domingo, 27 de julio de 2025

El mileísmo pierde su aura anticasta

 Por Jorge Fernández Díaz

“El príncipe cuyo gobierno descanse en mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo, porque están desunidos, son ambiciosos y desleales, valientes entre amigos pero cobardes frente a los enemigos, y porque no tienen disciplina”, advertía famosamente Nicolás Maquiavelo. Este consejo no debería resultarle indiferente al presidente de la Nación ni a los armadores libertarios de la provincia de Buenos Aires, que han resuelto hacer pejotismo puro para derrotar al pejotismo. Candidatos impresentables, conversos de último minuto, camaleones y camanduleros, descuidistas y funcionarios del PAMI y de la Anses, que probablemente utilizarán el aparato estatal para ganar “con la nuestra” los comicios de medio término, constituyen una clara evidencia de que esa batalla en el barro será entre neokirchneristas y neomenemistas: un tren fantasma contra otro tren fantasma, y con pronóstico de descarrilamiento. 

Es posible que el modo más efectivo de derrotar al otro sea copiarle sus peores mañas, pero eso en todo caso no es un proyecto de oxigenación y cambio, sino de homenaje involuntario, de apropiación de pecados y de inquietante transformación: imitando al enemigo solo pueden aspirar a reemplazarlo y, durante el proceso, a convertirse en lo que combatían. En ese contexto, ganar a cualquier precio significa perder. Y lo primero que pierde el mileísmo, con esta rancia novedad metodológica, es su rentable carácter anticasta: el caballo blanco del outsider que no transa y que viene contra todos comienza a desteñir, porque la rosca repudiada es de pronto bendecida y porque la “tabula rasa” es una tranquera abierta para que entren chacales y ciertos animales de pastoreo. Entregarse a un menemismo del siglo XXI y pretender ser, al mismo tiempo, el recién llegado de la nueva política resulta un tanto risible. Dicho sea de paso: admirar al menemismo a libro cerrado no solo implica olvidar su demolición de la industria nacional sino también sus corrupciones más escandalosas.

Toda esta contradicción profunda quedó inmortalizada estos días en las páginas de los diarios al contrastar la articulación neomenemista de la geografía bonaerense con el encuentro de puristas ultramontanos de Córdoba, los ideólogos y milicianos digitales de La Derecha Fest que le pasan el peine fino a cualquier disidente y le exigen “limpieza de sangre”, denunciando una mota de polvo en la solapa de un crítico y escondiendo un manchón aceitoso en el traje de un adherente: al amigo todo, al enemigo ni justicia. O como dice el biógrafo presidencial: al enemigo hay que “exterminarlo” política, cultural e ideológicamente, porque no estamos en una “democracia noruega” sino en una guerra. Aunque esta semana lo que más primó fue, por cierto, la guerra interna, monopolizada por los “celestiales” y los “territoriales”, una versión paródica de los “celestes” y los “rojo punzó” de aquella década frívola, venal y ostentosa. Los contendientes son las Fuerzas del Cielo de Santiago Caputo, que quería todo y se quedó sin casi nada, y las Fuerzas del Suelo, que lidera el massista austríaco Sebastián Pareja, bajo la férula implacable del verdadero jefe del tinglado: Karina Milei. Ella tuvo que salir a calmar el gallinero blandiendo la guillotina; pocas veces se escuchó una amenaza tan directa: no se puede cuestionar el armado porque es voluntad del Javo y este es indiscutible. Venían a despertar leones, pero parece que a la hora de los bifes necesitan más bien corderos. Y así como el kirchnerismo era un desembozado negocio familiar –madre e hijo–, los libertarios son una empresa de dos hermanos: la modernidad republicana te la debo. Es una ñoñería. “No llegamos hasta acá para adaptarnos ni para negociar con los restos del viejo sistema”, dice “El Jefe” en su comunicado, intentando que la obediencia debida y el verticalismo más ciego produzcan un acto de amnesia colectiva. Y todos olviden al instante que los “restos del viejo sistema” ocuparán sus poltronas gracias a la divisa violeta: si luego serán obedientes y respaldarán el anarcocapitalismo y la motosierra sólo Dios lo sabe, pero no dejen de leer por favor a Maquiavelo.

A esta nueva organización bonaerense de La Libertad Avanza se añaden punteros de diverso pelaje y dudosos antecedentes, barrabravas y otras delicadas criaturas de conurbano: algunas de ellas –todo hay que decirlo– ya habían trabajado también para Cambiemos. La idea general de nuevo consiste en que tal vez haya que asociarse a los gangsters para derrotar a los gangsters en esas comarcas feudales y colonizadas. Un pacto fáustico que puedan asimilar los “puros y duros” y que no puedan repudiar los “blandos e intermitentes”, quienes irán a las urnas tapándose la nariz y cortando grueso, premiando la baja de la inflación, rezando para que la mishiadura acabe alguna vez y, sobre todo, con la firme intención de bloquear el regreso del Frankenstein kirchnerista y sus esperpentos de siempre. Un triunfo de Kicillof y sus ilustres aliados haría tambalear incluso el programa de estabilización que todavía no estabilizó, y haría que el maldito riesgo país no terminara de bajar, signo no solo de que el mercado hoy teme el resurgir de los viejos, sino de que no termina de confiar en la pericia de los nuevos. Ni en lo económico ni en lo político. El exdirector del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Alejandro Werner, sintetiza algunos temores: “Wall Street vería muy mal que, sin lo números en el CongresoMilei siguiera por un camino de confrontación”. Por mejor elección que el oficialismo haga en octubre, los números legislativos serán insuficientes y habrá que convencer entonces a los fanáticos de que el resultado no da para tirar manteca al techo, ni para pensar en el régimen húngaro. Ni siquiera para cargarse al Poder Judicial bajo la falacia de que es “el último reducto de la casta” porque tiene el tupé de frenar con cautelares la “revolución libertaria”. Otro homenaje al kirchnerismo y a su “democratización de la Justicia”. Los extremos se tocan. Habrá que dialogar, muchachos. Qué le vamos a hacer. Aunque tampoco será tan difícil disciplinar, en ese último sentido, a los más radicalizados: nadie quiere ser expulsado del paraíso. No hay, por lo general, altruismo sino ambición, y no hay librepensadores en un templo de líder mesiánico. Vale aquí otra máxima milenaria, esta vez de un filósofo griego clásico: “Todos los aduladores son mercenarios –observaba Aristóteles–. Y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores”.

© La Nación

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