con un adicional: uno de los gerentes de la AFIP, Jaime Mecikovsky, de dilecta confianza y comunicación con Elisa Carrió, estaba posicionado para ascender varios escalones en la cúpula.

Mecikovsky es el autor de un informe de 500 páginas que involucró al jefe anterior,Ricardo Echegaray, por favorecer en el organismo maniobras del empresario del juego y otras yerbas Cristóbal López. Estos movimientos ya eran conocidos por Abad y sus cercanos, que advertían los cambios como un hecho consumado. Incluso más de uno pensaba –si le ofrecían– no acompañar a Curutchet en la gestión por considerarlo con escasa idoneidad impositiva.

Quizás por esa razón se borró Curutchet como candidato y apareció, por obra y gracia de Horacio Rodríguez Larreta, otro eventual sucesor: el economista Franco Moccia, ministro de Desarrollo Urbano y Transporte porteño, un ex Citi (igual hay cambios: este lunes asume como directora de informática Sandra Rouget, extraída de Anses). Si se produce lo de Moccia, indicaría además que Larreta y Macri han superado ciertas asperezas que se justificaban –los que no saben explicar las diferencias– en el disgusto presidencial por la instalación en las plazas capitalinas de cabinas transparentes con mascotas.

Abad pasó de único responsable por la difusión de secretos a convertirse en un adalid en la lucha contra colegas del Gobierno que auspiciaban arreglos impositivos. La consigna “no pasarán” comenzó a tomar cuerpo en su círculo y, en apariencia, hizo naufragar el interés por aliviar a grupos deudores vinculados a Cristóbal López, Hugo Moyano o autoridades del Correo. Nadie cree que esas gestiones fueran impulsadas solo por los privados complicados. Y Abad, en todo caso, por este nuevo fenómeno de denuncias puede retirarse por la puerta grande, no por la claraboya.

Ayer, sin embargo, la escalada del conflicto obligó al Presidente a una definición: por ahora no lo cambia, es más lío su reemplazo.

Cuidado. Queda otro agravante en esta saga de la AFIP: antes de la publicación de la escueta hilera de blanqueadores presidida por hermanos de Macri, el dueño del diario que la publicó –el sindicalista Víctor Santa María– parecía condenado a prisión por anomalías administrativas, por lo menos era voz pópuli esa chance, antes de que la Justicia ensombreciera al Pata Medina, De Vido y Boudou.

No ocurrió ese desenlace desagradable. Sin embargo, para algunos hoy dispone de indemnidad por poseer la restante y preciada documentación. Hay mucha gente con perfil bajo, del oficialismo sin duda. Casi un operativo de inteligencia esa difusión, si se hace caso a los protocolos del rubro, por el cual una simple muestra informativa permite imaginar catástrofes que se pueden evitar, siempre y cuando se negocie más tarde.

Son versiones, claro, pero debe recordarse que el mismo Santa María parecía aterrado por las derivaciones judiciales que se anunciaban en su contra y, para descomprimir ese tormento, hasta se allanó a un reportaje poco feliz en el programa de Lanata, en el cual sus confesiones merecieron por lo menos la calificación de “inhábil declarante”, como se dice en la jerga policial.

Más que eso, seguramente, pesó la divulgación de la lista impositiva, que tal vez ha sido un bálsamo para la situación procesal del sindicalista-empresario. Al menos, ese hecho pareció apagar determinadas inquietudes de vindicta, transformando en rehenes a algunos de los aparecidos y a otros sin aparecer. Lo curioso es que, al revés de los frustrados López, Cristina, Garfunkel, Ferreyra, Szpolski y otros bisoños lanzados al ejercicio periodístico, por ahora a Santa María le debe parecer que la mejor inversión que ha hecho ha sido en los medios. Tal vez no sólo sirvan para informar.

© Perfil

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