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| Por Arturo Pérez-Reverte |
La guerra de España, de la que se ha escrito y hablado lo suficiente (incluso yo mismo) para que no tengamos que extendernos aquí en ella, empezó con un golpe militar de derechas para solventar la papeleta en pocos días (era la idea de los jefes y oficiales que liaron la pajarraca), pero el cuartelazo se vio frente a una enérgica reacción gubernamental y popular, y parte del Ejército y de la Guardia Civil se mantuvieron fieles a la República. Todo se les fue de las manos a unos y a otros: la sublevación propiamente dicha fracasó en gran parte del territorio, pero tampoco pudo ser sofocada. Miles de españoles (unos voluntarios y otros a la fuerza, según donde les pilló) tomaron partido por uno u otro bando, hablaron los fusiles y España quedó dividida en dos zonas, llamadas nacional y roja.







