sábado, 17 de junio de 2017

Cristina, entre el genio y la banquina

La ex presidenta instrumentó un confinamiento de su rival, 
que exhibe lo mejor y lo peor de su capacidad política.

Por Ignacio Fidanza
Cristina sorprendió a los que querían ser sorprendidos. La ex presidenta suele ser muy predecible en sus decisiones de poder y acaso el abuso -de mal gusto- de los "análisis" pretendidamente psiquiátricos de sus acciones, llevan a perderse la esencia: Se trata de una política profesional que permanece en el juego hace décadas.

No se sobrevive en el más impiadoso de los mundos haciendo "locuras", se sobrevive haciendo política. En ese sentido su decisión de disputar la candidatura a senadora -largamente anticipada por LPO- era la movida lógica para un dirigente que pretende seguir ostentando esa condición. ¿Cómo rechazar la posibilidad de participar en la pelea electoral más vibrante que tendrá el país este año, si encima las encuestas le son favorables? ¿Qué no tiene el triunfo asegurado? ¿Cuándo existió algo seguro en la política? De lo que se trata es de pelear poder y Cristina algo de eso conoce.

Su gobierno tuvo luces y sombras, algunas de ellas muy oscuras, que se mantienen inalterables: Como su atrasada visión económica y sobre todo, su desprecio por la prensa y en buena medida la justicia. Pulsiones autoritarias que -hábil- enmascara en un relato de rebeldía contra el poder real.

Ahora, una cosa es Cristina presidenta y otra muy distinta Cristina candidata. Subestimarla electoralmente es de aficionado. Randazzo está viviendo esa intensidad.

Todavía faltan elementos para poder evaluar con certeza si la decisión de regalarle el PJ a su ex ministro fue una genialidad o un error descomunal, pero no se puede desconocer la audacia y seguridad que transunta la movida, cuya complejidad ofrece una ventana muy interesante a la manera en que piensa la política la ex presidenta. Se equivoca y acierta en magnitudes que por momentos la dejan fuera de escala.

Esa singularidad es seguramente un rasgo de genio y de riesgo, para un país que pagó demasiado caro el efecto subyugante de liderazgos carismáticos y en ese camino mágico descuidó la construcción de instituciones consistentes. Hoy lo pagamos con una moneda débil, pobreza, corrupción, déficit energético, infraestructura atrasada y una matriz económica poco competitiva.

La crítica enajenada -que abunda y aburre-, la demonización barata de la ex presidenta, el gorilismo abierto, obtura la posibilidad de analizar un fenómeno que no deja de ser fascinante: La persistencia del fenómeno populista en un país como la Argentina que tuvo y tiene todo para alcanzar un desarrollo de potencia media equilibrada, al estilo de Canadá, Australia o Nueva Zelanda.

El desafío de Randazzo fue ubicado por la ex presidenta en el nivel que ella debe considerar adecuado en su intimidad: Una interna pejotista con el intendente Mario Ishii, un torneo zonal de importancia menor. Hubo en esa finta cierta elegancia creativa y poco republicana, que la pinta de cuerpo entero. Pero no hay mucho para alarmarse, Macri hace lo mismo en Cambiemos, con su estilo contenido.

De hecho, si hay un consenso en la amplia mayoría de las organizaciones de la Argentina, es la mirada crítica sobre la democracia interna, vista no como el mejor mecanismo para discutir liderazgo y renovación, sino como la puerta que abre discusiones caníbales que terminan horadando la institución.

Es tan exagerado extrapolar de esta pelea bonaerense el fin del peronismo como ignorar el lento pero bastante consistente declive del bipartidismo clásico del PJ frente a la UCR. Es por supuesto un proceso dialéctico con avances y retrocesos y de compleja abstracción en un trazo común, por el diseño federal de la Argentina, donde las realidades locales en muchos casos contradicen una pretendida tendencia general.

Por eso, la idea del kirchnerismo como una deformación de nuestra historia política que hay que extirpar, además de autoritaria es equivocada. No hay bucear muy profundo para encontrar continuidades históricas en lo que hoy representa Cristina. Desentrañar lo que pulsa dentro de esa tendencia acaso sea más útil -hasta para quienes la detestan-, para desarmar su ejercicio infatigable de polarización como herramienta política.

El macrismo es en ese sentido el mejor heredero del kirchnerismo, un movimiento que reemplaza las remeras del Nestornauta por la leona Vidal, que lejos de discutir las razones de sus fracasos como Gobierno, prefiere cargar las tintas sobre los demonios del adversario, que manipula con el miedo, que agita odios y fuga hacia adelante. No es que este "mal" o no funcione, el drama de ese juego de opuestos -que ya edificó una zona de confort para los que están "adentro" de esa pelea-, es que impide la concertación de políticas de Estado que podrían empezar a sacarnos de ese atraso, del que se acusan unos y otros.

© LPO

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