domingo, 13 de febrero de 2022

Compensación albertista

 Por Roberto García

Para disipar el disgusto que le produjo a Cristina el entendimiento con el FMI, Alberto se volvió obsequioso en declaraciones con rusos y chinos, una forma de colmar el cuarto de la dama con muñecas, osos de peluche y flores. Y compensar a la engañada esposa por su trasnoche y parranda políticas.

Incierto resultado, a pesar de que a ella siempre le importaron ese tipo de expresiones encomiásticas con sus amores caseros, en este caso referidas a dos países en los pocos que intervino para designar a los embajadores: su pariente y ahora remodelado oriental Sabino Vaca Narvaja en Beijing y Eduardo Zuain en Moscú, clave en la firma secreta del controvertido Memorándum con Irán (también determinó el nombramiento de Luis Alfredo Llarregui en La Habana, un bonaerense de Ayacucho cuyo mérito para el cargo no se ha revelado).

Curioso su interés por controlar la relación con tres naciones más antinorteamericanas que marxistas, aunque no sea el momento de tomar examen a una Vicepresidenta abrumada con algunos problemas personales. No solo en la Justicia.

El exceso oral y entusiasta del mandatario con Putin y Jinping fue reparado hace pocas horas apenas aterrizó. Dijo: “Cuando hablaba de abrirles las puertas para América latina desde la Argentina, hablaba solo para las inversiones”. Más medroso que niño en la oscuridad.

Como su portavoz, Cerruti, quien se corrigió de ofender al periodismo olvidando que algunos manuales de ética de los grandes diarios dicen lo mismo que ella dijo en la conferencia de prensa. Casi gracioso.

Más del Presidente, acudiendo a la frase de Lord Palmerston para justificar la Argentina de hoy –“Gran Bretaña no tiene amigos eternos ni enemigos perpetuos”–, aquel británico influyente, funcionario de mediados del siglo XIX, tildado de pragmático, aunque sus contradicciones para Marx y Engels lo calificaban como “un mal gobernante, pero un buen actor”. Raro ejemplo para Alberto.

Sobre todo cuando cree explicar a los bienpensantes del país que le objetaron su subordinación a la izquierda (“no vayan a creer que me hice comunista”, previno, casi aludiendo a la droga envenenada en el siglo XXI), quienes en lugar de reprocharle su indiscriminada apertura a las “inversiones” se refugiaron en slogans de otra época, atávicos.

El riesgo son los préstamos que se denominan “inversiones”, no las antiguallas ideológicas. Préstamos caros (más del 7% en dólares), superiores a los del FMI. Para obras que les conviene a quienes las hacen, quizás no a quienes las pagan. Créditos que, por otra parte, habrá que devolverlos. Si lo sabrá Putin: hasta hace poco todavía Rusia estaba pagando el default de Lenin & Cía.

Importa la tasa de estas “inversiones”, el negocio del mantenimiento, la provisión importada y, en particular, el destino: se anuncian emprendimientos que hoy no son imprescindibles para la Argentina –sobre todo por la crisis que se atraviesa–, cuyos números contables además se desconocen. O no están hechos. Y se trata de volúmenes monumentales en un Estado que carece de prioridades. Y de oficina al respecto.

Ya ocurrió en el pasado, con los militares, con los créditos atados con Italia (Alfonsín), imposiciones de otros países o proveedores prebendarios del Estado, en muchos casos por medio de coimas. Por ejemplo, la firma de la obra de Atucha III ya había sido inicialada por el tándem Macri-Aranguren sin fundamentos razonables. Hoy Alberto-Cristina la continúan, le interesa a los chinos por diversas razones, es costosísima y no se sabe si beneficiará al que paga: la Argentina. Es como si uno necesitara un cuarto más en la casa y lo obligan a contraer un crédito para mejorar el jardín.

Habrá firma. Se descuenta que hacia el 15 de marzo se consagrará el acuerdo con el FMI –lo admiten los propios mercados– cuyos términos permanecen difusos y a convalidar unos tres meses más tarde. Como en tiempos de Alfonsín. A Cristina le molesta este control, pero al revés de su hijo siempre sostiene que “los Kirchner hemos sido cuidadosos con la plata”. Nadie lo duda de Néstor.

Como las encuestas favorecen al acuerdo, quizás la vice afloje con sus demandas en contra de la devaluación y suba de tarifas. Ahora la endulzan con el traspaso del transporte a la Ciudad, una desopilante y demorada “segmentación” eléctrica que castiga a los ricos y le prometen una tarjeta para los pobres que, se supone, también le pondrá un límite al consumo exagerado (hoy imparable por las tarifas bajas). Parece que no se puede llamar “Energizer” para no publicitar a una pila.

Algunos de los íntimos de Cristina sueñan con exprimir impositivamente a quienes fugaron divisas en tiempos de Macri (muchos, en rigor, para pagar deudas), se supone a personas y grandes empresas del sector privado (aunque YPF figura en primera línea). Otros fantasean con enchufarles más deuda a los bancos con el Estado y, por supuesto, existe una envidia general en la fracción oficial por las ganancias del campo con los nuevos precios de la soja. Ni soportan que ellos mismos son beneficiados.

Para Alberto, esos ingresos son un salvavidas como en tiempos de Néstor (soja a más de 600 dólares). Recoge buenos apoyos con los gobernadores y se alienta en su quimera personal de la reelección. Memorias del subsuelo, pensando que su vástago llegará con un pan bajo el brazo.

Dice que nunca va a romper con Cristina, en todo caso le entrega a ella esa responsabilidad. Aspira a que continúe en el Senado y, como el resto de los gremialistas de la política, insista con permanecer en la política, sin jubilarse, para “salvar a la patria”. Y que Máximo se conserve como un escudo en Diputados, motivado con la revolución y sin pensar, como su madre, en que los fueros son una protección: el seguro de libertad más conocido en el mundo.

Mientras, reconoce su declinación en los sondeos de opinión por el rechazo al FMI y aguarda una buena noticia: la postergación, por parte de la Cámara Electoral, de las elecciones en el PJ que preside Máximo en la provincia de Buenos Aires. Requiere más tiempo para subyugar intendentes, tarea en la que ha perdido gracia: pensaba voltear al muñeco del circo y este se mantiene como el gordinflón de Michelin.

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