martes, 24 de agosto de 2021

24 de agosto de 1899: Nacimiento de Jorge Luis Borges

“EL ALEPH ”: EL OTRO BARRADO EN LA NARRATIVA 
DE BORGES

 Tapa y contratapa del libro de Liliana Bellone y Antonio Gutiérrez sobre
el escritor argentino Jorge Luis Borges.

Por Liliana Bellone y Antonio Ramón Gutiérrez

El cuento el “El Aleph” va en esa misma dirección; el juego borgeano entre la real falta en la estructura y la imaginada totalidad de lo simbólico. El relato habla de un tal Carlos Argentino Daneri, un flamígero aspirante a escritor, un neurótico obsesivo, para decirlo de entrada, que se propuso una empresa imposible, una misión descomunal: versificar la redondez del planeta, cada uno de los objetos posibles de ser versificados. 

Había comenzado por una hectárea del estado de Queensland, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la Quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en Belgrano y unas cuantas cosas más. Pensemos en todo lo que le faltaba todavía a ese pobre hombre obseso para cubrir la falta en el Otro, para completar al Otro, inclusive en todo lo que de esas casas de la parroquia de la Concepción podría aún ser versificado, por ejemplo, sus habitaciones, cada uno de los objetos de sus habitaciones, cada una de las partes y detalles de esos objetos, los techos, las ventanas, etc. Pero aun en el caso estrafalario que pudiera escribir todo eso, perduraría de todas maneras la imposibilidad del todo de los significantes; siempre habría un significante por fuera.

Recordemos que la trama del cuento comienza luego de la muerte de Beatriz Viterbo, esa mujer idealizada por Borges-personaje, quien visita, por cortesía y nostalgia, regularmente una vez al año, con motivo de la fecha de cumpleaños de Beatriz, la casa de la calle Garay, donde habitara Beatriz con su padre y su primo hermano Carlos Argentino Daneri. Borges-personaje, obtiene, luego de algunos años, la confianza y las confesiones de Daneri sobre el largo poema, sobre el insoportable fárrago. Carlos Argentino Daneri le hace leer fragmentos de esos versos que para colmo no constituían buenos poemas. Un buen día Daneri lo llama afligido por teléfono para contarle que los actuales propietarios están por demoler la casa. Le dice a Borges que para terminar el poema le era imprescindible conservar la casa, pues en un ángulo del sótano del comedor había un Aleph. Le aclaró que un Aleph, además de ser la primera letra del alfabeto hebreo, es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. Borges en ese momento le comunica que irá a verlo inmediatamente, corta el teléfono y se dirige a la casa de la calle Garay. Allí Carlos Argentino Daneri le explica a Borges, personaje, cómo hacer para ver el Aleph. Borges personaje sigue las indicaciones, baja incrédulo y temeroso al sótano, se coloca en la posición indicada y de repente ve el Aleph, un punto luminoso donde habitan todos los puntos. Luego, al pretender narrar la experiencia en el sótano, dice en el cuento: “Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. (…) el diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba allí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo (…) vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión de Plinio (…) vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”. (Borges, J.L., El Aleph, Ed. Sol 90, Barcelona, 2000:133-134)

Podemos pensar entonces que la empresa de Daneri de versificar la redondez del planeta (su posición obsesiva de ofrecerse para saldar la hiancia en el Otro) y la posterior aparición del Aleph (como la visión de un punto donde confluyen simultáneamente, y sin confundirse, todos los puntos del universo), no son en el cuento dos situaciones disímiles sino correlativas e inclusive complementarias: la aprehensión de la totalidad, que el lenguaje, y aun el lenguaje de la poesía, hacen imposible, se vuelve posible en ese punto, concebible sólo a nivel de esa ficción literaria, sólo asimilable en la fantasía, que es el Aleph del cuento de Jorge Luis Borges.

Ahí supuestamente está el todo, sin pérdida, sin un afuera, sin una remisión en la cadena, sin un valor de diferencia, en una simultaneidad presente, en una confluencia definitiva. Pero los seres hablantes vivimos en un mundo de lenguaje que instala la sucesión, no la simultaneidad sino la remisión de los significantes. El solo hecho de ver el Aleph y de pensar que se lo ha visto, el hecho de nombrarlo, la presencia de un ojo que lo mira desde afuera, ya descompleta el Aleph y establece la cosa representada y a la vez perdida para siempre en la palabra. A partir, por ejemplo, de la conciencia de estar viendo el Aleph, éste ya no es igual a sí mismo.

Dicho de otro modo; aunque en el Aleph estaba el narrador viendo el Aleph, debería también haber estado, por lógica y para que el Aleph fuera completo, el narrador viéndose a sí mismo observando el Aleph y así interminablemente en una serie de espejos infinitos. Tendría inclusive que estar el cuento de Borges, la reflexión del narrador, esa sucesión de palabras que hablan del Aleph y que por lo tanto lo pierden y lo instalan como diferente al observador que por fuera lo contempla. De haber sido un Aleph verdadero, no habría habido posibilidad de retorno, es decir, de narrar la experiencia, de instalar un afuera del Aleph, de decir algo sobre él, de concebirlo como un punto en el sótano y no como el sótano, la casa, la calle Garay, la muerte de Beatriz Viterbo, etc. en el punto.

La idea de un punto donde confluyen todos los puntos no puede permitirse dejar afuera la interpretación misma de ese punto, ya que si eso ocurre, tal como sucede en el cuento de Borges, ese Aleph no es una totalidad. Por otra parte, si no existiera algo por fuera de ese conjunto llamado Aleph, si el narrador estuviera (sin dividirse en sujeto que observa y objeto observado) en el interior de ese punto, si el Aleph estuviera completo, ya no existiría la oportunidad de contarlo; el sujeto sería el Aleph mismo, lo real indecible.

Desde el momento en que todo estaría incluido en el Aleph debería estar a la vez todo lo posible de ser dicho sobre lo anteriormente visto. Pero el lenguaje separa el goce del cuerpo e introduce la pérdida en ser. Dice el narrador en el cuento: “Yo querría saber: ¿Eligió Carlos Argentino ese nombre, o lo leyó, aplicado a otro punto donde convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le reveló? Por increíble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un Aleph falso”. (Idem, 135).

Del libro: Novela, mujeres y política en Jorge Luis Borges, Editorial Verbum, Madrid, 2021

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