sábado, 13 de septiembre de 2014

Cometa Macri

Entretelones del ascenso político del jefe porteño. 
Efectos en la UCR, Scioli y Massa.

Por Roberto García
Muchos juran, sin sustento científico, que el cometa Macri orbitará alrededor del sol en 2015. Como si fuera el Halley, que aparece cada 75 años, según precisan datos en este caso científicos. Con  una estela de radicales aparece el cometa Macri siempre que, entre otras aspiraciones, sea Daniel Scioli quien comparta la competencia para la segunda vuelta y, para la primera, el peronismo vaya dividido, como diseñó Eduardo Duhalde en 2003, estrategia que facilitó el acceso de Néstor Kirchner a la presidencia, una fantasía que ni el propio patagónico imaginaba. 

Pero si se distribuyen las cantidades con inteligencia y destreza para el conteo como en aquel momento, hay resultados previsibles. En ese esquema del cometa presidencial también se requiere que Sergio Massa se desbarranque estrepitosamente, que no participe en la porfía de la última instancia. Ya que una definición de esas características, se teme, hoy la presa Massa sería menos digerible que la presa Scioli. Como se sabe, la política es afín a la gastronomía: casi todos son glotones.

Desde que ganó en Marcos Juárez (Córdoba), Macri se volvió más radiante, amenaza rescatar ese influjo creciente, progresista desde otra perspectiva, que alguna vez protagonizaron Graciela Fernández Meijide y Carlos Chacho Alvarez. Delicias de la clase media. De ahí la euforia presidencialista, tanto que habla como si lo fuera, según recomiendan los expertos. Por cierto, no hay candidato que gane si no cree en sí mismo, si quienes lo asisten –al mejor estilo Cristina con su claque– no le repiten que “es lo más grande que hay”. Y él, tribunero, boquense (dato no menor para su divulgación territorial) se fortalece en el autoconvencimiento y con esas consignas laudatorias. Ni piensa que la ingeniería electoral aplicada en ese pueblo cordobés casi procedía de la NASA, que hasta el kirchnerismo consiguió votos poco explicables en esa tierra de gringos para restarle voluntades al postulante rival (de José Manuel De la Sota), que finalmente sólo armó un contubernio con intendentes y punteros, y que la población involucrada en esa victoria emblemática apenas si supera un Luna Park.

Poco importan esos detalles. Sí, claro, interesa el aval publicitario, la difusión y el encomio que encontró en los medios (¿será por esa razón que Scioli sospecha que Clarín juega con el ingeniero capitalino?), la distancia periodística que ensalzó ese triunfo frente a la mínima participación del PRO en Santiago del Estero una quincena antes (apenas cosechó dos concejales) y, de paso, el mismo día casi le restaron cobertura a la derrota que Massa le infligió al más poderoso cristinismo del país vía Héctor Chabay (el primer dirigente que se alió a Kirchner en la época de los corazones sin destino) en el mismo distrito  donde los encuestadores oficialistas vaticinaban holguras diferenciadas del 40%. Volviendo a las fuentes, comentarios aparte, más que el contenido vale la sensación premonitoria de que la pica en Marcos Juárez puede extenderse en la tierra y en el tiempo. Al menos para los tímidos radicales que divagan entre principios atorados y el pasaje al poder tapándose la nariz.

Nadie aludió, en un país farandulesco, a cierta endogamia santiagueña que cruza dirigentes de la primera línea del poder para ahuyentarlos o acercarlos a otras estrellas, que obviamente planeó en esa elección provincial. Tampoco despertó curiosidad otro diminuto affaire en Marcos Juárez, donde los competidores se celaban por razones personales harto conocidas y encontradas, un culebrón de la tarde que entre otras contingencias generó la confrontación entre una línea vecinalista que debía referenciarse en Macri y, en cambio,  contra lo imaginado se opuso al luminoso cometa anunciado para 2015. Desventuras de esa política aristocratizante que puebla intendencias, gobernaciones y congresos con amantes, parientes y vecinos, joyas imprescindibles de lealtad para levantar la mano en nombre de la militancia.

No en vano, para proponerse como un cambio asceta, dicen que en La Cámpora se han impuesto restricciones para el ejercicio de las relaciones amorosas, y otras yerbas que no contaminen los ascensos políticos. Casi como en las formaciones especiales de antaño, cuyo juramento de austeridad sexual fue varias veces vulnerado.

Si hasta el cometa Macri, poco atento a estos menesteres para no revolver su propia interna, se interesó en los atributos que le han aproximado fama a Martín Insaurralde, a quien no conocía a pesar de que merodean circuitos semejantes del negocio del juego, casinos y maquinitas. Más cuando la pareja del hombre de Lomas en curso de pasarse al massismo, Jesica Cirio, guarda una entusiasta solidaridad y agradecimiento con el alcalde porteño por avatares pasados en Boca que la memoria traspapela.

Le sorprendió al ingeniero cierta levedad de quien hoy encabeza las encuestas en la provincia de Buenos Aires –lugar clave donde el cometa Macri carece de representantes sólidos para enfrentar 2015–, opinión que le  podrían confirmar cercanos como Duhalde (hoy malquistado con Massa y diluido con Scioli) y Hugo Moyano, dos exponentes de un partido que, según los expertos, no le conviene al proyecto estelar del año próximo. Le atribuyen ese razonamiento a Jaime Duran Barba, a su socio Nieto, y al círculo rojo que aprieta al candidato, afirmados en que el 65% del electorado futuro no quiere –en rigor, no considera– que el país sea gobernado otra vez por el justicialismo.

Una tentación más para sumar radicales y adyacencias que podrían sentir el cuerpo de un cometa cuya cabeza es Macri. Y si lo de cabeza es mucho, al menos aceptar el liderazgo.

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