miércoles, 25 de marzo de 2015

AYN RAND: DEFENSORA DE LA RAZÓN

El derecho del ser humano 
a ser racionalmente egoísta

Por Jaime Fernández-Blanco Inclán

Ayn Rand y la filosofía que fundó, el objetivismo, revolucionaron la filosofía del siglo XX. Cargó con todo y contra todos, despertando amores y odios como pocos filósofos en los últimos siglos. Su sistema filosófico ‘para vivir en la tierra’ es un corpus cerrado, compacto, que, basado en algunos conceptos heredados de Aristóteles y otros propios, deja un mensaje muy claro: la principal característica del ser humano es su racionalidad y esta es capaz de comprender objetivamente el mundo que le rodea, permitiéndole ese conocimiento alcanzar su propia felicidad en la vida. 

Creó una filosofía que sistematizó la libertad individual y definió los fundamentos de la ética del capitalismo (“el único sistema económico moral de la historia”), estableciendo una concepción liberal y minarquista que se ha desarrollado con el paso de los años. Ayn Rand fue, con toda probabilidad, la filósofa que defendió de la manera más sistemática, lógica y contundente los derechos individuales, siendo una enemiga implacable de aquellos que sacrifican la libertad del hombre a los caprichos de los políticos, los edictos de los burócratas y la envidia de los igualitaristas.

Individualista entre colectivistas

Alisa Zinovievna Rosenbaum llegó al mundo en San Petersburgo, Rusia, el 2 de febrero de 1905 (todos los años en esa fecha se celebra el Rand’s Day, en el que los seguidores del objetivismo hacen algo que no se hace en ninguna otra festividad del mundo: hacerse un regalo a sí mismos, en reconocimiento de su valor y su propia vida. Un ejemplo del egoísmo racional que defendía), siendo la mayor de tres hermanas dentro de una familia de farmacéuticos judíos.

Desde la más tierna infancia, Rand mostró una más que notable inteligencia, si bien su mayor característica era un individualismo exacerbado, que no permitía que nada ni nadie le obligara a hacer o pensar aquello que no deseaba. Aprendió a leer por sí misma a los 6 años de edad y a los 9, tras leer a Victor Hugo –su mayor influencia literaria–, Dumas y Walter Scott, tomó la decisión de convertirse en escritora, plan que puso en marcha inmediatamente: mientras sus compañeros de clase atendían a las instrucciones del profesor, ella escribía sus primeras novelas. Aun así fue la mejor estudiante en los dos colegios a los que asistió. Con un sentimiento terriblemente crítico por Rusia y su cultura, Rand deseaba convertirse en una escritora diferente, más cercana a lo que había en el resto de Europa. Y dedicó todos los días desde entonces a conseguirlo.

Como buena individualista, repudió la Revolución Bolchevique de 1917 y durante la guerra civil posterior, que llevaría a la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se trasladó a Crimea con su familia huyendo de los combates. A su vuelta a San Petersburgo (entonces Petrogrado, como consecuencia de la I Guerra Mundial) fue testigo de la implantación de la dictadura comunista y del derrumbe de todos sus ideales de libertad. La farmacia familiar había sido nacionalizada, y las trabas burocráticas, junto al ambiente socio-político, llevaron a toda la familia a sufrir graves periodos de hambre y miseria.

Al poco de volver, Rand se matriculó en la Universidad de San Petersburgo, donde estudiaría filosofía e historia, graduándose en 1924.

Esos años están retratados en su primera obra de renombre, Los que vivimos, (1936), donde muestra el odio visceral que sentía por el comunismo o cualquier otra ideología de corte totalitario-colectivista y su deseo de llegar a Estados Unidos: “Llámenlo destino o ironía, pero yo nací, de entre todos los países de la tierra, en el menos conveniente para una fanática del individualismo: Rusia. Soy estadounidense por elección y convicción. Vine al mundo en Europa, pero emigré a Estados Unidos porque este era el país en el que uno podía ser realmente libre para escribir”.

Un año después cumplía su sueño.

La tierra prometida

Aprovechando un permiso para visitar a unos familiares, Rand llegó a EE.UU. Para el gobierno soviético se trataba de una visita corta, pero la futura filósofa estaba decidida a no regresar jamás a Rusia. En 1926 se estableció en Nueva York, donde trabajó en todo tipo de labores (que luego usaría como documentación en sus obras) y aprendió el idioma. Poco después, cuando se sintió preparada, se lanzó a la conquista de Hollywood. En su segundo día allí se plantó en la puerta de unos estudios cinematográficos para encontrar trabajo, con la suerte de coincidir con Cecil B. DeMille, quien le ofreció trabajo como extra y, más tarde, como lectora de guiones. Ya entonces había cambiado su nombre por Ayn Rand para evitar las consecuencias que su huida podía tener para su familia. Así consiguió acercarse a su sueño... y algo más. Trabó también amistad con el actor Frank O’Connor, quien, maravillado por su inteligencia, se enamoró de ella. Se casaron en 1929 y su matrimonio duraría hasta la muerte de O’Connor, cincuenta años después.

Escritora, al fin

En 1932, tras años de esfuerzo, Rand vende su primer guión a Universal, Red Pawn (Peón rojo), y vio representada en Hollywood y Broadway su obra de teatro La noche del 16 de enero. Poco después llegó la antes citada Los que vivimos, y en 1938 vio la luz en Inglaterra Himno, distopía corta en la que ya aparecen las piedras angulares del pensamiento objetivista: el egoísmo racional, la inmoralidad del altruismo y la racionalidad humana.

Esos principios se irán puliendo y perfeccionando en su siguiente novela, El manantial (The fountainhead), publicada en 1943 tras ser rechazada por una docena de editoriales y convertida en un best seller cuyas ventas aún se suceden. En ella, Rand muestra todos los ideales del objetivismo, representados principalmente por el protagonista de su novela Howard Roark, el hombre ‘que no existe para otros’: “A través de los siglos hubo hombres que dieron los primeros pasos por nuevos caminos armados solo con su propia visión. Sus objetivos eran diferentes, pero todos tenían esto en común: el paso era el primero, el camino era nuevo, la visión era original. Siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron el precio. Pero ganaron”. Toda una declaración de intenciones que reflejaba el pensamiento de la propia Rand. La cuestión no era quién iba a dejarla cumplir sus objetivos, sino quién la iba a frenar.

Su obra maestra

A finales de 1943, Ayn regreso a Hollywood para trabajar como guionista en Hal Walls Productions, y tres años después comenzó a escribir su nueva novela: Atlas shrugged (literalmente, Atlas se encoje de hombros, título sugerido por su marido, pues la novela inicialmente iba a titularse La huelga), traducido al castellano como La rebelión de Atlas. En 1951, Rand regresa a Nueva York decidida a dedicarse a tiempo completo a terminar su obra, que no vería la luz hasta 1957. Al igual que ocurriría con El manantial, Rand comprendió que para crear personajes reales debía interpretar los principios filosóficos que les regían, pues defendía que el ser humano, aunque él mismo no lo sepa en muchas ocasiones, no puede vivir en el mundo sin una filosofía que estructure su vida. Así, si El manantial fue la visión individualizada del ideal humano de Rand, La rebelión de Atlas fue su visión colectiva.

El libro cayó como una bomba sobre 2.000 años de filosofía y moral establecida. Alrededor de su trama ficticia, Rand elaboró una historia que ejemplificaba los principios del objetivismo, integrando en la misma ética, metafísica, epistemología, política, economía, etc. La rebelión de Atlas fue su obra maestra y le garantizó el fanatismo incondicional de millones de seguidores en el mundo entero que hicieron de sus valores los propios. Aún hoy, la influencia de la obra se traduce en miles de ventas anuales, especialmente durante la última crisis económica que ella anunció ya en 1957. Igualmente es considerada una de las novelas de ficción más influyentes de los últimos tiempos.

Objetivismo

Después de esto, Rand se dedicó a crear propiamente la filosofía que ya había reflejado en la ficción. Así surgió el objetivismo, el cual ella misma se encargó de expandir mediante conferencias, revistas y obras ya propiamente filosóficas. Así, en los siguientes años escribiría El nuevo intelectual (1961), La virtud del egoísmo (1964), Capitalismo: el ideal desconocido, El manifiesto romántico (ambos en 1964), La nueva izquierda (1971), Introducción a la epistemología objetivista (1979) y Filosofía: ¿Quién la necesita?, esta última publicada el mismo año de su muerte en Nueva York, en 1982. No fue el fin de su obra, pues en 1985, Leonard Peikoff, discípulo y amigo que actualmente es el dueño de los derechos de las obras de Rand, creó el Ayn Rand Institute (Instituto Ayn Rand) dedicado al estudio, divulgación y legado del objetivismo.

A día de hoy las ventas de las obras de Ayn Rand superan los 25 millones de ejemplares en todo el mundo y su filosofía cuenta con millones de seguidores que repiten sus ideas a favor de la reducción del poder del estado, la independencia de la economía sobre la política, el ateísmo y la certeza de que el conocimiento humano no es relativo o probable, sino cierto y verdadero. Ideas que, por otro lado, le han granjeado también el odio incondicional de millones, especialmente entre la derecha cristiana (por su ateísmo y defensa de la libertad individual) y, muy especialmente, la izquierda (colectivista, primordialmente). Amada u odiada, nunca dejó indiferente a nadie, algo que, por otra parte, nunca pareció importarle: “No soy primariamente una defensora del capitalismo, sino del egoísmo; y no soy primariamente una defensora del egoísmo, sino de la razón. Si uno reconoce la primacía de esta y la aplica consistentemente, todo lo demás viene por descontado. La supremacía de la razón era, es y será el principal interés de mi trabajo y la esencia del objetivismo”.

© Filosofía Hoy

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