jueves, 9 de marzo de 2017

El impensado aliado de Macri

Por Ignacio Fidanza

Es curioso cómo se dan las cosas. La conducción de la CGT vive por estas horas un escarnio público, sobre todo de los seguidores de Cambiemos, que apelan al recurso fácil de vincular la toma del atril de la marcha del pasado martes con el cajón de Herminio Iglesias. La sintaxis es clara: Peronismo es violencia política.

Lo que esa lectura rápida elude es que si acaso comete un pecado la CGT -por llamarlo de alguna manera-, es resistir la presión de sus bases para que convoque a un paro general.

Es decir, les tomaron el palco por apoyar al Gobierno, no por desestabilizarlo.

Carlos Pagni, a quien nadie puede acusar de peronista, lo dijo claro este miércoles en el Congreso de Economía Argentina realizado en Puerto Madero: Uno de los factores determinantes que explica la posibilidad de que pese a todo Cambiemos gane las elecciones de este año, es la "solidaridad" del sindicalismo que mantiene dividido al peronismo.

La solidaridad se entiende por la negativa. Es decir: ¿Qué ocurriría si la CGT se sumara alegremente al rechazo cerrado del kirchnerismo al Gobierno? Se trata de un aporte que vale doble porque lo hace en contra de su propia base política.

Pero más importante aún, a los que se burlan de la CGT habría que preguntarles qué tal le iría a la administración de Macri sin esa válvula -que aún desgastada- sigue siendo uno de los pocos resortes reales que le quedan a la Argentina para regular el conflicto social.

A la CGT le tomaron el palco por apoyar al Gobierno, no por desestabilizarlo. Un apoyo que vale doble porque lo hace contra su propia base. Claro que sería mucho más fácil hacer populismo y convocar sin pensarlo dos veces, a un paro general.

Claro que pesa la interna con Cristina, pero aunque suene políticamente incorrecto decirlo, acaso en el sindicalismo peronista también inciden razones más profundas: La certeza que una debacle del Gobierno sólo agravaría una situación por demás delicada que ya viven los trabajadores. No hay que ser un genio de la política, para entender que en el colapso los primeros en perder son los que menos tienen.

Si es verdad que existen los brotes verdes, si es cierto que este año la economía va a rebotar entre dos y tres puntos, estamos hablando de meses. Sería fácil hacer populismo y convocar a un paro, pero la conducción de la CGT con una responsabilidad que nadie le va a reconocer, hizo un extraordinario esfuerzo para comprarle tiempo a Macri -y a la gente-.

Pero claro, los peronistas son violentos y golpistas. Y los radicales inútiles que no saben gobernar. Los lugares comunes de las simplificaciones autoritarias, no son el mejor aporte para superar las taras de nuestra democracia.

Lo interesante es que Macri siempre tuvo clarísimo donde estaba la llave de su gobernabilidad. No en los empresarios, que en la Argentina no constituyen un bloque homogéneo y en la mayoría de los casos ni siquiera tienen un modelo de país.

Macri cuida su relación con el sindicalismo peronista con una dedicación absolutamente racional. Es ese lado pragmático de su Gobierno lo que le da el plus que volviendo a Pagni, lo diferencia de De la Rúa, que hizo la estupidez de pedirles la declaración jurada -¿Se acuerdan de Patricia Bullrich?- y sobre el pucho intentar imponerles una reforma laboral. Sabemos como terminó esa experiencia.

Lo notable es que apelando a categorías antiguas, pero que siguen siendo muy gráficas, el Presidente es en este punto mucho menos gorila -aunque sea por conveniencia- que buena parte de su base electoral. Pero claro, debe ser esa amplitud de mirada que fuerza la obligación de gobernar. Acaso, una de las pocas cosas interesantes que ofrece el poder.

© LPO

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