Por Alfredo Leuco |
Cristina decidió “chavizar” la política y “morenizar” la
economía. Eso obliga a debatir, una vez más, el contenido de palabras como
“progresista” o “izquierda”. Reaparece multiplicada la vieja pulseada entre
equidad y libertad. ¿No es posible encontrar un modelo inclusivo e igualitario
que además no intente eliminar al que piensa distinto porque lo considera un
enemigo de la patria? ¿El arco iris de ideas es una profundización de la
democracia o una jactancia de los sectores medios con la panza llena? ¿Cuál
postura tiene el ADN socialista, la disciplina vertical o la pluralidad que
cuestiona?
¿De qué material está hecha la utopía ideológica? ¿Qué pesa
más en la balanza? ¿Darle dignidad y sacar de prepo de la pobreza a miles de
venezolanos como hizo Chávez o buscar la forma de hacer lo mismo sin sovietizar
la formas y evitando la persecución del Estado, como hizo Lula o Michelle
Bachelet?
¿Se siente de izquierda una persona que ovaciona a tiranos
de la peor calaña, que encarnan los comportamientos más fascistas como Mahmoud
Ahmadinejad o Alexander Lukashenko?
¿Es progre mirar para otro lado cuando en Irán o en
Bielorrusia se fusilan homosexuales, se lapidan y mutilan mujeres o se torturan
disidentes? Se podrían agregar a criminales de lesa humanidad de Siria como
Bashar Al Assad o de Guinea Ecuatorial como Teodoro Obiang a los que Hugo
Chávez caracterizaba como “hermanos revolucionarios”. Muchos en Argentina
actúan como si repudiar a los Estados Unidos e Israel extendiera un certificado
de líder emancipador. Aunque Chávez haya espantado el olor a azufre que tenía
el diablo George Bush pero a su vez tenga al gobierno norteamericano como su
principal socio económico, al que le vendió en diciembre pasado la friolera de
197 mil barriles de petróleo por día.
“Nunca fue de izquierda. Toda la izquierda está en su contra
salvo el Partido Comunista”, dijo el ex candidato a presidente por el MAS
(Movimiento al Socialismo), Teodoro Petkoff. El periodista y ex guerrillero
definió de esa manera a Chávez. Pero podría haber dicho lo mismo de Néstor
Kirchner.
Esa dificultad para medir estos tiempos con las categorías
de los 70 lo llevó a decir que el chavismo “no es una dictadura pero tampoco
una democracia”. Se podría agregar que no es un sistema socialista, pero
tampoco sostuvo el capitalismo salvaje que los partidos tradicionales de Venezuela
hicieron implosionar con tanta corrupción e injusticia social que fue la que
parió el liderazgo de Chávez.
En nuestras pampas pasan cosas parecidas. ¿Quién iba a
pensar que Claudio Lozano iba a coincidir con Julio De Vido? ¿O que Hermes
Binner lo iba a hacer con la diputada Paula Bertol, del macrismo? Todo comenzó
cuando les dije que les iba a hacer una pregunta con trampa, pero que el que
avisa no es traidor: “¿A quién hubieran votado en Venezuela?”. El presidente
del FAP dijo: “A Capriles”, y la dirigente del PRO, también. El cajero nacional
y también de la embajada paralela y las relaciones carnales con Venezuela,
Julio De Vido, dijo: “No me sorprende lo de Binner. Representa lo mismo que
Capriles”. Lozano, integrante de la misma coalición de Binner, y que además
viajó a Caracas para participar del homenaje, le salió al cruce y levantó la
bandera de Chávez: “Me parece una expresión desafortunada. Detrás de Capriles
está el viejo sistema político venezolano que jamás favoreció al pueblo”.
¿Quién es el verdadero progre? ¿ De Vido, Petkoff, Binner o
Lozano? Es la confirmación de que lo que deben refundarse son los instrumentos
para analizar lo que pasa. Caído a pedazos el muro de Berlín, con China
convertida en potencia capitalista-socialista, con Cuba exportando tristeza y
dinosaurios conceptuales, con el excesivo lugar que dieron al mercado las
socialdemocracias europeas y su consiguiente fracaso, hay mucho que repensar.
Hay confusión en el mundo y en la Argentina. ¿Cómo caracterizar la metodología violenta
y extorsiva para cometer delitos como la malversación de las estadísticas
públicas de Guillermo Moreno? ¿Entraría en el equipo de Chávez o en el de la
derecha pejotista en la que se formó? ¿Las patotas armadas con las que
intervino el INDEC, tal como denunció Horacio Verbitsky, son brigadas rojas o
camisas negras? ¿Embalsamar a Chávez o en el futuro a Moreno, igual que a un
terrorista de Estado como Kim Il Sung, es un tributo al hombre nuevo del
marxismo? Ni realismo socialista ni realismo mágico. La única verdad es la
realidad.
No puede ser progresista quien ni siquiera cumple con los
mínimos requisitos democráticos. Alguien que amenaza, extorsiona, prohíbe y lo
hace solo con el poder que le delega Cristina, y sin ninguna ley ni papel a la
vista, rompe las reglas de funcionamiento de cualquier sociedad civilizada. Los
autoritarismos no son de izquierda ni de derecha. Son despreciables y
mesiánicos. Enemigos de la democracia popular y la construcción colectiva. Son
militantes de la odiosa idea de que hay que cooptar o boicotear, o que todo se
puede comprar con corrupción o espiar con metodología dictatorial desde
gendarmería. De los que dicen como reyes “exprópiese” o de los que no sienten
ni la obligación de presentar balances en Aerolíneas Argentinas pero levantan
el dedito dando clases de moral a medio mundo.
Es una mentira histórica que no se puedan quebrar los
privilegios, igualar posibilidades y repartir el poder sin apelar a la mano
dura o a pisotear la legalidad. O a reemplazar las viejas oligarquías por las
propias, como la boliburguesía o los amigopolios K. Lagos-Bachelet; Lula-Dilma
y Tabaré Vázquez-Mujica demuestran que es posible. Muchos de sus indicadores
sociales son superiores a los de Argentina y Venezuela, que comparten el podio
de la mayor inflación mundial. No son traidores ni tibios. Construyen poder
popular y democrático y consolidan grandes avances para los más necesitados,
pero lo hacen con la legalidad y la profundidad necesarias para que no se pueda
volver atrás. No fomentan jurásicos cultos a la personalidad ni venganzas ni
fracturan las sociedades. No van por todo porque saben que después todo eso
quedará en la nada. Van por más justicia social y más libertad. Dan el ejemplo.
Y valoran todas las voces. Como dijo Dilma Rousseff: “Prefiero el ruido de los
medios críticos que el silencio de las dictaduras”. Es lo que diferencia a una
estadista de un autócrata de impronta totalitaria con ínfulas de prócer eterno.
Así en Venezuela como en Argentina.
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