![]() |
| Por Pablo Mendelevich |
Conversación y conversión tienen la misma etimología. En latín el verbo vertere significa girar, dar vuelta. El sufijo sión indica acción y efecto, y el prefijo con significa en compañía.
El gobierno, se informa por estas horas, inició conversaciones. Podría leerse, si uno quisiera, que inició conversiones. Intenta convertir en aliados a unos cuantos rivales para mejorar los pelotones parlamentarios de por sí robustos que le ofrendaron las elecciones de octubre e hicieron cambiar el viento. El viento ahora sopla sin vacilar a favor del gobierno -¿no habrá mucho exitismo?, preguntó el domingo Jorge Macri- y de manera consonante sopla en contra del peronismo, lo cual facilita que se converse. O que se pesquen conversos. La volatilidad partidaria, un rasgo de la política, suele ajustarse a las expectativas antes que a las ideas.
Las principales conversaciones de esta semana fueron con los gobernadores. Pero no con todos: de manera enfática, para que se note, Milei segregó a loscuatro más kirchneristas, Quintela, Insfrán, Melella y Kicillof, con la curiosidad de que tres de ellos son de provincias periféricas -La Rioja, Formosa y la más pequeña de todas, Tierra del Fuego- y el cuarto es todo lo contrario, pertenece a la provincia más importante, sujeto estelar de la malformación demográfica argentina donde vive el 38 por ciento de los habitantes. Desde 1994, cuando se instituyó el voto directo y se convirtió al país en distrito único para las presidenciales, el conurbano bonaerense pasó a ser de lejos el lugar con mayor capacidad para resolver quién gobierna la Argentina.
Como suceden varias cosas excepcionales por semana, algunas se naturalizan. Pasan por normales, licúan su trascendencia en un fárrago de disrupciones. No hay antecedentes en la era moderna de un presidente que deja fuera del juego al gobernador de la provincia de Buenos Aires. Es cierto que se trata de un vínculo -el de presidente-gobernador bonaerense- históricamente rico en cortocircuitos. Sin embargo, sólo tres veces hubo presidente de un color político y gobernador de otro como ahora. Léase gobernador peronista con presidente no peronista. La vez anterior fue producto de lo que se votó en 1999: De la Rúa-Ruckauf. Ese resultado coetáneo -en 2023, en cambio, el gobernador se definió en la elección general y el presidente en el balotaje- necesitó de un corte de boleta significativo, posibilidad que este año, enlas legislativas, quedó abolido. Nadie sabe cómo se votará en 2027 cuando la Boleta Única de Papel se estrene en las próximas presidenciales superpuestas con la elección para gobernador, pero lo más probable es que aumente la diversidad partidaria. Es decir, que un fenómeno como el de la ola alfonsinista de1983 que convirtió en gobernador por arrastre al desconocido Alejandro Armendáriz ya no vuelva a suceder.
Alfonsín convivió los últimos dos años con el sucesor de Armendáriz, Antonio Cafiero (los presidentes duraban seis años, los gobernadores cuatro), pero esa experiencia no es recordada como traumática. En cambio lo de De la Rúa terminó muy mal. La crisis de 2001acabó con el gobierno de la Alianza y Ruckauf se autoeyectó para aparecer como canciller de Eduardo Duhalde, exgobernador bonaerense que por decisión del Congreso logró convertirse en sucesor de quien lo había derrotado en las urnas. Más o menos como si un día Trump cayera, no hubiera vicepresidente y por decisión del Capitolio lo sucediera Kamala Harris.
Precisamente porque lo eligió el Congreso y no el pueblo, Duhalde no rompió el maleficio de los gobernadores bonaerenses que después de Mitre nunca consiguieron llegar a la Casa Rosada. Sólo produjo un asterisco en la estadística.
Antes se pulverizaron los sueños presidenciales de Adolfo Alsina, Carlos Tejedor, Dardo Rocha, Bernardo de Irigoyen, Marcelino Ugarte, Manuel Fresco, Rodolfo Moreno. A Domingo Mercante, Perón lo defenestró cuando quiso perfilarse como su sucesor. Tampoco Oscar Alende pudo ganarle a Illia en 1963. Lo mismo le pasó a Cafiero cuando perdió la candidatura presidencial a manos del gobernador de La Rioja en las únicas elecciones internas efectivas que celebró el peronismo en ochenta años. El caso más fresco, luego del de Duhalde, es el de Daniel Scioli, gobernador bonaerense derrotado en 2015 por Mauricio Macri, quien venía de gobernar la ciudad de Buenos Aires.
Pues bien, hay quienes se preguntan si no estamos frente al decimotercer gobernador de la provincia que quiere y no puede llegar a presidir la Argentina: Axel Kicillof. La caída que sufrió como líder político en las elecciones nacionales del mes pasado fue triplemente estruendosa porque en contra de los pronósticos perdió en su distrito, contribuyó generosamente a fortalecer la derrota nacional del peronismo y el kirchnerismo originario, enfadado, le atribuyó toda la culpa a él y a su decisión de desdoblar las elecciones provinciales. Nada que augure para dentro de un año y medio una candidatura presidencial favorita.
La provincia de Buenos Aires, que en tiempos de Rosas había sido de hecho el asiento del poder nacional, cuando llegó la institucionalidad arrancó escindida. Estuvo así, separada de la Confederación Argentina, durante una década hasta que, después de Pavón, fue electo presidente Mitre, primero y último gobernador bonaerense que gobernó el país, claro que en un contexto muy distinto del de hoy.
La maldición bonaerense no es el único nudo extraño de la historia política. Tampoco ningún vicepresidente -aparte del caso particular de Perón, que fue vicepresidente de facto- consiguió nunca convertirse en presidente mediante el sufragio popular como ha sido más o menos frecuente en Estados Unidos.
Nótese que los dos liderazgos peronistas fundadores de corrientes políticas trascendentes, Carlos Menem y Néstor Kirchner, salieron de provincias periféricas. A diferencia de Menem, que siguió fiel a La Rioja hasta el último día, los Kirchner se transformaron en bonaerenses en consonancia con su estrategia política de conquistar el conurbano con eje en La Matanza. Cristina Kirchner era nativa. Su esposo santacruceño resultó el único ciudadano que para acreditarse residente bonaerense declaró un domicilio en el conurbano por demás inusual, la Residencia de Olivos, lo cual en su momento hasta fue motivo de una controversia judicial. Otra curiosidad, todos los gobernadores bonaerenses del siglo XXI son porteños. Antes de conocer su despacho en La Plata vivían en la ciudad de Buenos Aires.
El último gobernador sin aspiraciones presidenciales -o que no hubiera sido considerado en algún momento un presidenciable- fue Armendáriz hace cuarenta años. Del anterior, que también tenía pretensiones, pocos se acuerdan: Victorio Calabró, surgido de la UOM, quien en 1975 se enfrentó como “antiverticalista” a la presidenta Isabel Perón en complicidad con los militares que se preparaban para derrocarla. Calabró, un personaje controvertido, muy importante en aquella época, murió en 2011 y la noticia ni siquiera apareció en los diarios.
Nunca se halló una explicación consistente para la maldición de los gobernadores o Maldición de Alsina, de la cual Duhalde hablaba abiertamente en 1999 cuando era candidato a presidente. Decía poder conjurarla. Un parapsicólogo llegó a hacer un ritual en La Plata. Quién sabe si no fue exitoso, aunque con métodos oblicuos: bien o mal, Duhalde llegó a presidente.
Tales la superioridad en volumen, peso económico y peso político de la provincia de Buenos Aires, tan grande es el conflicto histórico por los fondos coparticipables o por los fondos compensatorios, que los demás gobernadores no siempre han estado dispuestos a apoyar a ese colega que atiende a sesenta kilómetros de la Casa Rosada. Además la provincia es heterogénea por antonomasia. Tiene diversidad geográfica, económica, social y por supuesto, electoral. Categoría en la que prevalecen dos mundos, el conurbano y el rural, con diferentes corazones.
Tal vez no se trate de maldiciones sino de riqueza. Se podría comparar el caso con la extraordinaria provincia de Quebec, que no consigue convertir a sus premiers en primer ministro de Canadá. En Alemania sucede algo similar con Baviera, el estado más grande y el más rico, donde a los líderes de la Unión Social Cristiana (CSU) les cuesta mucho ser aceptados como cancilleres porque enel norte alemán se los ve como muy conservadores y centrados en los intereses bávaros.
Desde que la muerte imprevista de Alsina frustró su carrera a la presidencia hasta la derrota sufrida por Scioli en el primer balotaje de la historia argentina (Macri 51,34%;Scioli 48,66%), muchas fueron las causas por las cuales ningún gobernador bonaerense llegó a presidente. Kicillof todavía puede intentarlo, desde luego, sobre todo en una hipótesis de peronismo dividido. Pero hoy, con la derrota del 26 de octubre tan caliente, se requiere un enorme esfuerzo de imaginación para verlo sentado en el llamado Sillón de Rivadavia.
© La Nación

0 comments :
Publicar un comentario