sábado, 15 de enero de 2022

Telescopio

 Por Manuel Vicent

Se supone que el telescopio James Webb, que acaba de ser lanzado al espacio, después de recorrer un millón y medio de kilómetros, llegará el 24 de enero a su destino que es una zona donde la gravedad del Sol y de la Tierra se va a compensar con la fuerza centrífuga del propio telescopio, de forma que este quedará en un equilibrio gravitacional orbitando alrededor del astro solar. Allí desplegará unos paneles del tamaño de una pista de tenis con los que, según los científicos, se podrá escrutar la formación de las primeras estrellas y galaxias, hace aproximadamente 13.000 millones de años.

Más allá está la llamada zona oscura del universo en la que empezaron a crearse los átomos. A través del telescopio James Webb los científicos atravesarán el túnel del tiempo y en ese camino hacia el origen del universo saldrán a su paso millones de galaxias, infinitas estrellas, infinitos planetas habitables, donde la vida tal vez consista, como en la Tierra, en que los seres vivos para sobrevivir se coman unos a otros, pero al llegar a ese cul de sac de la zona oscura no esperan ver sentado en un trono de oro a un barbudo Jehová con un látigo en la mano.

La teología solo es ciencia ficción, a menos que los protones, los neutrones y los electrones sean los verdaderos ángeles rebeldes que desafiaron al Creador y liberaron esa luz que desde el fondo de 13.000 millones de años llega a través del sol puntualmente cada día a nuestra ventana e ilumina las flores del jardín y la bandeja del desayuno con el zumo y la tostada.

No preguntes por qué y para qué existe este infinito incendio que es el universo. Fija más bien tu atención en esa lagartija que asoma la cabeza por una grieta de la tapia. Ella comparte contigo los átomos que se crearon en la zona oscura hace miles de millones de años y ahora parece muy feliz porque acaba de capturar un mosquito y una larva.

© El País (España)

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