martes, 13 de septiembre de 2022

Justicia mata odio

 Por Carlos Ares (*)

Actos, declaraciones, documentos, arengas, acusaciones, provocaciones, memes, ironías, tuits, debates, tomas de posición. Se emiten palabras como billetes que se gastan en horas. El aumento de tarifas se considera una “redistribución de subsidios”, según Malena Galmarini. El ajuste de ciento veintiocho mil millones de pesos en salud y educación es una “readecuación de partidas”, según el ministro Daniel Filmus. La inflación diaria de mentiras, de acuerdo con el índice de inflamación de los huevos, supera el límite del hartazgo. La mecha corta, encendida, se acerca al punto de detonación de las dos granadas.

Con tanto para hacer, los días inútiles, inservibles, se amontonan junto con las palabras de los funcionarios en el contenedor de basura. Cada noche, recortadas contra el azul nocturno, las sombras pasan a revisar las bolsas. No hay, no hubo nunca, nada para ellas. Solo sobras, consignas carcomidas, relatos regurgitados, ideologías podridas. Ni un resto de compasión, ni un pedido de perdón, ni un reconocimiento de los errores. Se cumplen mil días de gobierno, un millón cuatrocientos cuarenta mil minutos, y ni uno para callar, sentir, acompañar el dolor que causaron/causan.

Un minuto de silencio por los jubilados, a los que la figura que revolea dedos, brazos, el que hace de presidente sostenido por el viento, según de dónde sople, como los que indican una playa de estacionamiento, les prometió que en cuanto asumiera iba a dejar de pagar los intereses de las Leliq para aumentarles un 20%. La pérdida real de las jubilaciones en el año se estima en más de ochenta mil pesos. La Anses apela los juicios. Quieren que “nuestros queridos viejos”, “los que aportaron toda la vida”, se dejen de joder, mueran de una vez.

Una marcha de silencio de pibes llevados de la mano, no un minuto simbólico que nada representa para ellos, es lo que deberían hacer los padres por el tiempo de infancia que les fue arrebatado a sus hijos. Clases, educación, juegos, conocimiento, amigos, aventura. Un crimen de lesa niñez cometido por capos pesados que se mantienen desde hace años en el cargo de algunos gremios indecentes. Quieren adoctrinar, privilegian beneficios personales, intereses políticos, contra la voluntad mayoritaria de los maestros.

¿Recuerdan a Abigail? ¿Al padre caminando con su hija enferma de cáncer en brazos porque no lo dejaban entrar en Santiago del Estero? “Prefiero tener diez por ciento más de pobres y no 100 mil muertos”, dijo ese que todavía funge de presidente cuando extendió la cuarentena que, aseguró, haría cumplir “por las buenas o por las malas”. 130 mil muertos, muñeco Fernández. Nunca se hizo cargo, ni de las vacunas que no compraron, de las que no llegaron, de los vacunados vip, Eduardo Valdez, la familia Massa, Zannini, Verbitsky. Tampoco de las fiestas en Olivos que organizó la “querida Fabiola”.

Las piedras depositadas frente a la Casa Rosada con el nombre de muertos, las que en su momento trataron de barrer, de ocultar, caen todavía, incesantes como lágrimas, pero no logran horadar el corazón de piedra de los defensores de derechos humanos, de los actores de la película “La patria está en peligro”. Ninguno de ellos reaccionó, reclamó a los responsables, exigió renuncias, denunció en las redes con la foto de Abigail, de Solange.

¿Recuerdan a Solange? Estaba ya muy enferma, su padre viajó desde Neuquén para verla, acompañarla en sus últimos días. No lo dejaron entrar a Córdoba. “Siento tanta impotencia de que sean arrebatados los derechos de mi padre para verme y los míos para verlo”, escribió Solange. “Acuérdense, hasta mi último suspiro tengo mis derechos, nadie va a arrebatar eso en mi persona”.

Un minuto en memoria propia, o ajena. ¿Qué parte de este dolor te toca, te pertenece? ¿Debiste callar, decir, hacer algo más? Hasta el último suspiro tenemos el derecho de acusarlos. Con la garganta que se tenga a mano. Desbocar gritos estentóreos, agónicos, mudos, ulcerados de tanto tragar impunidad, ardiendo de furia, persiguiendo la justicia demorada. La que debe reparar todo lo que fue roto, robado, saqueado. Solo la Justicia consuela, calma, aplaca, la violencia que precede al odio.

(*) Periodista

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