sábado, 14 de julio de 2012

Scioli, el sobreviviente

Por Roberto García
Como es obvio, la pelea terminal entre Cristina Kirchner y Daniel Scioli es por plata. Se soportaron con disgusto por años, mientras los recursos abundaban, pero ahora la escasez acelera la crisis de esta pareja nacida cuando el ahora gobernador integró con Néstor Kirchner el binomio presidencial. Los números acobardan: ahora, para evitar el desdoblamiento del medio aguinaldo, requiere Scioli más de $ 1.000 millones.

Ella se los ha negado y, en el caso de que un pase de magia le resolviera el agujero de este mes a Scioli, hasta fin de año necesitará el aporte extra a su presupuesto de $ 9.000 millones. Sin un banco atrás –Central, oficial o privado, como sí tiene Cristina– parece difícil que sortee esa contingencia. Este es el nudo del conflicto, aunque pululan otros elementos que adoban la cena.

Empieza una lista menor o infantil contra el gobernador. Desde la objeción por jugar al fútbol con los equipos de Moyano, a platicar con Roberto Lavagna o Alberto Fernández, sin olvidar otro dato: su cuidadosa afirmación de que aspira a la Presidencia siempre y cuando Cristina no se proponga reformar la Constitución y postularse sine die. Si Ella elige esa vía, él la acompaña, dijo. Palabras que curiosamente le susurró uno de sus colaboradores menos belicosos, el mismo que en otras oportunidades –caso de las elecciones testimoniales, aquel papelón que obligó Kirchner– le había señalado la conveniencia de mantenerse en la línea oficialista, sin remilgos ni críticas. Igual cayó pésimo esa manifestación en Olivos, de inmediato brotaron miembros del cristinismo a señalar la torpeza destituyente por confesar lo obvio, como si otros servidores no actuaran con la misma intencionalidad presidencial.

Por si no alcanzaba este áspero marco –ya cargado en la previa durante meses por el propósito de remover al responsable de la seguridad en la provincia, Ricardo Casal– la misma Cristina se pronunció contra Scioli en forma terminante: desde el púlpito público lo calificó de mal administrador y peor gestionador, mientras en una reunión privada con intendentes –sugiriendo que lo abandonen– expuso consideraciones más crueles, le imputó inutilidad y hasta señaló que no lo quería ver más en el cargo (como si Ella lo hubiera designado y no los votos, como si Ella ignorara el acompañamiento de éste a todo su Gobierno y como si no hubiera reclamado el voto para su fracción a través de él).

Esta incidencia oral, como se sabe, la reveló un intendente preferido de la casa, uno de los menos destacados de la provincia, Darío Díaz Pérez, de Lanús (quien ganó predicamento por el prestigio de su hermano en el distrito, a quien el club de fútbol –uno de los pocos con fondos depositados en el exterior, sin déficits en su presupuesto– le agradeció la gestión bautizando el estadio con su apellido: tal vez un caso de malversada portación de apellido).

Pero el episodio de la confesión presidencial, luego parcial y tontamente corregido, al parecer se ha confirmado a través de una grabación de ese encuentro. Justamente ese hecho, el testimonio grabado de la mandataria, fue el motivo por el cual Ella dialogó con Scioli momentos antes de que éste brindara una conferencia de prensa en la cual, pese a las reconocidas desavenencias, sostuvo que apoyaba in totum el proyecto de la Casa Rosada.

En esa breve conversación, a propósito de un llamado de Scioli, el caballero obediente no le reprochó a Cristina los cargos que ésta le había imputado. Por el contrario, fue Ella quien lo responsabilizó por la existencia de la grabación, la calificó indignada de “operación” –luego repetiría este término en público y junto al denunciado–, como si una organización de inteligencia bonaerense se hubiera encargado de esa tarea infame y anónima. O sea que Scioli, como si fuera una discusión habitual con su esposa, se quedó con los agravios pasados de Ella y, encima, la sospecha de que podría dedicarse pícaramente a escuchar las reuniones de otros.

Aún así, por el solo hecho de convocar luego a una rueda de prensa, responder preguntas y hablar a favor del periodismo libre, Scioli debió pensar que iniciaba la Revolución Francesa (algo de cultura gala hubo en su presentación, ya que introdujo al afrancesado Jorge Telerman como nuevo funcionario, quien hasta pocos días antes se había entrevistado en dos oportunidades con Mauricio Macri para ingresar al gobierno capitalino con un proyecto sobre una isla en La Boca, que se deshizo por la habitual tardanza del jefe comunal).

Este conato de insurrección prosiguió dos días después, al faltar a la convocatoria presidencial de Tecnópolis –cada vez más grande, cada vez más cara– con la excusa de que “estaba gestionando” como lo demandaba Cristina (un aporte crediticio del juego, específicamente de la empresa Codere, para no pagar en cuotas el medio aguinaldo, recomendación sugerida por uno de los intendentes que más odia Cristina y que reconoce un antecedente en la gobernación de Felipe Solá con los bingueros). Quienes lo conocen suponen que se negó a atravesar, otra vez, un castigo público por parte de Cristina.

Al margen del optimismo perpetuo de Scioli, vive jaqueado, sin voltear el rey, para usar una metáfora sobre su predilección de jugar al ajedrez con el experto en carnes Alberto Samid. Deshecha los consejos de quienes le reclaman una mayor beligerancia bajo la justificación de que es su cuerpo el que está en juego, se compara con Bonavena –por aquello de que “te mandan al ring y no te dejan siquiera el banquito”– y observa que a Moyano también lo dejaron bastante solo en su lucha sindical contra el Gobierno (aunque el jefe camionero dice: “yo llegué solo, me mantengo solo y seguiré solo, si es necesario”). Más allá de que puso una pica en Flandes al colocar como su segundo en la CGT al petrolero Guillermo Pereyra, alguien que Cristina eligió hace menos de un mes para integrar el directorio de YPF descartando otros gremialistas del sector. Cuando un ministro trató de convencerlo a Pereyra para que desertara de Moyano, éste replicó: “Yo le soy fiel a Hugo, también soy fiel a vos. Pero si seguir con Hugo me significa perder tu amistad, simplemente lo habré de lamentar”.

No parece que los intendentes dispongan de esa misma voluntad. Igual, por lo visto, Scioli seguirá hasta un final sin que lo acusen de traicionar, aunque en el kirchnerismo siempre se lo observa como alguien de otro bando. Esperará hasta conseguir la plata, prestada por otros o por la propia venia presidencial, si es que puede. Ya pasó por esas instancias con Néstor, cantando “tantas veces me mataron”, pero siempre sobrevivió (mal, pero sobrevivió). Piensa que la pelota ahora la tiene Cristina, nadie sabe si Ella actuará como Néstor o si se dispondrá a meter un gol antes del tiempo reglamentario.

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