viernes, 10 de junio de 2016

ENTREVISTAS / JOSTEIN GAARDER

"Ser pesimista es decadente"

Jostein Gaarder: "Ser pesimista significa negar la responsabilidad"
Por Pilar Gómez Rodríguez

A él le gusta España y a nosotros nos gusta él. Nos gustó a los periodistas que le entrevistamos en la sede de la editorial Siruela, por su claridad, paciencia y amabilidad y porque nos dedicó más tiempo del previsto.

A los de Filosofía Hoy nos gustó en particular porque representa mejor que nadie el intento de llevar y acercar esta disciplina al gran público sin distinción de ningún tipo. Ocurrió que llevábamos a la cita algunas preguntas que hicieron los compañeros y seguro que también ocurrió lo mismo, pero al revés. De modo que hemos pensado que, para no perder detalle y, con su permiso, estaría bien integrar el resultado de toda la charla invocando cierto espíritu comunal. Este es el resultado del turno de preguntas.

-¿Cuál fue el secreto de El mundo de Sofía? ¿Cómo consiguió iniciar o educar a tantas personas en la disciplina filosófica?
-Creo que fue escrito en un buen momento, en el momento justo, aunque entonces no lo supiera. Mi mujer, de hecho, me dijo que no tendría lectores y que no nos supondría ningún ingreso. Era a principios de los 90, se acababa de caer el telón de acero y había muchas nuevas sociedades abriéndose a nuevos valores, quizá no muy conocidos en ellas como la democracia o la justicia. El libro se hizo muy popular en los países del este, Rusia, y hoy en China es un gran bestseller. Cuando cayó el muro, el sindicato noruego de profesores quería hacer un regalo solidario a Rumanía y se pensó en medicina, ropa, y al final se decidió enviar un cargamento de este libro porque lo consideraron “saludable”. Por otro lado, en algunos países occidentales como España, era el momento de empezar a tratar seriamente con un nuevo laicismo. La iglesia había dejado de ofrecer respuestas y muchos volvieron sus ojos a la filosofía, por la que, creo, se siente mucho respeto en Europa, pero había que dejar de considerarla como algo aburrido, académico, algo que en países como Alemania había actuado como una barrera frente al interés del gran público; quizá ese fue el secreto.

-¿El enorme éxito que tuvo con ese libro le ha cambiado? ¿Le ha servido para aprender algo de él?
-No me ha cambiado a mí personalmente, pero sí ha cambiado mi vida en un modo físico, económico, práctico... Y también ha cambiado mi carrera y mis perspectivas como escritor, abriéndome muchas puertas. El mundo de Sofía se ha traducido a 63 idiomas... Una locura. Gracias a eso he podido escribir otros libros –alguno que yo considero igual de importante, como El enigma y el misterio– y que gracias a El mundo de Sofía también se leen. No sé si se hubieran leído igual de no ser por él. Con ese libro, además, gané mucho dinero, con el que además de escribir otro atendiendo al deber y a la preocupación por la ecología, La tierra de Ana, creé una fundación que concede un premio al mejor proyecto medioambiental.

 -Sus libros los leen todos los públicos. A la hora de escribirlos, ¿se plantea el destinatario? ¿Influye el tipo de lector en el resultado final de una obra?
-En realidad no es tan distinto escribir para un público o para otro y antes de empezar a escribir no sé cuál será el destinatario. Sí creo que mi literatura tiene estratos, capas que hacen que unas cosas sean entendidas (o mejor entendidas o entendidas de una forma diferente) por las personas de una edad u otra. Un ejemplo: me dicen que El enigma y el espejo, donde una niña que está muriendo se encuentra con un ángel, es un libro triste. Y sí, pero mientras los adultos se centran en esa tristeza hasta el punto de llorar, los niños dicen “vale, pero eso ya se sabe desde la primera página” y se centran en el hecho de conversar con un ángel; eso les fascina.
En mi país tenemos que decidir si el libro se imprime para niños, jóvenes adultos o adultos. Y creo que hay muchas historias que los adultos se pierden porque no las compran si tienen pinta de ser para niños o jóvenes. Curiosamente, muchos –quizá la mayoría– lectores de mis libros escritos para jóvenes sean adultos. Recuerdo una mujer que se acercó para que le firmara justo ese libro, El enigma y el espejo, y le pregunté: ¿tienes niños? Y me dijo que no. Era para ella. También es una forma de fomentar la lectura en familia. Creo que todas las edades pueden encontrar algo “nutritivo” en el texto. A veces son los niños quienes lo “pillan” y otras los adultos, no estos siempre y necesariamente. Una cosa sí tengo clara; no es más fácil escribir para niños que para adultos.

-Teniendo en cuenta ese argumento referido, ¿es la tristeza una constante en sus obras?
-También es parte de los seres humanos. Sin embargo, mi opinión personal es que la vida siempre es una alegría y creo que mis obran lo confirman. Desde niño, yo he tenido la impresión de formar parte de un milagro, un enigma y un misterio. Mi vida siempre ha sido fantástica, bella, pero, claro, no durará para siempre. Y eso es triste. Yo estoy de acuerdo con lo que se escribía en los muros de la Sorbona en mayo del 68 y que decía: “La muerte es contrarrevolucionaria”. Lo suscribo y también lo suscribe esta colección de Las tres edades, que viene a decir algo así como que la fantasía al poder, poder para la fantasía.

 -Cree entonces, como Leibniz, que vivimos en el mejor de los mundos posibles...
-No conozco otros. Pero sí, me preocupa el mundo en que vivimos y me preocupan muchos asuntos como el cambio climático. Cuando escribí El mundo de Sofía no hice ninguna referencia al tema, pero es que tampoco la hay en toda la historia de la filosofía, de modo que cuando lo revisé años después tuve que escribir otro libro que tratara sobre esa preocupación, La tierra de Ana. Pero soy optimista. ¿Que por qué? Pues porque no hay opción para el pesimista. Ser pesimista es decadente. Significa negar la responsabilidad. Es muy fácil estar sentado, mirar el facebook y decir “vaya, el mundo se va al carajo”. Pero entre un extremo y otro creo que se encuentra la esperanza; es una categoría que se combina con la lucha. Decididamente me considero optimista. Y si fuera pesimista –y si a veces lo soy–, solo se lo diría al oído a mi mujer y, por supuesto, nunca en público.

-¿Ha leído a su nieto Los mejores amigos?
-Le encantó. A sus cuatro años entiende bien el drama, la relación con el oso, el accidente... Es una historia de cómo dejamos huella tanto los adultos como los niños. Se parece a la casa del caracol, que se queda ahí no solo como un recuerdo, sino como algo más, una vida que ya no existe. La historia la cuenta el oso y eso es lo que extrañó a mi nieto, que me preguntó: “¿es posible?”.

-¿Es partidario de hablar con niños abiertamente de sucesos como los últimos atentados de París?
-Buena pregunta. Se la hizo todo mi país tras el ataque terrorista, ya que hay ediciones de periódicos para niños y también la televisión estatal tiene noticias para los más pequeños. El debate planteaba si esa información se cubría o se ocultaba. Yo creo que, en cierto modo, sí hay que proteger a los niños, no exponerlos a ciertos detalles, porque hay cosas que un niño no es capaz de entender. Nosotros tuvimos también nuestro brutal atentado, un suceso imposible de esconder. No es posible esconder el mal, en general, y tampoco se trata de eso, sino de entender que cuando hablamos con un niño, hablamos con un niño. A este respecto diría que todos los buenos libros para niños son buenos libros para adultos, pero no al revés. Ciertas cosas pertenecen solo a la vida adulta y creo que los niños deberían ser protegidos en internet de la violencia y la pornografía porque no tienen la capacidad de entender ciertos aspectos de ambos mundos.

-A la hora de escribir, ¿tiene en cuenta el formato? ¿Puede este de alguna manera influir en lo que se escribe?
-Quizá yo esté pasado de moda, pero a mí (y creo que también a los niños) me gustan los libros, su aspecto físico. Por supuesto que se puede leer en pantalla, pero, en realidad, tampoco creo que la diferencia sea significativa. Lo que necesitamos son cuentos, historias, relatos. Los necesitamos mucho más y mucho antes que cualquier libro o dispositivo y, de hecho, existían cuando no existía más formato que la tradición oral, con las peculiaridades de cada país. La misma Biblia fue contada antes de que existiera una versión escrita. En el mundo de hoy creo que la mejor forma de distribuir y difundir las historias siguen siendo los libros. Personalmente aún no he leído una novela entera en una tableta, pero es algo que posiblemente haré en el futuro.
Un aspecto que me gustaría tocar ahora que hablamos de pantallas es el hecho de conformar una sociedad de la autopresentación, de la autopromoción, en la que somos capaces de seguir nuestro facebook con más interés que el destino de las víctimas del cambio climático o de cualquier otro desastre. Es muy curioso contemplar a un grupo de turistas interesado solo en retratarse junto con aquello que visitan. Esta especie de cultura del selfie no deja de ser más que un tipo de ceguera y los libros pueden ser una vacuna contra ellas.

-Hacer preguntas ha sido un aspecto vital en su carrera (de hecho, uno de sus libros se llama Me pregunto y consiste en eso, en enumerar cuestiones). ¿Por qué asuntos recientes no puede dejar de preguntarse?
-Es un buen ejercicio preguntarse por aquello por lo que uno aún no se ha preguntado. Y en las últimas décadas han surgido diversos fenómenos: la preocupación por el cambio climáticos, sin duda, y los nuevos modos de terrorismo, la amenaza para la democracia que ello supone, la opresión de las mujeres... De alguna manera, considero que están interrelacionados; hechos como el yihaidismo y la opresión de las mujeres de un modo evidente, pero también esta última con el cambio climático. Por ejemplo, en África, ellas son las que tradicionalmente se han encargado de asuntos como el agua, los cereales, incluso de hacer sombra plantando árboles...

-En la actualidad, en España se ha visto drásticamente reducida la presencia de la filosofía en las aulas. ¿Cuál cree que es su sitio, la escuela o una esfera más privada?
-No parece una decisión muy sabia, porque, además, la filosofía puede resultar muy importante para otras materias, aunque no esté directamente relacionada con la industria o la economía. Pero no soy un fanático. Veo alternativas y pienso que la filosofía puede emerger en otras asignaturas, pues hay implicaciones filosóficas en todas ellas. Lo más importante es que en la escuela los profesores tengan una educación filosófica. En mi país no importa que estés estudiando derecho, idiomas o medicina: tienes que aprobar un examen de filosofía.

-Siempre hay bestsellers sobre historia, psicología, y no tantos sobre filosofía. ¿Quizá sea por el lenguaje? ¿Debería adecuarse a un público mayoritario?
-Soy de la opinión de que un pensamiento claro se puede expresar claramente. Y al revés; si alguien no habla de una forma inteligible, igual es que no sabe de qué está hablando. El mundo de Sofía también es una simplificación. De eso me han acusado y a mí me gusta poner este ejemplo: si haces autostop desde Copenhagen a Roma, alguien para y te dice que va a Milán, ¿qué haces? ¿Dices que no? ¡Súbete! Y ya verás cómo llegas a Roma. Pues igual este libro es capaz de despertar el interés por Hegel o Kant y hacer que luego tú quieras continuar, llegar hasta ellos por ti mismo.
Y nunca hay que perder de vista el origen de la filosofía: un señor llamado Sócrates, preguntando a la gente por la calle sus opiniones sobre la justicia, por ejemplo, y demostrando que todos podían tener opiniones valiosas al respecto.

-En la actualidad proliferan diversos formatos que tratan de acercar la filosofía al gran público por medio del cómics, de tutoriales en youtube o de cafés filosóficos. ¿Pueden estas iniciativas ser beneficiosas para la filosofía o contribuyen a bajar el nivel?
-Pues depende. Depende de cómo estén hechos, enfocados. Personalmente creo que no es imposible contar la historia de la filosofía en dibujos animados, por ejemplo. Y otro caso: yo cuando enseñaba religión, empezaba con la historia del mundo, el big bang, la aparición de la vida, la evolución, el ser humano, un planteamiento histórico... Todo esto me llevaba unas ocho sesiones, pero creo que se puede contar lo mismo en 10 minutos. Creo en el valor de lo que llamo la “perspectiva del pájaro”: puedes ver mucho, mucho más si te alejas, si prescindes de ciertos detalles.

-Volviendo a la relación entre literatura y filosofía, ¿puede esta ser un cuento?
-Es lo que pretendí al escribir El mundo de Sofía, contar un cuento. Y lo que figura en el subtítulo, Novela sobre la historia de la filosofía, tiene un estilo un tanto épico. Pero es que la épica también forma parte de nuestras vidas. Vivir es pura épica. Confieso que cuando viajo y algún compañero de asiento me reconoce, quiere hablar conmigo y yo no tengo ganas, lo que hago es preguntarle por su vida. Y todo el mundo empieza a hablar porque tiene su historia. Vivir es una cosa muy seria y solo se hace una vez, de modo que a la gente le gusta contar la historia de su vida, porque la tiene. Todo el mundo la tiene y tú seguro que también la tienes.

© Filosofía Hoy

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