lunes, 31 de julio de 2023

Porno


Por Nicolás Lucca

No sé si existe en la historia de la humanidad que algo trágico y presenciado por una buena cantidad de personas haya sido reescrito tan, pero tan rápido como lo ocurrido en la Argentina durante la pandemia del Covid-19.

Si alguien quiere negar el holocausto, puede hacerlo. Si está parado en el medio de Auschwitz, difícilmente pueda afirmar que se trató de una escenografía. Y si un sujeto quisiera sostener que Mao no masacró a millones de personas al condenarlas a la inanición por su política del Gran Salto Adelante, puede hacerlo sin problemas. Ahora, si lo transportamos en el tiempo y le pedimos que le diga a un chino que no es hambre lo que siente, es difícil.

Para reescribir la historia hacen falta tres factores. Primero, necesitamos de una persona que quiera mentir. Lo hace para justificar su accionar, o porque necesita zafar del alcance de las leyes. Por otro lado, necesitamos de alguien que quiera creer que esa nueva verdad es la verdadera y no la verdad anterior, que ahora es una mentira, algo que nunca ocurrió. Y por último, el factor más importante: el silencio de los que ven la farsa cometerse.

Esta semana ocurrió que, en esas reuniones de masturbaciones grupales que arman los funcionarios para que les digan qué lindos, buenos y generosos son con nuestra guita, una boluda a pedal pidió la palabra para agradecerle a la ministra de Salud. Puntualmente, su salutación se debió a que le permitió acompañar a su marido en sus últimos momentos antes de morir. ¿Por qué agradeció el permiso? Porque no se podía.

Y así, mientras la campaña electoral sigue su curso en medio de la peor crisis económica desde 2002, nos recordaron que hubo un tiempo muy, muy lejano, allá por el año 2020 y 2021, en el que no fuimos iguales ante la ley. Lo dijeron explícitamente, lo afirmaron delante de todos. Porno, básicamente.

Primero llamó mi atención lo rápido que nos olvidamos de las cosas en el país que va a 1.500 kilómetros por hora sin dirección. En segundo lugar, no puedo más que quedar anonadado ante las ganas, la garra que le ponen para encontrar una tablita en medio del océano y aferrarse a ella. Le rezaron a Santa Vizzotti para que diera una señal y la ministra tiró una resolución de noviembre de 2020 en la cual relajaba un poquito las cosas.

Listo, la manada debería calmarse. Pero lejos de calmarse, salieron a perseguir y fajar con palabras hirientes a los seres dolidos. En las redes sociales, claro, que ni en pedo les da el cuero para hacerlo face to face.

A todos nos corrieron con la resolución de Vizzotti de noviembre de 2020, o con un corte del programa de Sietecase más el sostenimiento de que se trató todo de una opereta, una fake news. ¿Qué fue lo falso, si una señora agradece el privilegio en una fecha anterior a esa Resolución que no relajó absolutamente nada? ¿Sus madres no consumieron ácido fólico?

Hace menos de cuatro años, un ministro de Salud salió eyectado de su cargo luego de que se diera a conocer que las primeras vacunas que llegaron al país se repartieron entre amigos y parientes.

Nos enteramos todos, se enteró usted, me enteré yo. La que no se enteró fue la segunda funcionaria del ministerio, Carla Vizzotti, a quien pusieron en reemplazo del ministro saliente, Ginés González García. A ese señor al que le pidieron la renuncia, luego lo homenajeó el presidente. O sea: estuvo mal, pero no tan mal, quién sabe, puede ser, qué sé yo.

Poco más de dos años atrás, se me ocurrió escribir una nota con una selección de derechos humanos violados en catarata a lo largo y ancho de esto que llamamos país. Como parece que no era tema de interés periodístico, lo publiqué en este sitio. O sea que hace poco más de dos años que el Secretario de Derechos Humanos de la Nación viajó a Formosa para recorrer los centros de detención del gobernador Insfrán, ahí donde metían a todos los parientes de los infectados, dieran positivo o negativo. Fue en febrero de 2021, no en 2020. O Pietragalla no se enteró de la resolución de Vizzotti, o se hizo el recontra pelotudo. O la tercera opción, que es la más correcta: todos hacían lo que se les cantaba el orto.

Hace apenas dos años trascendió la foto de Alberto Fernández de jarana con su Querida Fabiola, peluqueros, amigos, Gachi, Pachi y otros tres pelotudos en una fiesta de cumpleaños en pleno mes de julio de 2020. En esa misma fecha no había un alma en la calle. Los únicos que podíamos circular, además de los policías, médicos, bomberos y trabajadores esenciales, éramos los periodistas, como Sietecase y yo. Obviamente, gracias al privilegio de ser esenciales, también podíamos trabajar y cobrar nuestros salarios. O sea, además de los policías, médicos, bomberos y trabajadores esenciales, también los periodistas, como Sietecase y yo.

A los pocos días, Alberto dijo que fue culpa de Fabiola. Días después, puteó a todo el mundo por acusarlo de culpar a su señora. Estaba ahí el audio y el video, en HD bien Ultra K. Pero Alberto no es mucho de creer en el poder del archivo.

Hace menos de dos años se llevó a cabo una manifestación pacífica. Todos aquellos que perdimos a un ser querido durante la pandemia, fuimos hacia la Plaza de Mayo para depositar una piedra por cada uno de ellos. Aún recuerdo estar sentado en el pasto en estado catatónico hasta que una persona me devolvió al planeta Tierra y me dio ánimo. Si estás leyendo esto, Gabriela: gracias, de nuevo gracias.

Esa misma noche, el gobierno barrió las piedras. Luego dijo que las puso dentro de la Casa Rosada para erigir un Monumento a la Memoria o algunas de esas cosas que tan fácil le salen a la portavoz del presidente que nada tiene para decir.

Puedo entender que haya que inmolarse por un ente superior, pero poner el pecho para salvar a Carla Vizzotti, es como mucho, compañeros. Entre los que putearon a Alberto Fernández por su fotingui estuvieron Víctor Hugo Morales y Andrés Larroque. ¿Cómo es que ahora vienen a salvar este desastre?

Y ahí vienen con un comunicado que le hicieron firmar a los responsables de salud de las 24 jurisdicciones de la República Argentina para salverle el culo a Vizzotti. Uy, guarda, el comunicado. Pueden escribir una enciclopedia ilustrada. Elijan la que quieran, la Wikipedia, la Encarta, la Larousse o la Británica. Pueden ponerle dibujitos, animaciones, videos explicativos o las filminas del profe Alberto. Pongan lo que se les antoje. Pueden decir, también, que el comunicado fue firmado por funcionarios de partidos de todos los colores. Pero si vienen un millón de firmas a decir que el Sol sale por el Oeste, mañana al Sol le importará tres pitos y saldrá por el Este como todos los días.

El comunicado, qué maravilla. Junio de 2021 y todavía se debía entrar a los cementerios en grupos reducidos para no contagiar a los muertos. Y a cajón cerrado, a ver si explota. ¿Saben por dónde me paso la firma de Quirós en el comunicado? En la Ciudad de Buenos Aires, antes de que se pusiera de moda darle bola a los Padres Organizados –cuando el año lectivo ya estaba perdido, claro– se daban todos los días cuatro partes informativos: cantidad de contagios, cantidad de muertos, cantidad de autos secuestrados sin orden judicial, cantidad de personas a las que se les labró un acta de infracción.

¿Fue la Ciudad la jurisdicción más relajada? Sí, claro. Al lado de Formosa, éramos Miami. Ahí a donde iban todos los progres con guita a vacunarse a escondidas mientras nos pedían que no entreguemos los glaciares a Pfizer.

Al menos no tuvimos mujeres ahorcadas en distintas comisarías, como en San Luis. Tampoco tuvimos a la policía de Salta que disparaba balas de goma a los que encontraba en la calle. Mucho menos nos pasó lo que tuvieron que vivir los nenes de Santiago del Estero que terminaron presos por jugar a la pelota al aire libre. Y así y todo tuvieron mejor trato que Abigaíl y su padre. Ni que hablar de la suerte de Facundo Astudillo Castro en la provincia de Buenos Aires, o la de Solange Musse en Córdoba, la provincia en la que solo podían entrar dos adultos a un comercio, pero no un adulto con un menor.

Tampoco tuvimos la desgracia de vivir en Santa Cruz, donde si la policía te encontraba en la calle te llevaba a la Comisaría a hacer sentadillas, o como en Tucumán, donde te cagaban a tiros y, si tenías el tupé de morirte, tiraban tu fiambre en la provincia de al lado. Sí, claro, al lado del resto del país, la opulenta ciudad de Buenos Aires fue un paraíso. Pero también recuerdo lo que aquí pasaba.

¿Cómo mierda van a negar lo que vimos todos? ¿Cómo pueden negar lo que ustedes mismos vieron, gente? ¡Lo vieron! ¡Lo vivieron! ¿No lo recuerdan?

Con la misma habilidad con la que se disfrazaron de enanos fachistoides y llamaban al 911 para denunciar que la viejita de al lado recibía visitas, o que el señor de enfrente sacaba a pasear la bolsa del supermercado para tomar aire, hoy salen a perseguir a los que putean a Vizzotti. No notan la contradicción ni aunque se les clave entre las nalgas: ¿se podía, no se podía, o sin privilegios no vale?

¿Hay que recordarles que en mayo de 2021 la Corte Suprema tuvo que decirle al Poder Ejecutivo que no podía utilizar la pandemia como excusa para meterse en competencias de otras jurisdicciones? Repito: mayo, 2021. ¿Qué hicieron entonces? Denunciaron un intento de Golpe de Estado. Posta.

Hay puntos en los que no puedo culpar a nadie, porque ya también he preferido olvidar. Es imposible llevar la vida adelante a sabiendas del desastre que atravesamos durante tanto tiempo. Sin embargo, como con cualquier cosa traumática o maravillosa que hayamos vivido, basta con que ocurra algo para decir “Uh, me había olvidado”.

No recordaba demasiadas cosas, pero ahora me caen todas las fichas juntas, como cuando me harté del discursete enojado y el dedo señalador de los colegas que hoy salen a defender a la ministra –y de los otros– y terminé por pedir, textualmente: “Los periodistas y todos aquellos que trabajamos en medios no deberíamos hacer ningún intento para concientizar a nadie. No hay forma de que no se genere el resultado inverso al deseado y con justa razón en la bronca hacia nosotros. ¿Por qué? En mi caso porque soy personal esencial, cobro mi sueldo antes del día diez de cada mes y tengo permiso para circular por donde se me canta, a la hora que se me antoja”.

También recuerdo mi dolor y el dolor de quienes no conozco. Es algo instintivo, más que humano. Los animales pueden empatizar con el dolor de su misma especie. El ser humano es más jodido. ¿Te duele? Me agrada, te lo merecés por no votar a mi líder eterno.

Y las fichas aún caen. Padres que no pudieron despedir a sus hijos, hijos que no pudieron despedir a sus padres, hermanos que no pudieron despedirse. Geriátricos convertidos en depósitos de muertos en vida, salas de internaciones en las que solo se escuchaban los pitidos de las máquinas. Decenas de miles de muertos tienen cientos de miles de deudos que lloran por ellos. Hoy los insultan. A todos, toditos, les dicen barbaridades por putear a una funcionaria.

No existe voluntarismo que pueda torcer la verdad. Es imposible cambiar la historia con sólo decir que ocurrió de otra forma, que no pasó lo que vivimos en carne propia. No se puede ni aunque se intente.

Por lo pronto, sí pueden salir en manada a putear a todos los que, aún dolidos, manifestaron su indignación por los privilegios de Vizzotti. O los de Ginés, si ya se olvidaron. Elijan ¿quién les cae peor? ¿A quién podemos criticar? Dejen uno, che, que con cualquiera nos conformamos.

En todo el mundo abundan los negacionistas de cosas que cualquiera puede notar. Hay un número enorme de sujetos que sostienen que la Tierra es plana. Aún mayor es el de las personas que creen que el hombre nunca llegó a la Luna. Todavía existen personas que afirman que el holocausto nunca ocurrió. En Estados Unidos, más de un tercio de la población cree que el Universo fue creado en seis días.

Obviamente, en la Argentina no le andamos lejos a ninguna de esas teorías, pero nos gusta más lo hardcore, lo pornográfico extremo. Si un adulto en el año 2023 dice que durante la cuarentena se podía visitar a parientes internados porque así lo dice el Boletín Oficial, evidentemente pasó la cuarentena en un sótano y sin conexión a Internet. Pero como no hay chances de que no se hayan enterado, solo caben dos opciones: o son muy, pero muy boludos; o muy, pero muy hijos de puta. No existe una tercera.

Si dicen que no pasó lo que pasó, si no vieron al único Presidente capaz de sacarse una foto para inmortalizar cómo violó su propio decreto de aislamiento social, si no tuvieron un solo pariente que tuviera que hacerse un estudio y lo mandaran a pasear…

No, no voy a seguir.

Decía que, para reescribir la historia, hacen falta tres cosas: el que miente, el que cree y el que calla. El drama que tienen es que demasiada gente no se calla más. Que estemos distraídos con tonteras como llegar con comida a mitad del mes, no quiere decir que nos olvidemos que jugaron a ser superiores. No somos idiotas, sabemos el riesgo de un contagio en tiempos sin vacunas. Lo que nunca tuvo justificación fue el amiguismo y los privilegios para unos, la arbitrariedad y la represión para otros.

Y lo vieron. Como siempre, no les importa lo que hacen, les preocupa que nos enteremos.

No hay chances de que no lo hayan visto.

No es posible que no se hayan enterado.

Lo único cierto es que saben que hay privilegiados. Tan cierto como que, mientras juegan a defender la Patria con insultos a personas que en su puta vida van a poder olvidar el dolor que atravesaron, los políticos a los que defienden se los siguen empomando.

Como a todos.

Es el mayor problema del porno: cuando el que consume no se da cuenta que sólo mira el placer ajeno.

P.D: Mientras nos revuelven el dolor, termina otra semana en la que somos mucho más pobres que la semana pasada. Ese era el tema de hoy.

© Relato del Presente

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