lunes, 9 de mayo de 2022

NOVELA, MUJERES Y POLITICA EN LA ESCRITURA DE BORGES

SEGUNDA ENTREGA (*)


Por Liliana Bellone y Antonio Gutiérrez

Ciertos sectores de la sociedad argentina consideran la historia como un tejido de conjeturas y conspiraciones, una trama de redes insondables, como si fuese el simétrico reflejo de especulaciones y cartografías logísticas y no de un acontecer movido por la dialéctica social. Esta concepción conspirativa y elitista de la historia puede leerse en el texto “Los conjurados” en el libro del mismo título de 1985, donde se muestra cómo las sociedades secretas rigen el mundo.

Borges sueña en ese texto con un mundo sin fronteras (ideal universalista), pero donde no aclara cómo sería ese mundo, si igualitario o jerárquico, o un lugar utópico, pacífico y edénico. Las conjuras y traiciones, unidas a la venganza pueden rastrease en toda la obra del escritor argentino. Recordemos algunos cuentos de Ficciones como “Tema del traidor y del héroe”, “La forma de la espada”, “Tres versiones de Judas”, o de El Aleph como “El muerto”, “Emma Zunz”, “Los dos reyes y los dos laberintos”.

La traición es el pecado más atroz para Dante Alighieri quien la representa en el vértice último del noveno círculo infernal, precisamente en la boca de Lucifer. Borges, gran lector de La Divina Comedia, lo sabe y sabe también que la traición implica una traición a uno mismo, un movimiento especular y mortífero que no conoce la pacificación de la Ley simbólica, que modera las relaciones imaginarias. Ante la intemperie de la Ley simbólica, la Argentina del siglo XIX y principios del XX, quiso ordenarse de acuerdo con el ideario liberal y moderno propiciado por Domingo Faustino Sarmiento y la llamada generación del 80, pero lo reprimido retorna y el acuerdo social cede lugar a las pulsiones del amor y el odio donde también se inscribe esa pasión argentina: la amistad. Esta realidad puede verse en la película, casi un grotesco a la manera de Armando Discépolo, No habrá más pena ni olvido (1983) de Héctor Olivera, basada en una novela de Osvaldo Soriano. Los impulsos agresivos surgen enmascarados de fraternidad. Los cuchilleros con nombres idénticos, como aquellos Juan Muraña, Juan Moreira, Juan Almanza y Juan Almada, protagonistas de duelos criollos representan a los hermanos o pares violentos. Los inmigrantes vistos con desdén y desconfianza, son los “otros” repudiados del platónico universo borgeano.

En Jorge Luis Borges están presentes las dos vertientes del “otro” de Jacques Lacan: el “otro” con minúscula, es decir, el semejante, lo especular que nos devuelve el propio rostro reflejado en ese “otro”, la parte rechazada de uno mismo, como tan bien lo muestra el cuento “Hombre de la esquina rosada” de Historia universal de la infamia (1935) donde el compadrito Rosendo Juárez, a pesar de que su mujer, la Lujanera, le ofrece el puñal para que salga a pelear, se resiste a enfrentarse al retador a duelo Francisco Reales, el Corralero. Esta situación se revela en un cuento posterior: “Historia de Rosendo Juárez” (El informe de Brodie, 1970) en el cual el mismo Rosendo, convertido en narrador personaje, explica al narrador-Borges, el por qué de su negativa a enfrentarse con el otro guapo, decisión que tuvo que ver con la propia mirada y con el reconocimiento de sí mismo en el semejante: “En ese botarate provocador me vi como en un espejo y me dio vergüenza. No sentí miedo; acaso de haberlo sentido, salgo a pelear. Me quedé como si tal cosa.” (1998:38). El “otro” con minúscula constituye la relación imaginaria, no mediatizada por el lenguaje, la relación directa de un yo a otro yo, el “yo” como el lugar de las identificaciones imaginarias del sujeto, una relación mortífera y paranoide con el prójimo, ya que el individuo, cuando no media la función pacificadora de la palabra, presupone que el “otro” se quiere apropiar de sus pertenencias, despojarlo de lo que es suyo. Es así como el Corralero, que es del norte, va a buscar a Rosendo a un barrio vecino para desafiarlo y provocarlo porque las mentas o sea los dichos y la fama afirman que “se tiene por bueno con el cuchillo” y no es cuestión de que el otro lo destrone en la consideración del malevaje. En la lucha de lo imaginario es la propia agresividad que retorna desde el congénere. En cambio el Otro con mayúscula, es decir, el lenguaje, en Borges está representado por la biblioteca, por los libros, por las obras de la literatura universal, por el legado de sus “mayores”, un Otro que está barrado, o sea, siempre incompleto, atravesado por la imposibilidad de cerrar el conjunto de los significantes. El Otro con mayúscula, lo simbólico, posee la función mediadora, pacificadora de la palabra e implica una distancia entre los cuerpos, aun cuando lo simbólico conlleve a la vez una segunda vertiente que es perturbadora y portadora de la culpa, el auto-reproche, la conciencia moral, la neurosis. En ese universo del Otro con mayúscula están los nombres, las cifras, las citas, los autores, la historia de los antepasados, la genealogía. Cuando le preguntaban a Borges si él había escrito tales o cuales poemas, respondía que no había sido él quien los había escrito, sino sus mayores, la literatura misma. En este sentido Borges considera al escritor como un médium, un intermediario a quien los otros y la cultura, el gran Otro, le dictan las palabras, las cadencias, los temas, los motivos, la respiración de los textos. Esta cuestión se evoca en el título de su predilecto libro de poemas: El otro, el mismo, de 1964, en “Borges y yo” (El hacedor, 1960), “El otro” (El libro de arena, 1975), “Juan López y John Ward” en Los conjurados, de 1985.

El “otro” es el “otro” del amor y el odio y se refleja en una visión perturbadora (Cfr. Miller, 1986:20). Tal vez por esto, en la Argentina, se coloca a Perón como opuesto a Borges, pero las dos imágenes representan complejas relaciones especulares, quizá desprotegidas imágenes que soportan sus recíprocas miradas. El manifiesto repudio de Borges hacia el peronismo puede explicarse por el rechazo a la “barbarie” y sus sesgos populares que había sostenido la ideología sarmientina, pero su rechazo hacia Perón se encamina por lo imaginario de amores y rivalidades. La pugna entre Caín y Abel se repite infinitamente en los espejos fratricidas y borgeanos. La década de 1940, en la cual Borges urdió su magistral universo de ficciones fue la década marcada por la figura hegemónica de Perón. ¿Qué relación existe entre estos dos genuinos argentinos, pertenecientes a viejas familias criollas entrecruzadas con inmigrantes italianos, ingleses, portugueses y escoceses, depositarios de la misma tradición, amantes de la llanura, de los valores del coraje encarnados en el gaucho Martín Fierro y lectores de Carlyle? ¿Qué diferencias los separan para que caminen sus diversos destinos y se encuentren como sombras en la memoria, uno, descansando en el norte “civilizado”, en su tumba de Ginebra, el otro, en Sudamérica, en aquella Buenos Aires soñada para la paz definitiva? ¿Qué extraño mandato los llevó a ambos a atravesar el Ecuador en el ocaso de sus vidas, uno hacia el sur inmarcesible que le evocaba tolderías mapuches y guanacos, el otro, hacia el norte, que le evocaba los años de la infancia y la juventud y de la literatura anglosajona, trastocando de este modo las coordenadas previsibles?

Desde los textos literarios trataremos de reconstruir un retrato personal y social de Borges y su relación con el “otro”, con el otro femenino, con el otro de la inmigración, con el “otro” del duelo de cuchillos y espadas, con el “otro” del peronismo, con el “otro” presentificado en el rostro del mismo Perón.

El poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar señala en Calibán (1971) que, “patéticamente fiel a su clase”, Borges niega la actitud de compromiso manifestada en El tamaño de mi esperanza (1926), libro juvenil que quiso olvidar para elegir el camino del colonialismo. También dice Fernández Retamar:

A diferencia de otros importantes escritores latinoamericanos, Borges no pretende ser un hombre de izquierda. Por el contrario: su posición en este orden lo lleva a firmar a favor de los invasores de Girón, a pedir la pena de muerte para Debray o a dedicar un libro a Nixon (1973:103).

El haber leído Las mil y una noches y el Quijote en inglés antes que en castellano o arribar a La Divina Comedia a través de una traducción bilingüe italiana- inglesa, muestra en Borges el típico colonialismo cultural rioplatense y que se repetirá en otros escritores y en especial en el grupo de la Revista Sur de Victoria Ocampo.

Durante la década de 1970, el escritor hace declaraciones verdaderamente escandalosas por su impronta reaccionaria: justifica la guerra, defiende a los ricos y a los militares golpistas, alaba a Pinochet, ataca a los negros, desacredita a Federico García Lorca, Pablo Neruda, Antonio Machado, Rubén Darío, a la literatura argentina y española. Sin embargo, casi a mediados de la década de los 80, confiesa su esperanza en la democracia, declara su desacuerdo con las guerras y propone una distribución justa de la riqueza.

En esa época (1985), recibe a Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa de las Américas de Cuba, en su departamento de la calle Maipú en Buenos Aires para conversar, acompañados por María Kodama. En Fervor de la Argentina (1993), el escritor cubano recuerda ese encuentro y escribe:

Había prodigado declaraciones inconcebibles, y hecho nacer en todos nosotros una dolorosa, triste cólera. Pero las declaraciones se fueron mitigando, y nos pareció que las otras, indefendibles, habían tenido algo majadero: que nos había tomado un poco el pelo a todos, hasta a él mismo, medio maligno, medio pueril (…) Fue contradictorio como Unamuno y pudo admirar a la vez a Shaw y a Chesterton, a Almafuerte y a Kafka, a Schopenahuer y a Whitman, quizás hubiera preferido ser un compadrito. Pero fue Borges e hizo variar de rumbo más de una literatura. Se le perdonarán los errores. Se le recordará mientras exista la lengua castellana y el asombro de vivir. (1993:257).

En Los conjurados de 1985, su último libro, Borges retorna a alguna de sus preocupaciones por lo argentino y latinoamericano, y escribe textos como “Los conjurados” y “Juan López y John Ward” que intentan un mensaje esperanzado, como lo señalara la propia María Kodama.

(*) Fragmento de Novela, mujeres y política en Jorge Luis Borges, Madrid, Editorial Verbum, 2021

Selección: Agensur.info

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