sábado, 19 de marzo de 2016

Yrigoyen, Perón y Lula

Fueron aclamados y luego denostados al dejar el poder. 
Alerta para Macri: la clase media volátil.

Por Roberto García
Lula, más allá del desenlace político que lo condene al oprobio o a la dicha, debe rumiar su disgusto con lo poco agradecido de su pueblo, como alguna vez lo debió pensar Getulio Vargas antes de pegarse un tiro. Hay cierta asociación entre los dos personajes de la narrativa populista brasileña, aunque otros espejos vecinos ofrecen elementos menos siniestros que el final trágico del cuatro veces ex presidente del Brasil: Yrigoyen y Perón, de la Argentina. 

Dos ejemplos locales de aclamación y desventura, de encomio y desprecio, con avatares semejantes culminados en homenajes apoteóticos cuando les tocó el epílogo mortuorio. Multitudes que se habían olvidado de su anterior contribución a la caída de ambos, uno exiliándose en Martín García, el otro en Paraguay. No son estas eventuales sinonimias, sin embargo, las que parecen unirlos: los tres fueron a su modo formadores de un nuevo sector social, considerado clase mediacon cierta generosidad, un gentío que al principio vitoreó esa trepada y luego, inconstante y volátil, se sublevó contra condiciones inherentes a proyectos políticos acusados de encierro, venalidad y abuso del poder. Igual, para Lula hoy, como ayer para Yrigoyen y Perón –aunque éste tuvo una peripecia reivindicativa luego de casi veinte años de destierro–, hubo ingratitud en quienes ellos entendieron que habían sido beneficiados.

La historia antigua y la nueva que acecha al líder paulista vienen a cuento del ejercicio de Macri como presidente, atento a las encuestas, a los altibajos de la opinión pública sobre su gestión luego de haber ganado las elecciones hace cien días. Termómetro sensible, algo en descenso. De ahí que opte por vender gradualismo como método y se alista para una nueva etapa luego de la acordada aprobación del Congreso para salir del default, pagarles a unos holdouts y contraer nuevos créditos. Para el Gobierno, ese acompañamiento mayoritario ya expresado por Diputados y a confirmarse por el Senado dentro de quince jornadas, será un pico de esplendor que no debe desaprovechar y, entonces, aplicarse a otros planes complementarios vinculados al crecimiento que lo elevarán a otro plano superior en la consideración de los ciudadanos. Fundamental para sobrevivir y, obviamente, para enfrentar las elecciones de medio término, el año próximo, con alguna holgura en la ventaja y la creación de un cuerpo sólido en la sociedad. Casi el apogeo, suponen.

Aunque si rastrean los antecedentes de Lula, Yrigoyen y Perón, sabrán que los apoyos populares no se retraen o crecen por la aplicación de la ciencia, sino por la morbidez de un núcleo que votó a Menem sin preguntarse cómo había sido su gestión como gobernador en La Rioja, al igual que ocurrió con Néstor Kirchner en su administración de Santa Cruz –de la cual ni siquiera hubo intención de conocer aunque había datos sobre prácticas, usos y costumbres–, incluyendo la del propio Macri en Capital, ya que en un sentido grueso se validó la actuación por el éxito del Metrobus y son contados los que pueden exhibir conocimiento sobre el déficit en el ámbito porteño –no se sabe de pregoneros ni opositores que lo intentaran, como hace Alfonso Prat-Gay hoy al hablar del agujero presupuestario del 7%– ni del volumen o tasas de interés del endeudamiento registrados en su gestión. Nadie votó con ese criterio formativo, tampoco lo hicieron quienes se pronunciaron por Daniel Scioli. A veces, ese bloqueo asumido de la información produce más tarde cataclismos, el vaivén social, la decepción.

Lo cierto es que Macri observa una oportunidad de estrellato y, al margen de negociaciones, se anota como ganador en la porfía de la deuda, disuelve al cristinismo, tal vez acometa contra socios ventajeros como Massa –según él– y, sobre todo, avanzará en aquel lema de los 90 que decía: “Estamos mal, pero vamos bien”. Delicias de la vida, el retorno eterno.

Al respiro económico, más bien financiero, que logrará, el Gobierno se nutre con una catarata de hechos filodelictuales que hoy tiñen y destiñen al kirchnerismo, hace tres meses una amenaza que hoy reduce su participación política por las bolsas de dinero y el conteo de dólares (y el más infrecuente de euros) o con los abusos de facilidades impositivas que, para la mayoría empresarial, se diseñaron para ordenar con el Estado la financiación de sus compañías. No, claro, para que esa omisión tributaria que pagan otros contribuyentes sirviera para comprar empresas, desalojar competidores o empoderarse concentradamente en ciertos sectores. Tal la bajeza de los actos, que la fracción política de la señora ahora discute sobre la legalidad o licitud de estos fenómenos, no sobre la inmoralidad que los delata.

Esperanzado. Macri confía en mitigar la carestía actual monetarista con el aumento en las paritarias, la suba de las asignaciones familiares y otras formas para engrosar ingresos disminuidos por una inflación que, según el oficialismo, bajará a la mitad en el segundo semestre. De 4 a 2 mensual –si es que persiste el gradualismo–, lo que constituye igual una bomba de tiempo.

Mientras, los acontecimientos que sucedan al arreglo con los holdouts podrían equilibrar el tipo de cambio sin necesidad de mirar su cotización todos los días y, como motor del despegue, acelerar una exteriorización de capitales no declarados, un blanqueo, cuyo aporte calculan entre 20 y 50 mil millones de dólares. Un cambio en el ministro que rechazaba el blanqueo y atribuía que el anterior era sólo para narcotraficantes porque debían ingresar el dinero físico –lo cual no es cierto, ya que también estaba habilitado el pase de una cuenta en el exterior para comprar cedines– y del titular de la AFIP, Alberto Abad, quien decía negarse a esa alternativa de regularización.

Ahora todo parece cambiar, en menos de tres meses, y más de uno se pregunta la razón por la cual no se ensayó esa variante primero, con dinero fácil de conseguir, gratis y hasta con algún beneficio, en lugar de ensayar préstamos con tasas de interés a pagar que no bajarán del 7% para saldar con los holdouts. Como si los ahorristas en negro, hijos de una economía negra, fueran más despreciables que el mundo de los bancos al que se acude, casi todos conformados con esos y otros fondos negros.

Una curiosidad en la que tal vez no reparen aquellos casquivanos que ungieron a Lula, Yrigoyen y Perón para luego hundirlos, los mismos que según Macri habrán de mejorar la estima con él luego de que en quince jornadas se solucione el default.

© Perfil

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