domingo, 20 de noviembre de 2022

Aspiración restringida

 Por Roberto García

Entre los vivos/vivas, también entre los que no están, la viuda de Kirchner es la mujer/hombre que más tiempo ha pernoctado en la residencia de Olivos. Supera a todos y a todes, a Menem inclusive. Récord. Se comprende la voluntad femenina de regresar a su lugar en el mundo, también significa ingresar al Guinness. Por aclamación, si puede, con cuarenta millones de argentinos cantando “Cristina Presidente”.

Por ahora, esa aspiración está restringida: colmó un estadio en La Plata en comparación con los repletos nueve de Coldplay. Mucha diferencia de atracción: la vida pasa por otro lado, en apariencia. Además, en uno se acarreó gente a sueldo, regimentado, con reminiscencias de formaciones de otro siglo. Mientras, en la fiesta musical se pagaron entradas caras para asistir libremente. Y al mismo tiempo que el cristinismo en la cancha, otros personajes menos renombrados cosechaban audiencias semejantes a las de Cristina (Duki, Bad Benny, otros payadores o raperos).

Esto no ocurría en el pasado, lejos o cercano. Por lo menos, es lo que señala Javier Milei, quien no dobla ni un centavo para sus presentaciones y reúne concurrencias notables. Igual, en la provincia de Buenos Aires que alguna vez fue una estancia cerrada, con dominio de un capanga y los barones del conurbano, el cristinismo repite aquel esquema feudal con una comandante femenina. Refugio o santuario de la retirada en todo el país de una fracción política.

Primer detalle: no hubo gobernadores en la última actuación de Cristina, aunque hay otro dato superior a la ausencia: en 7 provincias se adelantarán las elecciones, habrá próximamente más anotadas en ese anticipo de separar los comicios generales de los distritales. No hay mandantes provinciales dispuestos a compartir riesgos con ella. En todo caso, preservan sus territorios y hegemonías, casi ninguno quiere compartir la aventura final, un escenario que no les rinde en sus provincias. Excepción: Axel Kicillof, quien por falta de entusiasmo hacia su figura no puede llenar el autito con el cual alguna vez hizo campaña. Pero, gracias a Ella quizás vuelva a ganar. Además de obediente, necesitado el gobernador.

Y su obligada jefa lo refuerza —al menos, eso cree— rescatando la preocupación colectiva por la inseguridad a través de un gran acuerdo, entre ricos y pobres, caballeros y peones, semejante a La Paz de Dios de hace mil años (en rigor, más de mil: concilio de Charroux en el 989 y el de Narbona en el 990). Entonces, se iniciaba un compromiso colectivo para reprimir asaltos, saqueos, incendios de iglesias y muertes consecuentes. Se comprende esa apelación medieval y católica de Cristina: debe ser lectora de George Duby, un tenaz historiador de ese período. Y si no lo es, alguien lo hace por ella.

Su llamado implica una queja a las administraciones específicas de Aníbal Fernández y Sergio Berni, según lo que establecen las encuestas. Uno le contestó rabioso (“estoy haciendo lo mismo que hacia con Ella y con Néstor, Cristina miente”), el otro, como piensa que la Vice impulsará a su esposa como vicegobernadora de Kicillof (la legisladora Agustina Propato) agacho la cabeza y se autopercibió culpable. La moda del autopercibimiento, como en el sexo, llego a la política.

Cristina, en su devoción bonaerense, olvidó a Rosario, más que nunca “la Chicago argentina” de Capone. En rigor, su mensaje apuntaba a otros dos personajes superiores en su ejercicio discursivo: Alberto Fernández, al que nunca mencionò bajo el apotegma de José Martí, aprendido en La Habana: “La ignorancia mata”. Tanto vacío explícito apunta a recordarle al Presidente que no podrá ir con ella a la reelección y que, tal vez, ni siquiera permita la continuidad en Daniel Scioli. También se apartó de Sergio Massa, rozándolo con críticas por el tema económico. Quienes leen entrelíneas entienden que Massa recibió un doble “massaso”.

Réplicas. El Presidente estará sangrando pero se acuerda de ella, la provoca: se acompañó en el viaje con el embajador en USA, Jorge Argüello, al que Cristina detesta y al que impidió ser Canciller en más de una oportunidad, por hacerlo responsable del papelón que la entonces mandataria protagonizó con los estudiantes de Harvard. Quería, ilusa, que le preguntaran como los que van a sus actos sus periodistas afines.

Alberto se vengó por las andanadas K: puso en circulación al ex ministro Kulfas con críticas pertinentes y también al apartado colega Martín Guzmán, el último encargado de afeitar a la madre y a Máximo para que se vean como son realmente. A una la acusó de entorpecer su gestión y la del gobierno, al otro lo calificó de “chico caprichoso” con portación de apellido.

Si no planearon la respuesta en la casa de Gobierno, le salió bastante bien la improvisación al grupo de Alberto, ahora enfurecido porque La Cámpora le quiere disminuir el poder con una “Mesa de gobierno” (gobierno ya bastante deshilachado y sin rumbo, con ministros infiltrados o encubiertos que van sin confesarse de Olivos a los actos de cristina, de Wado de Pedro a Katopodis, con el aporte de la agrupación de una de sus mejores amigas, Victoria Tolosa Paz). Por suerte, en el peronismo ya no utilizan un San Benito tradicional, la palabra “traidor”.

A su vez, Massa también se ocupa de las deslealtades: teme el fin de un juramento, al menos luego de ver en la tribuna como un modelo sexy a Máximo Bermudas estropeadas, clamando por la vuelta de su madre a la Casa Rosada. Entre el ministro y Cristina, se supone, existe un compromiso de apoyo a una postulación presidencial en el caso de que se pudiera resolver la crisis económica. Un albur de Massa, al cual todavía la Vice parece atada. A menos, claro, que él fracase en la gestión o la popularidad de ella se incremente a niveles insospechados.

O, como observan en su círculo, con la suficiente fuerza de votos para imponerse en una primera vuelta a partir de la astuta treta instalada en la Constitución del 94 por el menemismo que fija: se alcanza el Poder Ejecutivo con apenas el 40% de los votos y una diferencia de más de diez puntos con el segundo. Parte de esa estrategia le provoca entusiasmo a la dama quien en la semana, se empachó con el acto en el estadio único de La Plata, quizás uno de los más costosos del mundo en un país donde los distintas administraciones juran que no hay robo en la licitación pública. Además brindó con Evian y Franui por lograr lo que muchos no estimaban: los 37 votos del Senado que la respaldaron para enfrentar a la Corte en un conflicto institucional de dudoso epílogo.

Al viajero Massa le acechan la candidatura desde el kirchnerismo —a pesar del momentáneo hand off prometido de la madre Cristina—, aunque él parece más agobiado por lo que se venía anticipando desde que asumió y durante sus primeros 120 días de cierta tranquilidad. Exuberante de energía, padece con la falta de reservas y no consiguió un préstamo de los árabes —adonde iba a viajar— tampoco un repo del sector privado.

Se le agota la capacidad de anuncios con sueños de futuro promisorio, la plaza financiera se le complica y persisten los números de inflación. Por no hablar del drama del goteo aplicado a las importaciones que mengua la actividad. Es como si en estos tiempos del circo del Mundial, en el mejor de los casos se pudiera convertir en un Caruso Lombardi para la economía, un entrenador famoso por recuperar equipos chicos e impedir que se vayan al descenso. Le cae bien ese nombre a un hombre simpatizante de Tigre, al que sigue hasta en las reuniones de su equipo, institución histórica pero limitada en su grandeza.

Para Massa sería un fracaso ese destino de salvación de categoría. Pretende más, como cualquier equipo de los llamados “grandes”, como el San Lorenzo del cual era hincha originalmente. También, como la Argentina, ese club quedó menos que grande.

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