domingo, 14 de septiembre de 2014

Una mujer que sólo imagina desastres

Por Jorge Fernández Díaz
La imaginación de la Presidenta se ha vuelto muy cinematográfica. Aunque últimamente sólo imagina catástrofes. Perón veía Los intocables, Ben Laden era adicto a Bonanza y Cristina no se pierde un capítulo de The Killing. Nada prueba que deriven de estos fútiles pasatiempos algunos rasgos del carácter, ni mucho menos que prenuncien determinados hechos políticos. Sólo son secretos que valora la historiografía y que refieren al consumo cultural de ciertos líderes en la trastienda del poder.

En cambio, la recurrente capacidad para fantasear hecatombes que Cristina Kirchner demuestra día tras día es un dato relevante de raíz psicológica y de alto interés público.

Hace cerca de un mes, cuando inauguraba en un vagón los nuevos trenes del Sarmiento, sorprendió a sus militantes con una broma: debían apurarse porque corrían el riesgo de que viniera la próxima formación y se los llevara puestos. Esta semana, en el medio de otro discurso ferroviario, la jefa del Estado contó los aviones de Aerolíneas Argentinas que la sobrevolaban e improvisó un chiste negro (perdón, Freud): "Otro más, van cinco y cada vez vuelan más bajo -exclamó. ¿Será como en Relatos salvajes? Ya veo que viene uno y ¡pum!". Cometió así la descortesía de revelar el desenlace del primer episodio de esa película de revanchas que está batiendo récords en las taquillas de Buenos Aires: en ella, un Boeing de línea es utilizado para vengar el calvario existencial de un perdedor resentido. Algunos especialistas de la psiquis humana explican que la recurrencia de estas imágenes extremadamente negativas suele denotar la íntima proyección del miedo y también un exceso de ansiedad nerviosa; imagino lo que temo y lo digo en voz alta para exorcizarlo. Como sea, en ninguna de esas dos ocasiones Cristina imaginó que ella o sus muchachos iban al mando del tren que chocaba ni del avión que se estrellaba contra el atril; al contrario, siempre eran arrasados por enemigos vengativos o negligentes mientras ellos estaban cumpliendo su eficiente faena.

La semana terminó con más metáforas cinéfilas y con la referencia directa a una colosal película de terror. Cristina imagina que oscuros conjurados preparan para diciembre una superproducción de saqueos y violencias (una "función", la llamó), y que para abonar el terreno llevarán a cabo actos de enrarecimiento (a la manera de una "matiné", dijo). "Quienes están anunciando estallidos para diciembre, posiblemente, estén preparando alguna matiné para octubre o noviembre", fueron sus palabras exactas. Imagina la jefa del Estado un país incendiado en Navidad, pero no como fruto del pésimo manejo de la economía, sino como consecuencia de una conspiración maligna: ¿por qué habría convulsión social si estamos haciendo todo bien? La única explicación es que la próxima formación nos quiere llevar puestos.

Alguien con cinismo peronista podría preguntarse a su vez: ¿para qué empujarlos, si en apenas cuatrocientos días se van?; ¿para qué embromarlos, si ellos solitos hacen diariamente todo lo posible para empeorar más y más las cosas? Hablo de cinismo peronista, puesto que es hacia ese sector de la política (sus ex compañeros) adonde se dirigen las principales sospechas de Cristina. Ella sabe (nobleza obliga) que en los años de campaña presidencial, cuando está en juego el queso para la corporación más poderosa de la Argentina (el peronismo), siempre pasan cosas raras. El incendio de la camioneta del periodista Gustavo Sylvestre es ciertamente sugestivo. Dicho sea de paso, también lo fue la feroz paliza profesional que le propinaron a Alfredo Leuco hace unos meses, sólo que la Presidenta en esa oportunidad no se lamentó en las tribunas ni se ocupó del problema.

Es posible que ninguno de estos dos graves episodios termine de dilucidarse jamás. Como tampoco pudieron nunca establecer con precisión los motivos que desataron, en el transcurso de los dos últimos fines de año, ese repetido film de miles de muertos vivos que salían de aquellas barriadas paupérrimas pidiendo comida, robando y destruyendo todo a su paso. El Gobierno acusó en ambos casos a ciertos dirigentes sindicales opositores. Puso incluso todo el aparato de inteligencia para investigar esa presunta "mano negra" y no logró juntar ninguna prueba concluyente. Sin embargo, vuelve ahora a agitar esos mismos fantasmas con el fin de curarse en salud. Hay funcionarios en la Casa Rosada que están muy preocupados por el impacto social de la estanflación. No sin cierta lógica plantean entre susurros una regla de tres simple: si las llamas se nos fueron de las manos antes, ¿cuánto fuego habrá esta vez con la calle caldeada por las suspensiones, los despidos en negro, la caída del consumo y los aumentos de precios? A este cuadro habría que agregar un signo fundamental de esos procesos impredecibles: la nueva marginalidad ha demostrado tener una dinámica propia de inframundo, que no responde necesariamente a la lógica política de superficie. El clientelismo, la bestialización, la penetración del narcotráfico y la entronización del puntero como nuevo rey del chantaje municipal construyen un magma tal vez ingobernable.

Mientras la propia cineasta de Balcarce 50 nos advierte acerca de estos thrillers futuristas, su tropa murmura rezongos por la inacción de Kicillof en materia inflacionaria y por la ineficiencia de Berni en materia de seguridad. Calladitos como están los propios cuadros del kirchnerismo, carentes de otra línea que no sea negar catatónicamente la realidad, la directora se complace en que lleven la voz cantante los mismísimos actores. Es curioso, porque algunos salames de la farándula y algunas pomposas aves radiofónicas, libres de las agobiantes ataduras de la gestión, se prestaron a llenar ese silencio y a soltar sermones tardíos que fueron localizándose en el centro mismo de los debates mediáticos. Mimados por la Casa Rosada y defendidos por el aparato estatal de propaganda, tienen por lo menos la virtud de explicar las convicciones ideológicas impronunciables (por piantavotos) del Frente para la Victoria. Este gobierno es tan pero tan progresista, nos ilustraron en estos días, que no puede bajar la inflación porque no está dispuesto como cualquier nación moderna a recortarles los subsidios a los amigos y socios. Por lo tanto, seguirá cobrando el impuesto a la pobreza.

Luego nos aleccionaron que el delincuente es un pobre declarado en rebeldía. Sólo en una sociedad donde ha fracasado por completo la movilidad social, alguien puede sostener que la única salida de los más postergados es la violencia. Desde los countries o los magníficos departamentos de Palermo y Puerto Madero donde viven es muy fácil confundir a un humilde con un lumpen, y crear alrededor del lumpenaje una serie de mitos. Más difícil es levantarse cada mañana a las 4 y tener que cruzar acompañado por varios vecinos las calles oscuras para que no te maten por dos pesos mientras intentás llegar a tu laburo. Esos que caminan de madrugada el barro de los conurbanos no tienen una visión muy romántica de los delincuentes que los atacan y diezman. Tampoco los esforzados habitantes de las villas parecen sentirse reconocidos cuando un millonario progre les asegura que viven en el más bello y práctico de los mundos. ¿Cuál es el mejor modo de esconder la miseria? Ponerla a la vista de todos. Recordará la cinéfila de Santa Cruz a Lawrence Olivier. Era él quien se preguntaba: "¿Qué es en el fondo actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo?".

© La Nación

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