miércoles, 8 de febrero de 2023

Ya estamos votando

 Tony Judt. El pensador considera que, si algo es bueno para la sociedad,
es bueno para mí.

Por Sergio Sinay (*)

A diez meses de las elecciones la indiferencia de la sociedad hacia lo que, en definitiva, es su propio destino resulta llamativa. Se muestra sin reacción ante los sucesivos abusos del Gobierno, a través de sus diferentes organismos, y con un pronunciado desinterés por las propuestas programáticas de los aspirantes a candidatos. Esa indiferencia favorece las miserables disputas internas que se suceden tanto en el oficialismo como en la oposición. 

Cada vez hay más aspirantes a la candidatura presidencial en uno y otro bando. Cada vez los golpes bajos entre ellos son más bajos. El impudor y la desvergüenza se disimulan menos y afloran junto con la avidez por la nominación. En esta feria de vanidades, veleidades y ambiciones turbias se sabe que quieren la presidencia, pero se ignora para qué. Hay deseos, cálculos, transacciones oscuras, zancadillas, complicidades de ocasión, pero no programas. La meta, hasta donde se ve, es el poder por el poder.

Un programa de gobierno es una propuesta que el candidato y su partido le hacen a los ciudadanos. En esa propuesta se detallan las razones de la aspiración presidencial, se fijan los propósitos que guiarán al Gobierno y se fundamentan los pasos que conducirán hacia esos fines. Se explica también la relación de todo eso con el bien común. Es decir, cuál será el beneficio para la comunidad en su conjunto y para cada miembro de la sociedad. Un candidato responsable debería, además, anticipar cuáles serán los obstáculos, los tiempos y también los sacrificios y resignaciones que tendrán que contemplar los ciudadanos. Al recibir y estudiar toda esa información, el votante está en condiciones de cotejar, de anticipar, de saber qué puede esperar y qué no y también cuál será su participación en ese proceso, lo que significa comprender qué deberá ceder de su parte. Al cabo de ese proceso su voto significará una elección verdadera y responsable. Será un voto racional y no meramente emocional, guiado por un simple “me gusta” o “no me gusta”, “me encanta” o “lo/la odio”, “sabe” o “no sabe” y tantas otras razones elementales y primitivas que suelen impulsar las votaciones, empezando por la creencia en un ser providencial y sin olvidar el “voto rabia”, que consiste en votar contra alguien y no a favor de un beneficio colectivo. Porque, como señaló el pensador británico Tony Judt (1948-2010) en su libro Algo va mal, si es bueno para la sociedad, es bueno para mí, pero si solo es bueno para mí, no es bueno para la sociedad.

La noción de programa concebida en estos términos no está ni por asomo en los reñideros oficialista y opositor. Ningún aspirante a candidato presenta algo que se le parezca. Y tampoco lo hará mientras los votantes no lo exijan, mientras la indiferencia los convierta, llegado el día de la elección, en carne de marketing, de promesas insostenibles y de la mayor o menor eficacia de la manipulación ideada por los asesores de imagen o de oratoria de los candidatos. Desentenderse antes de votar y volver a hacerlo después de la votación quita el derecho al reclamo y solo produce frustración, rabia o depresión siempre estériles. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer, lo que decimos o callamos, lo que mostramos u ocultamos tiene consecuencias. Ocurre aun en las cuestiones más sencillas de la vida. Siempre elegimos, aun cuando elijamos no elegir (lo cual es una elección y, como todas, tiene consecuencias). Esto significa que la indiferencia ante las obscenas transas y pujas internas que se suceden en todas las coaliciones y los partidos en la larga previa al día de la votación es ya una elección. Sea cual fuere la excusa (cansancio, odio a la política, problemas económicos o personales, etcétera), el desinterés es un modo de elegir. Como lo es la bronca o el cálculo egoísta. Cuando predominan estas cuestiones los candidatos se sienten eximidos de presentar programas, de sostenerlos y de firmar con la ciudadanía un pacto de buena fe (ingrediente esencial para que la promesa preelectoral no se convierta, como ocurre habitualmente, en una simple estafa).

Aunque falten diez meses, la elección ya empezó. La indiferencia es voto.

(*) Escritor y periodista

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