sábado, 26 de mayo de 2012

Pésames kirchneristas


Por Roberto García
Hugo Moyano quiere ser presidente. Igual que Guillermo Moreno. Pueden ser extravangancias, pero alguien recordará que, en el esplendor del triunfo de Raúl Alfonsín aparecieron pretenciosos afiches con la imagen de Carlos Menem como candidato a sucederlo, que entonces fueron objeto de burla. Ese riojano kitsch llegó con un aluvión de votos a la Casa Rosada. Otros, Cristina por ejemplo, llegaron sin haberlo imaginado.

Ese magma imprevisto de la política hoy anida en el interior de los dos aspirantes. A uno, el secretario de Comercio, se lo puede reservar para otra oportunidad informativa; finalmente, ni se ha postulado aún para debutar electoralmente en la Capital. En cambio, Moyano ofrece otra perspectiva: enfrenta al Gobierno por obligación, no fue al terapeuta porque Ella le retiró el saludo y, como se mantiene en la cúpula gremial, empezó a creer que oponerse es buen negocio para los próximos tres años. Algunos cercanos le susurran al oído esa canción sobre la banda y el bastón, al tiempo que la naturaleza parece ayudarlo: si uno entiende que la inflación, el estancamiento o recesión, la falta de actividad y cierto desempleo en ciernes son fenómenos naturales.

Pero Moyano es un devoto de la doctrina futbolística del “paso a paso”. Y, antes que en la presidencia, sabe que debe consolidarse en la CGT, ganar la interna. Parece difícil que sus rivales (independientes, los Gordos, la azul y blanca, sus propios disidentes y el Gobierno) puedan someterlo en ese reducto. Pero sería ingenuo arriesgarse en el vaticinio: entre los sindicatos sólo se juega el ejercicio de la conveniencia. Sea el de Moyano, quien capturó al Momo Venegas vaya a saber con qué tentación. O del otro lado, claro. Por ejemplo, le atribuyen al taxista Omar Viviani, ex ladero de Moyano y siempre al servicio intelectual de Julio De Vido, la posible captación de adhesiones con el señuelo de “llamá a mi secretaria, que están habilitando fondos de las obras sociales”. De ahí que Moyano, lenguaraz, avanzara con la imputación de que “nos quieren voltear con plata”. Y de que hay dirigentes al servicio del becerro de oro, como si él hubiera vivido en un monasterio durante los ochos primeros años de la gestión Kirchner.

Amarillos son todos, suelen decir algunos sindicalistas progresistas que no tuvieron acceso a la billetera. Más bien, las ofertas de los alineados con Cristina son promesas de plata, la que se repartía en tiempos que Moyano era funcional a la Rosada y que, hasta ahora, el Gobierno no parece liberar. Son recursos, deudas, que presuntamente les pertenecen a las organizaciones sindicales y que la historia demuestra han sido repartidos con debilidad por los favoritos. Entre los que están frente a Moyano, además del odio por lo despectivo y poco generoso que ha sido el camionero con ellos, priva la necesidad de acercarse a esa fuente dineraria. Por ello la sugerencia de Viviani –de ser cierta– despierta entusiasmo, aunque no se registran evidencias y todo parece vano. Si siguen con el bolsillo cerrado, hasta Antonio Caló se va a pasar al moyanismo. Esta broma advierte sobre una política poco entendible del oficialismo, al menos en términos convencionales, ya que los gremios son empresas que dependen de los ingresos económicos y sus intereses derivan de allí. También sus gerentes. Quizás se altere esta característica a través de una señora madura de íntima relación con la Presidenta, aunque justo es recordar que julio se acerca junto a la reelección de Moyano en la CGT. Por no quedarse en la intemperie, quizás haya quienes opten por constituir otra CGT.

Para colmo, en la visión sindical hay ofensas indiscriminadas: al incorporarse delegados de gremios como directores en las empresas en las que la Anses dispone de acciones, muchos pensaron en un avance sectorial gracias a las teorías del abogado y diputado Recalde, el hombre que vive con un pie en Moyano y otro en La Cámpora, por su hijo. Pero ahora ese criterio se modificó y el Gobierno designa sólo personajes bendecidos por Axel Kicillof y Diego Bossio, casi nadie viene del sindicalismo. Por supuesto, al mejor estilo Kastigador, sin siquiera notificar a los cesanteados: los despidieron en público. Esta línea de conducta quizás se repita con Moyano, aunque el camionero se considera más a salvo de cualquier tropiezo desde que se apartó –lo apartaron– del kirchnerismo. “Te conviene estar enfrente, no ser amigo de ellos”, reflexionan en su entorno, como si pertenecer a la fracción oficial hubiera significado un temor constante. Ahora se siente intocable, a pesar de que le quedan pendientes negocios y causas judiciales. ¿Podrá actuar el juez Oyarbide, siempre oportuno cuando la política lo requiere, por la causa de los medicamentos o, tal vez, le recuperen a Moyano protagonismo en episodios del pasado, en Mar del Plata, en uno de los juicios sobre lesa humanidad (acaban de detener al nacionalista Grassi Susini, un íntimo del gobernador Gioja). Otra alternativa podría llover desde YPF, donde Moyano supo constituir operaciones importantes como el traslado de camiones con combustible, uno de los negocios más rentables de todos lo que se le atribuyen (de la basura a la comida, del transporte a los seguros).

Quizás sirva ese episodio para descubrir, dentro de esa empresa, cómo se favorecía a ciertos sectores que mejoraban el expertise de los Eskenazi como “expertos en mercados regulados”. Curioso que todavía los interventores no hayan advertido de estos casos que contribuyeron, según el Gobierno, al “vaciamiento”. Claro que ninguna de esas prebendas deben haber sido concedidas sin la gracia del kirchnerismo. Tanto que el otro día, entre tantas disputas y negociaciones, De Vido –sostenido hasta su extenuación física por Cristina– le mandó decir a Sebastián Eskenazi que, a pesar de todo, él seguía siendo su amigo. Para algunos, es un gesto. Para otros, casi un chiste del verdugo que participa en la ejecución. Así debió verlo el propio aludido, quien guarda un silencio sospechoso, inexplicable, casi obligado, aunque sabe mejor que nadie los secretos del kirchnerismo: más de una vez debió mandar saludos de amistad como De Vido, luego que junto a Néstor ordenaran la tarjeta funeraria.


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