domingo, 1 de junio de 2025

Las buenas maneras sí importan

 John Stuart Mill (1806-1873). Pilar del pensamiento liberal.

Por Sergio Sinay (*)

Nadie con algún conocimiento de las ideas que recorren la historia de la humanidad diría que John Stuart Mill (1806-1873) fue un “mandril”, un “kuka” o un “comunista. Mill, filósofo, economista y político, es uno de los pilares del pensamiento liberal y uno de los máximos referentes de la economía clásica. Su ensayo titulado Sobre la libertad mantiene una poderosa vigencia y se estudia, compara y discute hoy cuando se aborda seriamente el tema. En muchos aspectos (uno de ellos muy notorio es su pensamiento sobre el papel social de la mujer) fue un pensador adelantado a su tiempo. “No solo importa lo que los hombres hacen, sino ante todo el tipo de hombres que lo hacen”, advirtió Mill, idea brillante, más aún proveniente de un profundo teórico del utilitarismo.

Es muy atinente recuperar este señalamiento y detenerse en él en un momento en que la obsecuencia, el oportunismo, un pragmatismo impiadoso, la indiferencia hacia el semejante y el fingimiento de demencia para ignorar dolorosas cuestiones sociales lleva a pasar por alto (en nombre de intereses miserables y ganancias pírricas) cuestiones esenciales para la convivencia y la supervivencia de la sociedad. Una de ellas: el respeto. Otra: las buenas maneras (consideradas como “cosa de ñoños”). Hay una estrecha relación entre los valores de una persona y su comportamiento con los demás. La misma ligazón existe entre maneras y moral. La moral nos dice a todos quienes compartimos una cultura qué es bueno y qué es malo para nuestra existencia y prosperidad como grupo humano más allá de las diferencias propias y naturales entre miembros de toda comunidad. La moral es para todos y el respeto es uno de sus componentes esenciales. El filósofo lituano Emmanuel Lévinas (1906-1995), pensador esencial en la materia, decía que toda la moral se erige sobre cuatro palabras: “Usted primero, por favor”. Y otro Emmanuel (en este caso el alemán Kant, numen de la Ilustración cuyas ideas resuenan fuertemente hoy) señalaba que no estamos obligados al amor universal, pero sí al respeto universal. A diferencia de la moral, la ética es una cuestión personal. La ética de una persona muestra, a través de su conducta, su actitud respecto de la moral. Todos tenemos una ética, pero la de muchos es inmoral.

Para el español Alfredo Cruz Prados, profesor de Filosofía Política y de Historia del Pensamiento Político en la Universidad de Navarra, catedrático visitante en el Bradley Institute for Democracy and Public Values, de Estados Unidos, y autor de los libros Filosofía política e Historia del pensamiento político, no es posible ética sin estética. La moral se exterioriza en las personas, dice, se pone en evidencia a través de la conducta, y, como todo en esta vida, puede ser mejor o peor. En tanto somos seres corporales, dice Cruz Prados, lo exterior muestra lo interior. Como seres sociales, agrega, debemos mirar a los demás, no ignorarlos, más allá de coincidir o no con ellos, porque somos convivientes. Y nos mostramos como seres culturales, explica, cuando a través de nuestro comportamiento salimos del egocentrismo animal que nos lleva a ver el entorno solo en función de nuestros intereses e impulsos. Hay que cuidarse de exaltar la espontaneidad, considerada como tiranía del impulso. La verdadera espontaneidad, enfatiza Cruz Prados, es una conquista que se logra cuando podemos expresar lo que somos a través de nuestras acciones y no cuando se reduce a excretar un impulso irracional. “Ser brillante no es una gran hazaña si no respetas nada ni a nadie”, pensaba Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), gran poeta y dramaturgo, padre del clasicismo alemán y autor de Fausto. Era su manera de decir que las maneras importan, y mucho.

(*) Escritor y periodista

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