sábado, 11 de febrero de 2023

Discutiendo alrededor de una mesa sin patas

 Por Pablo Mendelevich

Cuando sectores políticos antagónicos, antiguos socios enemistados o países en guerra necesitan poner fin de una buena vez a largos, onerosos enfrentamientos, la idea de discutir alrededor de una mesa suena muy recomendable

Pero en algunas ocasiones la desconfianza mutua alcanza tal envergadura que lo de discutir en profundidad sobre una mesa se vuelve literal.

Del caso más famoso casualmente se están cumpliendo ahora cincuenta años. Fue la Conferencia de París que a instancias de Henry Kissinger y Le Duc Tho celebraron en enero de 1973 en el Hotel Majestic los gobiernos de Estados Unidos y de Hanoi, el Vietcong y el gobierno de Saigón con la intención de lograr la paz en Vietnam. La firma de los acuerdos se demoró por más de cuatro años debido a las difíciles negociaciones. Sobresalía en ellas el problema de la forma que tendría la mesa sobre la cual habría de discutirse la paz. Estados Unidos quería que la mesa fuera cuadrada y los vietnamitas reclamaban que fuera redonda, lo que dio pie a que resultara ovalada.

También estaba el enmarañado asunto de cómo entrar al salón. Quién llegaba y quién se hallaba sentado previamente. Cada delegación exigía entrar al salón por una puerta distinta. Al final se escogió un ambiente con cuatro puertas para que todos ingresaran a la vez.

Aparentes minucias del protocolo, estos debates sobre el debate en realidad exteriorizaban imperfecciones de la trastienda para nada frívolas. Richard Nixon necesitaba salir de Vietnam sin decir que Estados Unidos había perdido una guerra. Ya sin los norteamericanos, además, la guerra continuaría después de firmada la paz. Vietnam del Sur resistió mientras pudo. Solo en 1975 los comunistas tomaron Saigón. Y lo que había empezado mal terminó mal. Les dieron el Premio Nobel de la Paz compartido a Le Duc Tho y a Kissinger. El vietnamita directamente lo rechazó. Kissinger lo aceptó pero después intentó –en vano– devolverlo.

El consorcio peronista-kirchnerista-massista también lleva un largo tiempo discutiendo sobre una mesa en términos literales. En la jerga le dicen mesa nacional, un eufemismo que evita llamarla mesa de pacificación interna del universo peronista que está gobernando el país y le quedan diez meses, elecciones incluidas. Tal vez una distorsión fundante consistió en poner el foco en si Alberto Fernández se animaba o no a convocar la mesa, que era especialmente reclamada por Máximo Kirchner, quien a la vez, coherente consigo mismo, prometía no asistir. Pero una vez que lo hizo (el presidente de la Nación y del PJ la convocó para el jueves próximo, a las 19, en la sede partidaria) quedó a la vista que el meollo del problema no estaba en la convocatoria, sino en la mesa misma. Ahora no se trata como en París hace medio siglo de la forma del mueble (tema aún pendiente) y de cómo ingresar al salón, sino de otro par de ítems presentados como aspectos organizativos secundarios: el temario y los participantes. Podría decirse, con optimismo albertiano, que lo importante por suerte está: el día, la hora y el lugar. Solo resta determinar de qué van a hablar y quiénes.

Fernández dice que quiere discutir la estrategia electoral del FDT, aunque su objetivo parece ser el poder decir “hicimos una mesa”, mientras el kirchnerismo pretende tratar la gestión de gobierno además de las candidaturas, que en rigor deberían ser resueltas, según esta facción, por Cristina Kirchner. Lejos de representar matices, ambas posturas ponen en evidencia que fermenta debajo de la mesa un problema de difícil solución. La exigencia de discutir “el rumbo de la gestión” de un gobierno que no tiene rumbo, cuando faltan meses para el final, no parece precisamente una contribución a la paz. Tampoco luce promisoria la propuesta de barrer las ostensibles diferencias de fondo debajo de la alfombra, urgencia debida a que este fin de semana se larga el calendario electoral y urge la cocción de un discurso proselitista, hoy ruidosamente ausente.

Quien una noche de insomnio tenga ganas de repasar la plataforma electoral del Frente de Todos de 2019 hallará un mamotreto previsiblemente ambiguo en términos de futuro, plagado de denostaciones a Macri y a su gobierno (incluye el reproche, por ejemplo, de haber dejado “niveles de inflación superiores al 50 por ciento”). Lo interesante es que el FMI solo aparece con forma de munición contra Macri sin que exista la más mínima definición sobre lo que el Frente de Todos pensaba hacer con el tema. El principal problema de la Argentina, repetirían ya en el poder los Fernández hasta quedar disfónicos.

Es sabido que el consorcio formado por el peronismo y el kirchnerismo más el anexo massista que hoy gobierna no se constituyó después de ponerse de acuerdo sobre lo que había que hacer con el país, sino que solo se dio tiempo para resolver la ingeniosa fórmula invertida de su génesis. Créase o no, desde hace varios días se celebran mesas sobre la mesa y a la salida se deja trascender en la Casa Rosada que quienes vayan a la mesa auténtica no tiene mayor importancia, sino cuántos. No quieren spoilearpero ya saben que la mesa no tendrá patas: la madre del patrocinador de la idea tampoco irá.

© La Nación

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