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Por Pablo Mendelevich |
Para conocer el futuro en la Argentina hay una fórmula que no falla: consiste en pronosticar un imprevisto. Es verdad que este oxímoron medio cacofónico puede despertarles a las personas cierta ansiedad debido a que la parte que uno desconoce -la dirección y el contenido que el imprevisto esconde con fruición para honrar su esencia- seguramente atesora certezas clarificadoras. Pero aun así, advertir que puede pasar algo que nadie se imagina es una forma (¿muy probable?) de acertar. Una forma por default. Consiste en inferir de los numerosos antecedentes que por algún motivo acá el destino se lleva mal con lo previsible y que no ocurrirá ninguna de las variantes que todos esperan porque siempre entrará por la ventana algo colosal, inconmensurable, capaz de reformatear el porvenir.
Por ejemplo, la más célebre Plaza de Mayo, la del 17 de octubre de 1945, mojón fundacional del peronismo, fue un gran imprevisto. Así aparece señalado en todos los libros de historia. En 1946, cuando no había encuestas, ningún factor de poder le daba crédito a la posibilidad de que las elecciones de febrero las ganase el coronel Perón, por entonces de reputación pronazi, como ocurrió.
Recién caído el Muro de Berlín, tiempos en los que acá se prometía el “salariazo”, ¿alguien acaso avisó que brotaría un peronismo neoliberal capaz de cederle así nomás el Ministerio de Economía a Bunge y Born y de asociarse con la familia Alsogaray?
Innumerables análisis políticos que hablaban de una alternancia en el poder ad infinutm del matrimonio Kirchner se estrellaron contra la pared durante el anteúltimo censo nacional. Planificado por años, el censo contó uno por uno 40 millones de argentinos, pero mucho más trascendente resultaría al cabo algo que sucedió esa misma mañana y que jamás había estado en la cabeza de nadie: se murió Néstor Kirchner. Un verdadero shock nacional.
Su viuda, vestida de negro como la reina Victoria, aplastó en las urnas al año siguiente a sus rivales para iniciar el que sería, sin embargo, el último mandato del kirchnerismo originario. En la intimidad ella tuvo que superar severos contratiempos, como descifrar el cuaderno de anotaciones -real o ficticio- que había heredado de su esposo sobre los negocios oscuros con Lázaro Báez. Por los cuales ahora ella está presa. Tampoco nadie previó que su prisión -añorada por medio país- incluiría bailes de balcón e infatigable rosca política con visitantes continuados, quien sabe si un ajetreo tan diferente del que la expresidenta tenía como rutina cuando atendía en el Instituto Patria.
Con miras a las elecciones presidenciales de 2019 se pensaba que a Mauricio Macri lo favorecían claras posibilidades de ser el primer no peronista reelecto después de Yrigoyen. Nadie esperaba que un fracaso electoral suyo se precipitaría de manera rotunda en la instancia preliminar, las PASO. Como nunca, esas PASO burlaron su razón de ser, fueron internas sin interna alguna. Lo que transformó el aperitivo en cena.
Escoltado por Pichetto, Macri obtuvo 32,26 por ciento, mientras que la fórmula (contra natura) Alberto Fernández-Cristina Fernández se quedó con un sorprendente 47,7 por ciento. Al día siguiente el presidente Macri perdió el control de la economía, los encuestadores se metieron debajo de la cama o salieron del país y algunos peronistas de patriotismo incontinente propusieron cancelar las elecciones generales para ahorrarle plata al Estado. Querían asumir de inmediato.
El imprevisto más fresco, el del 7 de septiembre, se pareció un poco al de 2019, pese a que esta vez no se trató de PASO presidenciales sino apenas de unas elecciones provinciales, las primeras desenganchadas de la Nación. Pero paradójicamente -cosas de la estrafalaria institucionalidad argentina- impactaron mucho más en la Nación que en la provincia. El oficialismo provincial derrotó en una magnitud por completo inesperada a su gran rival, el oficialismo nacional, que para colmo había hecho campaña en modo compadrito profanando el “Nunca más” con la promesa de exterminar a los otros, a los que a la postre arrasaron en las urnas. Ganaron por más de doce puntos. Otro imprevisto talla XXL.
El parecido con 2019 consistió en el súbito declive que inauguró el gobierno con el estruendo de su derrota. Que no había sido imaginada así por Milei ni en sus peores sueños, tampoco en los mejores sueños de los triunfadores. Se repitió el efecto bola de nieve sobre las expectativas negativas. tanto las económicas como las políticas, primas hermanas. Nada siguió igual en el país después del 7 de septiembre. Decir que ese día hubo un cisne negro, como se dijo, a lo mejor alivió a los que quedaron más perplejos, a quienes se reconoce fácil porque aún hoy están tramitando la perplejidad, pese a que se les viene encima otra elección, la grande. Quizás prefieren asociar esa expresión metafórica con una desgracia natural, un terremoto o una inundación, algo ajeno.
Durante mucho tiempo la Humanidad creyó que todos los cisnes eran blancos. Hasta que un día, en el siglo XVII, exploradores holandeses encontraron en Australia cisnes negros. Ese descubrimiento tuvo tres efectos. Sirvió para invalidar una creencia que se consideraba universalmente cierta, revalorizó los sucesos imprevistos y les puso nombre a esos sucesos en los casos en que tienen envergadura como para cambiar el devenir.
En su libro El cisne negro; el impacto de los altamente improbable, el economista y filósofo Nicholas Taleb afirma que para que un evento sea considerado cisne negro necesita estar fuera de las expectativas normales, tiene que producir un impacto extremo y debe ser retrospectivamente predecible. Esto último se refiere a la “falacia narrativa”: explicaciones post facto lo hacen aparecer más obvio y predecible de lo que en realidad era. Taleb no incluye ejemplos argentinos en su libro, no debe saber mucho sobre el Día de la Lealtad, pero enlista, entre otras cosas, los ataques del 11 de septiembre de 2001, el colapso de Lehman Brothers (2008) y el auge explosivo de Internet.
Es importante advertir que si uno tiene la suerte de saber de antemano que la historia está salpicada de hechos imprevistos que cambian el curso de los acontecimientos no por eso adquiere una destreza particular para hacer bajar su repitencia ni para atemperar su impacto. La única ventaja de saber que los cisnes negros existen consiste en saber que los cisnes negros existen. En todo caso, dicen los expertos, esto puede ayudar a mejorar los modelos de riesgo mediante la inclusión del factor impredecible.
Sin embargo, si se mira con detenimiento la casuística argentina llama la atención un sujeto que aparece todo el tiempo. Figura en unos cuantos reportes de cisnes negros. Ese sujeto es el peronismo.
Claro que el peronismo actúa de protagonista hasta cuando le toca un papel de reparto. Puede ser al mismo tiempo oficialismo y oposición, incluso víctima y victimario. Ya se ha dicho: es la corriente política que tiene más desaparecidos y también la que desde el Ministerio de Bienestar Social estrenó en los setenta el terrorismo de Estado.
El verbo gardeliano por antonomasia, volver, perdura sin raspaduras en la liturgia partidaria a diferencia de otras piezas irremediablemente envejecidas como las Veinte verdades peronistas. La apropiación de volver viene de 1955. Quedó cristalizada en clave revanchista durante los diecisiete años de proscripción. Está en consonancia con una visión particular de la democracia según la cual desalojar al peronismo del poder aunque sea con la legitimidad del sufragio equivale a una herejía cívica. Por eso Cristina Kirchner se negó a ponerle la banda presidencial a su sucesor, Macri, en 2015.
Milei consolidó esa visión al excluir del juego al peronismo en forma retórica. Espejó el concepto de que los otros (los que no son “gente de bien”) como mínimo no tienen derecho a gobernar. En realidad su fraseo fúnebre –“el último clavo al cajón del kirchnerismo”- sugiere la exterminación.
Pero más allá de este republicanismo de redes sociales, Milei no parece haber considerado que el kirchnerismo había tenido un significativo triunfo al quedarse con la provincia de Buenos Aires en 2023 y que eso se debió en parte a un error político suyo al no haber hecho nada por unificar las candidaturas de Néstor Grindetti y Carolina Píparo.
¿Vuelven otra vez? Nadie lo sabe. Lo que despiadadamente se llama “riesgo kuka” no es otra cosa que el comportamiento refractario de amplios sectores de la sociedad no peronistas, mercados financieros, inversores extranjeros y otros factores de poder occidentales, como Estados Unidos y gran parte de Europa, a que el peronismo kirchnerista, esquematizado como populismo de izquierda, vuelva a ser gobierno.
El peronismo se encuentra en modo explícito. No pretende simular que dispone de un proyecto sólido de país -más allá de las generalidades “productivistas”- ni mucho menos que aprendió del pasado y está en condiciones de ofrecer una versión mejorada de sí mismo. Su campaña, a todas luces magra en proyectos concretos, se basa en acabar con Milei.
Es que con ese planteo le fue mucho mejor de lo que esperaba en las elecciones de hace tres semanas y media. Las que nadie vio venir, como le gustaba ufanarse a Milei cuando el triunfador era él.
© La Nación
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