viernes, 10 de junio de 2016

Hablar es gratis, callar también

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Luego de que mi psicóloga, algunos exjefes, amigos y familiares me pidieran que bajara un cambio, que mida mis palabras y que tuviera cuidado con quién me metía, llegué a un par de conclusiones. Primero, que el hecho de que mi abogado fuera el único que me dijera “dale para adelante” obedece a que pretende vivir de mis derrapes bajo la falsa premisa de suponer que los periodistas tenemos algún dejo de poder adquisitivo. Segundo, que en este ispa definitivamente son mayoría los que creen que la mejor forma de no tener problemas es no laburar.

En ese orden de cosas, nunca en la vida debería haber escrito la primera nota sobre el juez federal Sebastián Casanello, esa que publiqué el mismo día que la causa del Lázarogate cayó en la cueva militante del cuarto piso de Comodoro Py 2002, en abril de 2013. Sí, han transcurrido tres años y dos meses y todavía hay quien recuerda esa nota como “una muestra de mi personalidad conflictiva” y no como lo que fue: tan sólo el relato de cómo funciona un juzgado con secretarios provenientes de La Cámpora.

Siguiendo con la buena onda, está claro que tampoco debería haber contado la vergüenza de lo que son los exámenes de ingreso y permanencia dentro del Ministerio Público Fiscal, esos en los que preguntaban a los aspirantes a conservar sus laburos temas tan trascendentales para tomar denuncias como cuáles fueron las causas del colapso del neoliberalismo, la lucha entre colonizadores y desplazados en el siglo XVI y los nuevos paradigmas sociales instaurados desde 2003. Tampoco correspondió que afirmara que toda la runfla que Alejandra Gils Carbó designó al frente de la Unidad Fiscal AMIA que estuvo a cargo de Alberto Nisman, forman parte de ese colectivo exclusivo y excluyente denominado Justicia Legítima. Nota que me trajo más dolores de cabezas que las lecturas que tuvo y que, a la fecha, también se anota en mi curriculum de persona conflictiva. Por ello, no da que cuente que en la UFI AMIA hoy tienen marginado a todo el personal que formó parte del equipo del suicidado fiscal, ni que llevaron el personal de 43 empleados a 70 gracias al cupo de camporistas del riñón de Julián Álvarez, ni mucho menos que hostigan a los que quedaron, como a una secretaria a la que tienen sin funciones desde hace un año y medio, o la chica a la que le quitaron un cargo retroactivamente y que en su último recibo de sueldo cobró 1.400 pesos.

Obviamente, en el último tiempo –después de meses de portarme bien– volvió el mote de bardero gracias a que tuve el tupé de defenderme de una catarata verborreica de un diputado que se enojó por una nota que tiene casi seis años. Once horas de hostigamiento, llamadas de su equipo a cuanto periodista se solidarizara para seguir carpeteándome, intentos de salpicarme en mi laburo con el claro fin de que me dieran un voleo en el orto, y algunas amenazas de muerte mediante, no faltó el colega que dijera que me lo busqué. Por conflictivo. Porque parece que cumplir con el laburo es pasearse de minifalda por la segunda bandeja de La Bombonera. Por suerte, fueron los menos.

Increíblemente, a tres años de la nota contra Casanello, seis de la nota en la que mencioné al pasar a Vera, uno de la nota sobre la UFI AMIA y a tan sólo un mes del quilombo con la mucama ad-hoc de Su Santidad, me encuentro con el diputado gestionando el encuentro del juez federal con el Jefe de Estado de otro país mientras la Procuradora ya pide pista para viajar a Roma. Todo muy normal.

Lo curioso es que aquellos que se ponen a armar la listita del súper con el laburo ajeno se olvidaron de mencionar otros quilombos que tuve. Como aquella vez que dije que Juan Carlos Fábrega tenía lista la renuncia al Banco Central y me bombardearon a puteadas sus voceros. Dos días después aflojaron: Fábrega había renunciado.

Vale aclarar algo: odio practicar periodismo de investigación. Me resulta engorroso, aburrido y lo más cercano a trabajar en serio que puede estar un periodista y hay tipos muchos más serios que yo para llevarlo a cabo con excelentes resultados. Si hubiera querido continuar investigando cosas, me habría quedado en el Poder Judicial. Que tire datos no es investigación: me los pasaron, los conocía de antes, los encontré detrás mi planta de albahaca cuando la regaba, se le cayeron a una vieja en el bondi. No importa la procedencia, chequeo el dato y, si se trata de una fija, se publica. Convengamos que decir lo que se tiene a mano no es ningún mérito y a escribir aprendimos en la primaria. Una agenda y un mínimo de conocimiento de sintaxis alcanza y sobra para ejercer el periodismo gráfico, aunque algunos genios de los negocios nos convencieron que hay muchas cosas que estudiar para ser como los periodistas que admiramos, esos que no pisaron escuela de periodismo alguna.

El periodismo ha dado lugar a la administración de datos. La constante reciprocidad del interlocutor gracias a las redes sociales nos da la pauta de qué se lee, qué no y, en base a ello, tratamos de dilucidar qué puede garpar. De a poco todos se van convirtiendo en amarillistas: rápido impacto, mínimo laburo. Y así terminamos discutiendo cuándo le teníamos que tomar juramento a Gabriela Michetti luego del infarto masivo de Mauricio Macri, cuando se encontraba reunido con periodistas, en vez de putear por el balance de cómo se encontraba el Estado al 10 de diciembre de 2015. Pero si a ustedes les da paja leer 233 carillas de informe, imagínense a un periodista un viernes a la tarde.

En el debate del huevo y la gallina, mi posición es básica: si una noticia cae en un bosque y nadie la escucha ¿produce algún ruido? El poder está en el lector: los periodistas existimos si nos leen, escuchan, ven. Bastante tenemos con que al vivir de los clicks padezcamos el problemita de que pocos quieran leer notas a las que acusan estar escritas para voltear al gobierno nacional, provincial o de la ciudad. Es como si criticar cualquier cosa fuese un atentado contra un estilo de vida, o como si la administración del Ejecutivo se tratase de una cooperativa que comparte dividendos entre simpatizantes. Ayer, sin ir más lejos, se publicó en el boletín oficial de la provincia de Buenos Aires un decreto al que María Eugenia Vidal le puso el gancho un día antes. En esa nueva norma figuraba una modificación en la legislación procesal penal tan gris que muchos abogados –todos, digamos– dijeron que era una locura y que podía terminar con periodistas sopres por difundir datos de declaraciones juradas. Bastó que el Secretario General de la gobernadora dijera en una radio que el decreto fue mal interpretado para que los simpatizantes de Vidal salieran a cuestionar a quienes aún sostenían lo contrario a lo manifestado por el Secretario. Una hora después, Vidal decía en la tevé que modificaría el decreto al que reconoció como un error. Yo apuntaría los cañones al Secretario General que dejaron en orsai. O es un boludo, o todo lo contrario y metió el chascarrillo legislativo para ocultar algo.

Sin embargo, nadie nos complica más el laburo que el kirchnerista promedio cuestionando al gobierno actual. Básicamente porque uno cierra los ojos, pasea su dedo por el código penal y anexos, y donde frene encontrará un delito cometido por las gestiones pretéritas. No quedó ni uno por cometer. Ni uno. Incluso fueron tan creativos que crearon concursos que creíamos imposibles, como Amado Boudou, a quien investigaban por una cometa y del que descubren que tiene domicilio en un médano y, cuando lo van a buscar, que ni siquiera tiene el DNI en regla.

Es muy difícil que un kirchnerista nos inste a que critiquemos la compra de gas a Chile por parte de Aranguren cuando en la política energética pasamos de la exportación de hidrocarburos a la importación en menos de dos de los doce años que estuvo Julio De Vido a cargo. Nos embarran el trabajo. Quiero escribir a cuatro manos que Aranguren tiene menos cintura que Cabito jugando de enganche, o que es una falta de respeto que argumente que no pasa nada con tener acciones en Shell porque las decisiones sobre la petrolera la toman los que reciben órdenes de él. Pero que me lo reclame cualquiera menos el que banca al ministro más dañino del kirchnerismo.

Y como no levantan la libido de nadie cuando mandan sus gacetillas, muchos de los bajitos y paquitas de Cristina le mandan cartas pidiendo que haga algo. Más huérfanos de lo que se sentían cuando convirtieron a una extraña en la madre intocable, y sin lograr que Máximo tenga un liderazgo acorde a su tamaño, le mandan cartitas a Cris por Facebook. Al menos son conscientes de con quien hablan y le cuentan cómo está el país, ya que la Jefa derrocada por la dictadura de las urnas antipopulares se encuentra incomunicada ante la carencia de los diarios del Tango 01.

El ex secretario de Planificación Económica Emmanuel Álvarez Agis se quejó de la situación económica. Es obvio que la única persona que podía darle bola a cuestionamientos económicos efectuados por quien planificó la economía del período más recesivo e inflacionario desde 2002 era su Jefa. O sea: hablamos de la persona menos indicada para emitir cualquier comunicado que incluya palabras como “transparencia”, “previsión”, “ilegalidad”, “blanqueo” o cualquier otro vocablo que se aproxime a términos aplicable a la economía.

La cartita le recordó a Cristina momentos legislativos como cuando se indignó por ver a quienes se alegraron por el proyecto de privatización de YPF. No, no hacía referencia a la felicidad de ella y su marido. La expresi, en cambio, nos hizo rememorar que es una burra con ganas de ostentarlo al hacer el paralelismo de la reparación a jubilados con un Caballo de Troya “pero que adentro no viene Aquiles”, cuando el buen hombre recibió el flechazo de París en su talón unos años antes.

Totalmente fuera de tiempo, la Presi cuestionó el ataque a la libertad de prensa por el polémico artículo 85, cuando ya habían pasado 48 horas del anuncio del gobierno de dar marcha atrás con el mismo. Y para rematarla, confesó que, “como ex legisladora, y ante una rápida lectura del proyecto, lo que más llamó mi atención fue la mezcolanza de temas: blanqueo, jubilados, juicios, cambios de índices de actualización y edades del SIPA, venta de acciones del FGS, derogación de impuestos progresivos, acuerdos fiscales con las provincias”. No entendió cómo un proyecto tenía un objetivo, una fuente de financiamiento y un plan de acción.

Como fiel representante del subgénero político que hemos dado en llamar “kirchnerismo”, nos corrió del eje. Más allá del detalle de que Cristina demostró nuevamente que siempre miró la realidad a través de los ojos de sus chupamedias, hoy tendríamos que estar hablando de si está bien que blanqueen los que tienen la guita suficiente como para justificar cuentas en el extranjero, si es un logro haber impedido que se puedan adherir los funcionarios y gobernadores cuando hubiera sido la oportunidad ideal para pedirles explicaciones en tribunales por el origen de los fondos, si el blanqueo puede incluir la dentadura de mi tía Giuseppina o si además de los fondos caribeños podemos traernos algo de playas como la gente y un poco de calor para recibirnos de país bananero. En cambio, estamos acá, debatiendo lo dicho por una mujer a la que, ante cualquier opinión sobre temática jubilatoria, habría que responderle con un “yo te vi vetar el 82% móvil” y pasar a otro tema.

El resto es tirar tinta, gastar luz, amortizar teclados, justificar salarios. Y ni siquiera es para tanto.

Vernedí. Cada vez menos periodistas. Cada vez más meros administradores de datos.

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