martes, 25 de octubre de 2022

El poder de los impotentes

 El sociólogo Richard Sennet manifestó su decepción sobre los partidos políticos.
(Foto/El País)

Por Sergio Sinay (*)

Si vas al partido socialista (o al partido que votas) y le dices: he perdido mi trabajo. ¿Qué puedes lograr? O si tienes un trabajo de dos horas y debes dejar a tu hijo para hacerlo, que es un problema real de la gente, ¿qué te van a decir? Esos son los problemas reales”. Entrevistado en junio de este año por la periodista Berna González Harbour para el diario madrileño El País, el sociólogo estadounidense Richard Sennett manifestaba su decepción y su descreimiento sobre el actual papel de los partidos políticos. 

Estudioso de fenómenos esenciales de la vida contemporánea, Sennett es autor de libros tan esclarecedores como esenciales para comprender el mundo en que vivimos: La cultura del nuevo capitalismo, La corrosión del carácter, El respeto, El declive del hombre público, entre otros. Además, se trata de alguien que no se queda encerrado en la teoría. Filósofo pragmático, fundó el Instituto de Humanidades de Nueva York, presidió el Consejo Estadounidense para el Trabajo y en 2017 creó Theatrum Mundi (El Teatro del Mundo), fundación dedicada a la investigación de la cultura urbana, cuyo consejo de administración preside en la actualidad. En la entrevista citada, Sennett advierte que en la mayoría de los países occidentales la sociedad civil está hoy huérfana de representación, groseramente abandonada por políticos que, dedicados a la persecución del poder, se desentienden de los problemas reales y cotidianos de los ciudadanos. “La clase política se está degradando progresivamente. Cuanto menos capaces son quienes se meten en política, más egoístas y narcisistas resultan”, afirma.

Casado con la socióloga holandesa Saskia Sassen, también ella referente ineludible en los temas de la cultura urbana contemporánea, Sennett confía en que otro tipo de organizaciones, por fuera de los partidos, puedan trabajar, y lo hagan, para atender las carencias que estos ignoran. “Se rompió la noción de que la vida es una narrativa, una estructura”, piensa. “El desafío es encontrar reemplazo a esa narrativa institucional que mi generación vivió como algo natural y esperado y que hoy no existe”.

En uno de sus textos póstumos, la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943) preveía con su implacable y siempre vigente lucidez lo que Sennett ahora confirma. El escrito de Weil, a quien se suele llamar la filósofa mártir (murió a los 34 años, en plena guerra, entregada literalmente en cuerpo y alma al combate contra el nazismo), se titula Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, y parece escrito hoy y aquí, además de aplicar a todo el panorama mundial de la democracia liberal. Escribe: “La concepción de bien público propia de tal o cual partido es una ficción, algo vacío, sin realidad, pues se impone la búsqueda del poder total”. Weil veía a los partidos en un estado de impotencia ocasionado por la ausencia de pensamiento y denunciaba que estos atribuían esa esterilidad al escaso poder del que disponían. De ahí que pedían más poder. Pero ninguna cantidad les será suficiente, decía Weil, “aunque fueran dueños absolutos del país”. Acusaba tanto a los partidos más inconsistentes, como a los más organizados, de ser iguales en la vaguedad de sus doctrinas. El partido es una máquina de recolección de poder; es, en sí mismo, su propio fin, afirma la filósofa. El partido, además, justifica su búsqueda de gran cantidad de poder en que lo necesita para servir al bien público pero, escribe Weil, “la concepción de bien público no es algo fácil de pensar”. En la realidad, concluye, la doctrina de un partido político no tiene significado alguno.

La batalla impúdica de egos lanzados vorazmente y a destiempo a atrapar candidaturas (atajos para el poder) que se ve hoy en las coaliciones y partidos protagonistas de la escena política local no solo da la razón a Weil en el tiempo y a Sennett en el presente, sino que despliega una miserable feria de vanidades imperdonablemente indiferentes a la pobreza, el desaliento, el deterioro en muchos casos terminal y la desesperanza de una sociedad abandonada por sus políticos.

(*) Escritor y periodista

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