lunes, 9 de mayo de 2022

Oposición sin proposición

 Hegel. El filósofo alemán que entendía la historia de la humanidad
como un proceso dialéctico.

Por Sergio Sinay (*)

En una sociedad atravesada por grietas de todo tipo y profundidad, oponerse es un modo de vida. No importa a qué, no importa para qué, no importan el contexto ni la oportunidad. Hay que oponerse. Y hacerlo de manera exasperada, intolerante, sorda a todo argumento adverso. No hay antagonistas, solo enemigos. Cada persona a su tiempo, y hasta sin darse cuenta, tendrá su momento de opositor a algo o a alguien. Cada persona encontrará una circunstancia y un tema para pararse en uno de los bordes de alguna grieta ya existente, o para comenzar a cavar una nueva. 

Y como toda sociedad es un holograma, allí donde se mire o se examine un aspecto de ella, por pequeño que fuese, se encontrarán grietas. Las hay en la política, en la economía, en el deporte, en la cultura, en los vecindarios, en los consorcios, en las familias, en los espacios laborales y profesionales, se las puede observar y oír en la televisión, en la radio, se las puede leer y seguir en los medios gráficos, en las redes sociales. Convocan, venden, provocan adhesiones y adicción. Dispensan de pensar.

Una vez instalada y naturalizada, la cultura de la grieta pulveriza en los hechos la dialéctica hegeliana. El filósofo idealista alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) observaba la realidad y entendía la historia de la humanidad como un proceso dialéctico constituido por una etapa (afirmación o tesis) a la que se le opone otra (negación o antítesis) hasta que ambas son superadas por una tercera (negación de la negación o síntesis), que no elimina a las anteriores, sino que resuelve la tensión entre ellas conteniéndolas e integrándolas. Pero ese no es el fin, sino un nuevo comienzo, en el que la síntesis pasa a ser la próxima tesis. La historia y los procesos, tanto de la naturaleza como de la humanidad, serían entonces un fenómeno circular y no una línea de progreso infinito.

Observada de esa manera, la sociedad argentina jamás llega a la síntesis. Aparece estancada en la eterna y trágica confrontación de múltiples tesis y antítesis que solo crecen en la virulencia de su confrontación. Y cuando esto se desmadra llega a situaciones patéticas y farsescas como la que se verifica hoy, cuando las dos grandes y deformes coaliciones políticas que se definen como oficialismo y oposición ya no solo contienden entre sí, sino que dedican buena parte de sus energías y su tiempo a batallas internas de ferocidad creciente. Como ocurre con las legiones de termitas que devoran por dentro los troncos de los árboles, en cada uno de estos agrupamientos se producen batallas que los debilitan, los dividen y los exhiben en la patética desnudez de sus miserias ante los ojos de una ciudadanía harta y desesperanzada, que continúa con sus padecimientos cotidianos de orden laboral, económico, social y moral sin que se avizore una mínima luz al final del túnel.

¿A qué se oponen los opositores internos de la coalición gobernante, a qué se oponen las palomas, halcones y demás criaturas del bestiario agrupado en la coalición opositora? ¿Y, por fin, a qué se opone la misma oposición como tal? En el primer caso, queda cada vez más en claro que el único programa de gobierno era la toma del poder para conseguir cajas e impunidad. Cuando el delegado para ese fin falla aparece el reclamo desvergonzado que le reclama la devolución del cargo bajo la argucia de que “el gobierno es nuestro”. Ya ni siquiera es de esa entelequia llamada “pueblo”, ahora se reclama como propiedad de un grupo faccioso y destituyente. En el segundo caso asistimos a la grosera puja por un poder que no se tiene y para llegar al cual queda, en caso de llegar, más de un año por delante. Y en el tercer caso, jamás se escucha de la oposición una visión movilizadora y convocante, una visión de país y de sociedad sólidamente definida y argumentada, que permita avizorar un porvenir preñado de sentido. La única razón de ser de este bando pareciera agotarse en confrontar al kirchnerismo. Y sabemos por experiencia que ese es un precario argumento para gobernar después. Oponer sin proponer, no es una visión. Es más grieta.

(*) Escritor y periodista

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