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Por Jorge Altamira |
Desacralizan al Estado, que pretende haber sido designado
por la voluntad popular para gobernar como un Santo Padre por encima de las
contradicciones de la sociedad. Retobarse contra esas denuncias es simplemente
reaccionario, porque protege los peores aspectos del poder de turno y porque es
inútil para detener su descomposición. Ningunearlas es un despropósito, porque
sus efectos son tan irreversibles como el agua que se filtra por los suelos.
La corrupción es inherente al Estado, que es monopolio de
una burocracia que está al servicio de la clase dominante. No es, sin embargo,
un arma decisiva; hace falta algo más y sus resultados son contradictorios.
En 1917, por ejemplo, las aventuras de Rasputín en una Rusia
en efervescencia aceleraron el estallido de la Revolución de Febrero, pero, en
la década del ’50, las denuncias de un periodista brasileño de la derecha,
Carlos Lacerda, provocaron nada menos que el suicidio del Presidente Getulio
Vargas, el Juan Domingo Perón gaúcho. En 1993, las valijas de contrabando de
Amira Yoma no rozaron la estabilidad de Menem, porque éste había conseguido el
apoyo de la burguesía a su programa de canje de empresas del Estado por títulos
de la deuda externa. En 2001, sin embargo, la Banelco ayudó a poner fin a un
gobierno al que el Frepaso había dado un barniz de honestidad, porque la
burguesía necesitaba sacarse de encima la ‘convertibilidad’. Los que hoy
patalean contra las denuncias de Lanata no se esmeraron, en 2001, en defender a
De la Rúa -se fueron por la trastienda.
Como se ve, la denuncia de corrupción puede esmerilar fuerte
al poder de turno, pero el desenlace lo determina la capacidad relativa de las
clases en disputa. A Perón no lo derribó, en 1955, la denuncia de las joyas
acumuladas por Evita, sino la movilización de las masas medias, por parte de la
Iglesia católica y el Vaticano. En definitiva, la denuncia, el humor y la
caricatura política no son un patrimonio reservado a los golpistas sino armas
de lucha política que la izquierda y los trabajadores deberíamos manejar con
destreza. La derecha, por el contrario, solamente puede valerse de ellas dentro
de ciertos límites, porque en última instancia socavan su propio poder.
Las denuncias de Lanata han puesto en un serio aprieto al
kirchnerismo. Lo demuestra la torpeza de su reacción, que en su último capítulo
logró algo imposible -que un programa político le gane el ‘rating’ a un partido
de fútbol con ‘Boquita’. Algunos K se quejan de que las denuncias de Lanata
están desbalanceadas, porque no hace lo mismo con los grupos económicos
opositores como Clarín. Otra torpeza, porque nadie ha logrado tapar una
corruptela con otra, salvo que el protagonista de ella sea él mismo y la escala
del delito, mayor. De todos modos, la queja es falsa, porque los K sometieron a
Clarín a un ataque implacable, desde el momento en que se rompió la sociedad
que habían mantenido a lo largo del primer período presidencial kirchnerista.
Lo denunciaron por complicidad con la dictadura militar -por el robo de
propiedades y delitos de lesa humanidad como el secuestro de personas y la
apropiación de niños. Fracasaron en el intento, porque el propósito era
reemplazar a un monopolio mediático por otros y someter a todos al comisariato
ideológico del gobierno. Parieron un adefesio -la Ley de Medios-, al servicio
de los grupos económicos adictos y del pulpo único de telecomunicaciones
-Telefónica. Los alcahuetes mediáticos del oficialismo fueron incapaces de
montar contra Clarín un programa corrosivo como el de Lanata; sólo se
despacharon con insultos y, en un caso de antología, con la descalificación de
una periodista revolucionaria que interpeló a Perón en una conferencia de prensa,
cuando ya se había lanzado la creación de la Triple A. La incompetencia no es
excusa.
“Periodismo para Todos (y todas)” no solamente corroe al
kirchnerismo por la bóveda de Lázaro Báez, por los testimonios de fiscales y
trabajadores de Santa Cruz, por la exhibición de fotos de mansiones ‘nacionales
y populares’ de cuño hollywoodense o por las revelaciones de la secretaria del
mismo Néstor Kirchner. Corroe porque ridiculiza al poder -al principio con la
imitadora de CFK y ahora con el de Timerman. El televidente disfruta de la mofa
al egocentrismo presidencial, como disfrutaba el público de Shakespeare o Lope
de Vega. La parte farsesca del programa engancha al espectador antes de entrar
en las denuncias intrincadas, que a veces son difíciles de seguir.
Los intelectuales de Carta Abierta, que justifican al poder
y los hechos que ya han sido consumados, acaban de escribir un mamotreto que
pretende psicoanalizar a los televidentes que se encandilan con PPT -tres
millones que incluyen a todas las clases sociales y que motiva cada vez más a
las capas más humildes de los trabajadores. Desenvuelven de este modo una
operación ‘gorila’ típica -el pueblo es una masa de ignorantes. ¿Habría que
establecer entonces el voto calificado, como lo propuso el genocida Benjamín
Menéndez? Entre paréntesis, el decreto de prensa de Macri, ahora refrendado por
una ley votada por una mayoría del progresismo autóctono, podría clausurar el
programa de Lanata con el argumento de que fomenta “el odio” (artículo 6) a
personas y jerarquías. Los defensores del decreto lo presentan como un baluarte
de la libertad.
Lo que los K y los anti K evaden, con la excepción notoria
de Carrió, es que Lanata ha dejado planteado el juicio político a CFK. Porque
para PPT, Lázaro Báez no existe, “es Kirchner”. La Presidenta de la Nación está
acusada explícitamente de desfalco, sobreprecios, evasión de dinero. Ningún
‘opositor’, sin embargo, ha recogido este planteo en la tarea que les cabe
-tampoco Carrió. Es que para los intereses establecidos la ‘oposición’ no
ofrece todavía una garantía de ‘gobernabilidad’, mientras que el oficialismo es
capaz todavía de disciplinar a la CGT y plegar las paritarias a los intereses
de las patronales. Incluso en el plano internacional se ha formado un frente
único integrado por Obama, el FMI y los acreedores internacionales, para forzar
a los ‘fondos buitres’ a que acepten un arreglo extrajudicial del litigio que
tienen con el gobierno de Argentina.
Los capitalistas no van a soltar la mano al gobierno K hasta
que se hayan colocado en su lugar las piezas del recambio. En la práctica, sin
embargo, las cosas nunca ocurren de esta manera, de modo que vamos a conocer en
algún momento una quiebra política mayor. Si bien Argentina tiene una crisis de
reservas y crisis fiscal, inflación elevada y fuga de divisas, al tiempo que
asiste a un derrumbe de alianzas en el Mercosur, el Estado paga todavía sus
facturas (salvo el medio aguinaldo de Scioli). No es el caso de Italia, por
ejemplo, que con toda la ‘ayuda’ del Banco Central Europeo, ha dejado de pagar
las deudas con sus proveedores y los ha mandado a la quiebra; en Italia hay una
fronda de pequeños empresarios. En definitiva, Argentina atraviesa una
transición política convulsiva, cuyo desenlace está en debate. Francisco de
Narváez acaba de proponer un frente opositor para tomar la presidencia de
Diputados en caso de que la ‘opo’ en su conjunto supere en votos y electos al
oficialismo, para apoderarse de la agenda legislativa y organizar una suerte de
doble poder. El pejotismo busca producir un cambio de frente de la burocracia
sindical, en la línea del viraje operado por Moyano.
Lanata ha dicho en forma expresa que se limita a hacer
periodismo y que es prescindente del alcance judicial y político de las
denuncias que vehiculiza en PPT. Se engaña a sí mismo y engaña a la audiencia.
Ejerce una abdicación intelectual. Para Lanata, un antiguo adversario severo de
Clarín, el multimedios de Magnetto es el último baluarte de la libertad de
expresión contra el atropello oficial. No dice si esto seguirá siendo así en
caso de que los políticos aliados a Clarín llegaran a gobernar. La ‘pluralidad’
de capitalistas de medios no es una garantía para la democracia; lo prueba
hasta el hartazgo Estados Unidos, donde esos medios hacen un frente único
cuando se trata de defender los intereses de Estado del imperialismo. Clarín es
la Asociación Empresaria Argentina (AEA), el club de los capitalistas que
cortan el bacalao en Argentina.
El “gordito golpista” no está solo. El oficialismo viene
improvisando, luego del fracaso del 7D, una ofensiva de copamiento judicial y
de cercenamiento de derechos individuales que afectan a los trabajadores, que
podría desembocar en un conflicto de poderes. El gobierno no tiene la fortaleza
para desacatar un fallo de la Corte que le resulte desfavorable, sea con
respecto a la elección del Consejo de la Magistratura o a la desinversión que
Clarín se niega a realizar. Pero si se pliega pone en riesgo su capacidad de
gobierno. Los golpes y los autogolpes se engendran recíprocamente; Alfonsín y
De la Rúa intentaron salvarse mediante el recurso al estado de sitio.
Simplemente les salió mal.
Desde la izquierda revolucionaria caracterizamos a esta
disputa en el marco de los desequilibrios sociales y políticos -cada vez más
agudos- de la crisis mundial capitalista. El enfrentamiento entre los de
‘arriba’ convierte a la crisis ‘sistémica’ en crisis política. Expresa la
tendencia a la disgregación del régimen capitalista a partir de sus propias
bases.
© Prensa Obrera
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